Por: Francisco Manrique.
En Posts anteriores, Los instintos y el arte de la paz – Parte I y Los instintos y el arte de la paz – Parte II, compartí con mis lectores las ideas y reflexiones propuestas por George Halvonson, autor del libro: “Arte de Construir la Paz Grupal”, donde introduzco este tema, como un factor crítico para el proceso en que está inmerso el actual gobierno del Presidente Santos con las FARC.
El tema es absolutamente relevante, porque la firma de un acuerdo en la Habana, para mí no es sino un excelente pretexto para que la sociedad colombiana enfrente los cambios pendientes que se deben de dar, si queremos pasar este capítulo desastroso de nuestra historia. Y para ello, se necesitan líderes capaces de orientar a sus comunidades, hacia una visión compartida de futuro. Hay muchos obstáculos en el camino, y Halvonson nos recuerda que, los instintos de quienes asuman el rol de liderazgo, pueden ser los más difíciles de manejar.
En la naturaleza, hay un buen número de especies que tienden a formar comunidades. Y tan pronto esto sucede, aparecen las jerarquías. En la película Gorilas en la Niebla de Dian Fossey en 1988, se documenta el comportamiento de los machos alfa, o “silver back”, y la manera en que estos organizan a su manada y ejercen su autoridad. El ser humano también es un buen ejemplo de esta dinámica instintiva cuando se agrupa y establece una estructura para su organización.
Cuando una persona llega al estatus alfa, se disparan una serie de instintos relevantes, así como unos comportamientos específicos, alineados con el rol que representa esta figura de autoridad dentro de su comunidad.
El primero de los instintos del alfa se enfoca en la protección del territorio del grupo. Este puede ser físico o intelectual. La persona en esta posición, ha llegado a ella porque seguramente tienen un historial de proteger el territorio del grupo, bajo diferentes circunstancias. Pero también, son elegidos porque han sido exitosos en el rol de “el mejor guerrero”, en un contexto conflictivo que amenazaba al grupo, o porque se le considera el mejor defensor de los valores e ideología de su comunidad. La comunidad les ha dado “poder”.
No sorprende entonces, que la gente acuerde dar autoridad a ciertas personas, a quienes reconocen como sus jefes, para que tomen decisiones dentro de un marco de expectativas compartidas, que los afectan a todos. Cuando se elige a un presidente, a partir de una plataforma que este ha propuesto, existe la expectativa de que esta se convierta en su plan de gobierno, que debe orientar las decisiones que se requieran para llevarlo a cabo. Idealmente, se esperaría que representará a toda la comunidad, no sólo a quienes lo eligieron.
Pero cuando esta autoridad es débil, o no es compartida por los miembros de otros grupos, los acuerdos que se hagan son muy vulnerables a los ataques de quienes no se sienten incluidos. Por esta razón, es fundamental que los grupos tengan jefes legítimos y con la suficiente credibilidad, para que sean capaces de convocar a otros de manera incluyente, y así construir acuerdos más duraderos con quienes se oponen a ellos.
Ahora bien, como nos lo recuerda el Profesor Ronald Heifetz, de la Universidad de Harvard, el liderazgo tiene sentido en un contexto de cambios. Y este se puede ejercer en posición de autoridad formal, o sin ella. Este tema lo he tratado en otros blogs anteriores. Pero para el caso que nos ocupa, es fundamental entender que, es instintivo del ser humano seguir a un líder, quien tiene un gran impacto e influencia en el comportamiento colectivo.
A la la luz de lo anterior, quien asume una posición de jefe de un grupo que enfrenta cambios complejos, está ejerciendo el liderazgo. Esta persona tiene que tener muy en cuenta las dinámicas generadas por los instintos, como lo propone Halvonson. Estos cambios requieren acuerdos con otros, de lo contrario no se van a producir.
Leer mañana domingo 31 de julio El rol del líder y el arte de la paz – Parte II
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