En los años cincuenta, Corea tenía índices de desarrollo inferiores al Perú, cuatro décadas después, ese país con Hong Kong, Malasia, Taiwan y Tailandia, se habían convertido en unos dínamos económicos. A pesar de que todos ellos sufrieron una crisis muy severa en 1997, la mayoría habían logrado ir haciendo los ajustes necesarios para continuar por el camino del desarrollo. A partir del ejemplo del Japón después de la posguerra, estos países tomaron la decisión de fundamentar su crecimiento copiando, y posteriormente innovando, productos de alta tecnología. El tomar este camino les implicó hacer inversiones muy importantes en la educación de sus pueblos.Comparativamente, durante el mismo período, Perú, y otros países latinoamericanos, lograron avanzar a ritmos muy inferiores. A diferencia de sus homólogos asiáticos, estos países basaron su crecimiento en los recursos naturales. El modelo mental imperante se había fundamentado, en la creencia de que la riqueza de un pueblo, está en tener recursos como el petróleo, el café, el azúcar, el cobre, etc. Un modelo que definió unas escogencias que han afectado significativamente la calidad de vida y la capacidad de competitividad de estos países.
A lo largo de los años, el ingeniero Mavilla, ya uno de los más respetados empresarios de su país, veía con preocupación que se aumentaba la diferencia entre las naciones asiáticas y su querido Perú. Cuando trataba el tema con sus amigos y otros empresarios latinoamericanos, se encontraba siempre con una serie de justificaciones que él rechazaba porque no explicaban lo que él observaba en cada uno de sus viajes al Oriente.
La primera razón que el Ing. Mavilla escuchaba con frecuencia, para explicar las diferencias, tenía que ver con la antigüedad de todas esas naciones. Pero, al analizar la historia, este argumento no resistía mayor análisis. La verdad, es que la India, China y Egipto, son países milenarios con niveles bajos de desarrollo. Cuando en 1551 se fundó la Universidad de San Marcos en Lima, los Estados Unidos y el Canadá estaban escasamente habitados por tribus aborígenes muy atrasadas.
Un segundo argumento muy común, estaba relacionado con la riqueza en los recursos naturales. Pero de nuevo, este razonamiento tampoco resistía análisis. Japón, es una isla montañosa en el 80% de su territorio y muy pobre en recursos naturales. Este país tiene que importar todo su petróleo, la mayoría de sus alimentos y las materias primas que utilizan, para transformarlos en miles de productos sofisticados.
Un tercer argumento, muy derrotista, justifica las diferencias en una mayor capacidad e inteligencia de los pueblos desarrollados. Pero la verdad, cuando a un latino se le da la oportunidad y viaja a países más avanzados, compite en igualdad de condiciones con sus contrapartes de otras latitudes. Además, es muy común escuchar a gerentes de multinacionales hacer comentarios muy positivos sobre la calidad de la fuerza laboral de nuestros países.
Al llegar al aeropuerto de Tokio, lo primero que le impactábamos era el orden. Esta cualidad estaba presente en todas partes que tenía la oportunidad de visitar. En las plantas industriales de la Honda, el orden se veía reflejado en las líneas de producción. En los lugares públicos, la gente hacia colas en forma ordenada. El ORDEN era definitivamente algo valorado por el pueblo japonés.
Pero esta cualidad en el Japón, venía acompañada de la limpieza inmaculada en los sitios más inverosímiles. Mientras en este país, una planta industrial podía pasar por ser la sala de un quirófano y los baños por un ejemplo de aseo para cualquier hogar, en el Perú, un área de manufactura era un lugar desordenado, donde también reinaba el desaseo total, y los baños públicos, no se podían utilizar por el mal uso que se les daba. El ASEO era definitivamente otro valor característico que se destacaba en el pueblo japonés.
A medida que fue conociendo más a sus socios japoneses, le sorprendió lo estricto que eran con el cumplimiento de sus compromisos. Algunas anécdotas mostraban como se encontraron a soldados japoneses, a quienes no se les había informado del fin de la II Guerra, vigilando unas fortificaciones 20 años después de haber terminado el conflicto. El contraste con los latinos era muy grande. La RESPONSABILIDAD, con mayúsculas, era otra de los valores característicos muy destacados que encontró el Mavilla durante sus viajes a este país.
Después de la Guerra, el Japón quedó postrado y algunas ciudades, como Hiroshima y Nagasaki, totalmente destruidas por dos bombas atómicas. A pesar de los efectos de esta catástrofe, que hubieran doblegado a cualquiera, para los japoneses fueron un motivo de superación. Tan solo quince años después de terminada la Guerra, el Japón se había convertido en el primer productor de acero, sin tener minas de hierro, el primer armador de barcos y comenzaba a desarrollar su industria automotriz. En 1978, Toyota, Honda y otras empresas, invadían el mercado estadounidense con vehículos más económicos y de excelente calidad. El DESEO de SUPERACION, como valor social, era la marca de un pueblo que, como el Ave Fénix, se levantó de las cenizas.
Como agudo observador que era, Mavilla no podía dejar escapar otro hecho sobresaliente. Un día en que salía para una cita desde su hotel, dejó su cámara de fotografía sobre la silla en el vestíbulo de la recepción. Cuando ya habían pasado varias horas, se dio cuenta del problema y regresó a buscarla con mucho escepticismo porque en el Perú no habría habido ninguna posibilidad de recuperarla. Su sorpresa no tuvo limites cuando se la encontró tal como la había dejado. Posteriormente, observó que la gente parqueaba las bicicletas en las calles sin candado, y los almacenes exponían sus artículos sin ninguna protección. La HONRADEZ era otro valor que no cesaba de asombrarlo en sus viajes a ese extraño país que era el Japón.
El irrespeto por el derecho de otros es una de las características que más llamaban la atención a los japoneses que visitaban el Perú. Esta enfermedad social se evidenciaba en las colas para ir a cine, donde los vivos buscaban no hacerlas a consta de los demás. Igualmente, les llamaba la atención la falta de seriedad en el cumplimiento de los acuerdos. Para lograr que estos fueran respetados, era necesario contar con un equipo de abogados, pero con la posibilidad de caer en manos de un juez penal en caso de un pleito. En contraste, el Japón es el país de menor numero de abogados per cápita en el mundo. El RESPETO AL DERECHO DE LOS DEMÁS y EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY Y LOS REGLAMENTOS, son sancionados socialmente. Es muy difícil que a alguien se le ocurra irrespetar una cola, un semáforo o cualquier otra cosa, que vulnere a otras personas y el orden social.
En los Estados Unidos es muy notable la ética del trabajo. Esta característica se la relaciona con el calvinismo que se propagó por el norte de Europa y el puritanismo en Inglaterra en el siglo XVI. A diferencia del catolicismo, que veía en el trabajo comoun castigo terrenal, la creencia del protestantismo se fundamentaba en aprovechar la vida por mandato de Dios, para gozar sus riquezas y de esta forma, mejorar personalmente y ayudar a los demás. Por diferentes razones, esta actitud hacia el trabajo se puede observar en algunos países asiáticos. Mavilla pudo presenciar la práctica cotidiana de reconocer al trabajador que no faltaba nunca a su deber. El AMOR AL TRABAJO es un valor común es todos los países avanzados en el mundo.
A medida que el Mavilla iba asimilando las observaciones realizadas, se puso a investigar y encontró que había otro valor muy importante en las sociedades que se consideraban desarrolladas: EL AHORRO. En el Japón, la tasa de ahorro ha llegado al 20% del PIB. Cuando un país logra tener estos niveles, no necesita recurrir a recursos externos para financiar su desarrollo y por lo tanto, tiene menos dependencia y más autonomía para decidir sobre los proyectos prioritarios. Tiene la capacidad de INVERSIÓN.
Después de muchos años de viajar y observar, finalmente Mavilla logró poner en blanco y negro, lo que se conoció como el Decálogo para el Desarrollo. Al comentar sus ideas con algunas personas, la respuesta típica era que estos valores se obtenían cuando un país era desarrollado y no al revés. Para Mavilla era ya claro que un país puede no tener recursos naturales, pero si su gente ha interiorizado los valores del Decálogo, en muy poco tiempo podían llegar a niveles de desarrollo como lo hizo el Japón. Para probarlo se propuso aplicar en sus empresas esta teoría
Para llevar a cabo su idea, el Mavilla llamó al psicólogo Eduardo Castillo para que aterrizara en la práctica empresarial lo aprendido en sus viajes al Oriente. Para empezar, se escogió la planta de ensamblaje de motos Honda en Iquitos, ciudad localizada en la selva peruana con muchos trabajadores indigenas de la zona. El Dr. Castillo trabajó durante tres largos años, desarrollando la metodología, para lograr que el Decálogo se convirtiera en parte fundamental de la cultura de la planta.
Como me contaba Eduardo hace unos años, a quien tengo el honor de conocer personalmente y tenerlo como amigo, el impacto del trabajo se comenzó a notar por parte de la comunidad. Una de las prácticas de todo el personal, incluyendo a los ingenieros, era salir a hacer aseo alrededor de la planta. Los vecinos, quienes en un principio veían con asombro a unas personas en uniforme blanco impecable limpiando las calles, pasaron posteriormente a unirse para ayudar en la actividad. Poco a poco, esta práctica se extendió por todo el barrio. Una excelente demostración de que el buen ejemplo se multiplica.
Como una bola de nieve, lo que estaba sucediendo en la Honda se regó por la ciudad. Una escuela cercana buscó al Dr. Castillo para pedirle ayuda en la implementación de un programa similar. De esta forma, nació una iniciativa que muy pronto se extendió a miles de escuelas en el Perú.
Para poder atender con más profesionalismo las solicitudes que fueron surgiendo, se creó en 1990, el Instituto de Desarrollo Humano – INDEHU- para promover, divulgar y capacitar a las organizaciones, escuelas, colegios y universidades que lo solicitaran, en la aplicación del Decálogo para el Desarrollo. Para su lanzamiento, se logró una divulgación durante diez domingos, en los principales diarios de la nación, de cada uno de los valores con unos comentarios hechos por personalidades nacionales, comenzando por el Presidente de la República.
A lo largo de los años, el instituto siguió difundiendo y trabajando en la implementación de proyectos de valores en el sector educativo, entidades de gobierno y empresas. Abrió sucursales en Iquitos y en Arequipa. También tuvo mucha acogida en otros países, especialmente en México, a través del Instituto Tecnológico de Monterrey y varias gobernaciones en diferentes estados de ese país.
Vale destacar, los talleres que se desarrollaron, para llevar a la práctica cada uno de los valores del Decálogo. Me llamó poderosamente la atención la forma en que se logró dar herramientas sencillas pero muy útiles, a las personas que asisten a ellos. En Bogotá, en el año 1997, pude observar el trabajo con un grupo de 400 maestros de la Secretaría de Educación, a quienes se les invitó a formar una red de multiplicadores en 20 localidades de la ciudad.
Lamentablemente la iniciativa se realizó al final de una administración, y no tuvo la continuidad que hubiera sido necesaria, para lograr el efecto que se pretendía. Sin embargo, en Monterrey, donde sí se le dio la importancia al tema, los resultados fueron muy motivadores, especialmente si se tiene en cuenta que fueron liderados por una universidad.
Lecciones aprendidas
La capacidad de asociación en una sociedad depende de tener unas normas y unos valores compartidos, de los cuales surge el capital social. Recordando su definición: “es la capacidad de los individuos en una sociedad de trabajar unidos, en grupo y en asociaciones, para alcanzar objetivos comunes” (Américan Journal of Socilogy, 1988)
El Decálogo fue un esfuerzo notable desde otra perspectiva. Fue una idea que se quiso llevar a la práctica, mediante una serie de herramientas sencillas pero ingeniosas, que buscaban implementar el concepto de los valores en la sociedad, a partir de su difusión, capacitación y utilización, en las organizaciones productivas, educativas, oficiales, etc. El Decálogo fue la respuesta afirmativa a la pregunta: ¿es posible generar las condiciones para mejorar nuestro capital social e ir cambiando la cultura?.
Finalmente, la iniciativa del empresario Mavilla, fue un paso gigantesco en la dirección correcta: formar una cultura nacional mucho más competitiva. El análisis que él realizó, demuestra que el subdesarrollo es un problema mental y de escogencias pobres, más que de falta de oportunidades y recursos naturales abundantes.
Al ver los problemas de corrupción que hoy carcomen a la sociedad colombiana, la importancia de incorporar la innovación como un motor del desarrollo competitivo del país, y de entender que la gran barrera que tenemos es nuestra cultura, esfuerzos como los hechos por Octavio Mavilla en el Perú hace cuatro décadas, muestran una luz en la dirección donde tenemos que enfocar nuestro esfuerzos. Una sociedad que no se atreva a cuestionar sus modelos mentales, no tenga una serie de principios y valores claros y adecuados para los retos que debe enfrentar, no podrá aspirar a salir de su subdesarrollo.¿Alguien tiene una propuesta diferente?
El lector que no haya leído los tres blogs anteriores sobre los temas de cultura, le sugiero hacerlo para entender con mayor profundidad la importancia del experimento que se hizo en el Perú, y que lamentablemente no siguió adelante por la muerte de Octavio Mavilla. No hubo otras personas que siguieran liderando su desarrollo lo que es una gran pérdida. Y esto me recuerda que Corpovisionarios, institución que Antanas Mockus fundó para impulsar los cambio en cultura ciudadana, acaba de cerrar puertas en momentos en que precisamente el tema no puede ser más relevante.
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