Cuando hay niveles muy altos de desconfianza de la gente hacia las instituciones y los dirigentes políticos, como hoy muestran las encuestas, se producen varios efectos muy negativos para la sociedad.
Por: Francisco Manrique.
¿Que se necesita para lograr cambios importantes y sostenibles en una sociedad como la nuestra? Esta pregunta la he tenido reiteradamente en mi cabeza en los últimos meses. Y cada vez más la veo como una de las grandes preguntas que nos deberíamos estar haciendo en Colombia ante una cruda realidad. El mundo afuera de nuestras fronteras muestra cambios cada vez más rápidos mirando hacia el futuro, y sin embargo, internamente insistimos en movernos en conversaciones circulares y mirando hacia el pasado.
Esta inquietud se me agudizó en estos días después de una amena charla con una persona que ha trabajado mucho por Bogotá. Ella tenía una inmensa preocupación al haber podido observar de primera mano, el desbastador efecto que produce la desconfianza institucional que se disparó con el escándalo del Carrusel de la Contratación, nombre con el cual se bautizó al más grande hecho de corrupción en la historia de nuestra ciudad.
Esta desconfianza se agravó aún más durante la administración de Gustavo Petro. Con su incompetencia, manejo populista y polarizante, ahondó aún más la desconfianza, que cubre como un manto negro, lo que hoy sucede en Bogotá. El resultado de este proceso lo está pagando muy caro Enrique Peñalosa, actual alcalde de la ciudad, quien no ha demostrado la capacidad de liderazgo necesaria para cambiar esta percepción negativa de la realidad.
En mi concepto, Peñalosa no calibró bien el nivel de desorden administrativo y de fractura social, que le habían dejado su antecesores. Da la sensación que el cambiar esta situación lo está desbordando, por lo que el nivel de frustración de la gente, y de desconfianza sobre su capacidad de gestión, ha venido aumentado peligrosamente.
El grado de aceptación del alcalde está por el suelo, y hoy tiene sobre su cabeza, una posible revocatoria de su mandato promovida hábilmente por su antecesor. Como resultado, el desarrollo de su ambiciosa agenda de gobierno ha sido mucho más azarosa y lenta, así como la solución de los problemas críticos que se han acumulado, como es el caso de la movilidad.
Y no deja de haber una terrible paradoja en esta historia. Mientras la popularidad de Peñalosa anda por el suelo y los niveles de desconfianza andan por las nubes en Bogotá, la incompetencia administrativa de Petro y su habilidad de agitador, ha sido premiada con niveles de que lo ubican entre los punteros para llegar a la Presidencia de Colombia.
Cuando hay niveles muy altos de desconfianza de la gente hacia las instituciones y los dirigentes políticos, como hoy muestran las encuestas, se producen varios efectos muy negativos para la sociedad. Veamos.
El primero de ellos, es la inmensa dificultad para lograr acuerdos sobre unos mínimos que permitan tener un norte compartido y un mapa de ruta para avanzar. Aspectos que son fundamentales para responder a la pregunta con la que comencé este Post. Es necesario tener un acuerdo social sobre los temas que deben de ser gestionados y sostenidos en el tiempo, independientemente de la administración de turno, o del color del partido político que esté en el poder.
Los cambios estructurales necesitan de tiempo para lograrlos y consolidarlos. Pero también, se necesita un apoyo sostenido de la ciudadanía, sin el cual no es posible que se vuelvan una realidad. Igualmente es necesario generar el sentido de urgencia para iniciar. Y este se debe soportar en un mensaje claro y contundente: el costo de no cambiar es mucho mayor que el de lograr sumarse al proceso de cambio que necesita de una masa crítica para avanzar y beneficiar a la mayoría.
Medellín es un buen ejemplo cercano de lo que le sucede a una urbe, cuando sus dirigentes han sido capaces de articular una visión de ciudad y lograr unos acuerdos sobre los mínimos que se deben de cuidar y desarrollar en el tiempo. Durante diez y seis años han conseguido mantener un norte a pesar de que han tenido varias administraciones en este periodo. El resultado es que hay confianza en la capacidad institucional y política, y esto se traduce en una auto imagen positiva que se refleja en lo que proyecta la ciudad.
Barranquilla es otro caso que va por un camino similar, y que muestra un cambio profundo de una historia de desgobierno, y madrinaje politico, que tuvo postrada por años a esa ciudad. Este cambio se logró, cuando diferentes actores de la ciudad provenientes del sector privado y público, se pusieron de acuerdo para sacarla de la olla donde se en encontraba.
El alcalde actual, que repite su segundo periodo, muestra los más altos índices de popularidad entre todos los alcaldes a nivel nacional. Barranquilla cuenta hoy con una alta credibilidad de su gente en las instituciones de la ciudad, y en la capacidad que tienen para atender las expectativas de un buen gobierno para todos.
El segundo efecto de la desconfianza en las instituciones es que ésta se extiende como un cáncer hacia lo demás. Y una sociedad, donde deja de existir la confianza, se vuelve ingobernable, y llegar a unos acuerdos mínimos, es una misión imposible. En este entorno, enfrentar de manera inteligente y colectiva, los grandes cambios que hoy nos afectan a todos, es una propuesta suicida que es mirada con despreció y mucha hostilidad. Se vive con la ley de la selva, donde las decisiones individualistas y egoístas son la norma, la colaboración y el bien común la excepción.
Lo curioso de estas dinámicas es que todo el mundo reclama porque el estado de las cosas no cambian, las frustraciones aumentan, los niveles de agresividad e intolerancia son cada vez más explosivos. Además en este ambiente tan complejo, la capacidad individual y colectiva de reflexión desaparece y es remplazada por reacciones primarias que no miden las consecuencias. Y obviamente todo esto redunda en niveles más altos de desconfianza.
Una tercera consecuencia de estas dinámicas de desconfianza colectiva, es que la sociedad queda fácilmente prisionera de “la post verdad”, del tribalismo y la manipulación descarada por parte de políticos sin escrúpulos que explotan miserablemente las pasiones más bajas del ser humano.
Este entorno es el mejor terreno fértil para que las profecías negativas y destructivas se vuelvan una realidad. Estas dinámicas se vieron reflejadas en los resultados del “Brexit” en GB, y la elección de Trump en los Estados Unidos. Y el resultado no podría ser peor: sociedades divididas, con sus aparatos políticos desarticulados e incapaces de lograr los acuerdos mínimos, lo que se traduce en una total desorientación de la sociedad.
Este análisis que surge de una conversación sobre Bogotá, se puede extender sin problema al entorno político nacional. Allí estamos viviendo algo muy similar con consecuencias imprevisibles para todos. ¿Que Hacer?
El próximo Post continuaré proponiendo algunas ideas para responder esta última pregunta y dar pistas sobre la que propuse al comienzo de este Post.
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