Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Para comprender la economía, hay que recurrir a la psicología. Durante toda la recuperación, los analistas —entre ellos los de la Reserva Federal y el Fondo Monetario Internacional— repetidamente sobreestimaron la solidez de la economía. Predijeron un crecimiento económico más rápido del que tuvo lugar.
El principal motivo de sus errores, sostuve yo, es que los analistas subestimaron la influencia de la crisis financiera y de la Gran Recesión en la confianza de la población. La falta de confianza redujo la voluntad de gastar de los norteamericanos. Mi argumento se aplicaba a los Estados Unidos. Algunas cifras nuevas sugieren ahora que el misma fenómeno opera globalmente.
Los números provienen del Pew Research Center, que entrevistó a 45.435 adultos en 40 países, sobre el panorama económico. Casi siete años después del colapso de Lehman, las actitudes siguen siendo notablemente depresivas. Una de las preguntas de Pew pedía a los encuestados que calificaran la “actual situación económica de su país como muy buena, algo buena, algo mala y muy mala.” La mayoría en 27 de los 40 países contestó mala, expresa Bruce Stokes de Pew. (Estos resultados combinan las dos categorías de “buena” y “mala”.)
Sin duda, hubo diferencias regionales. Los encuestados en la zona Asia-Pacífico, incluyendo a China, juzgaron su economía por un margen del 51 al 47 por ciento; en África, los encuestados se dividieron casi exactamente por la mitad, 48 por ciento contestó “buena” y 51 por ciento “mala”. Pero en el resto, los veredictos fueron desiguales. En Europa, el 70 por ciento contestó “mala” y el 28 por ciento, “buena”; en América Latina, el margen fue de 63 por ciento a 36 por ciento. El resultado de Estados Unidos fue un poco más nivelado, 56 por ciento “mala” y 40 por ciento “buena”.
Es también cierto que hay más personas optimistas ahora que en medio de la recesión global de 2009. En aquel momento, sólo el 17 por ciento de los norteamericanos clasificó la economía de “buena”, aproximadamente la mitad del nivel actual; pero esa lectura aún está por debajo del 50 por ciento registrado en 2007, antes de la crisis financiera. Sólo unos pocos países presentan niveles de confianza más altos que antes de la crisis. Alemania es uno de ellos; el 75 por ciento de los alemanes clasificó su economía de “buena”, mientras que en 2007 un 63 por ciento lo hizo.
Lo que tenemos es una depresión global. Es la resaca de la crisis financiera y la Gran Recesión, no es tanto pesimismo, sino preocupación y freno. Como los daños económicos —puestos de trabajo perdidos, ganancias más bajas, hipotecas ejecutadas, comercio deprimido— excedieron todo lo que se había experimentado desde la Gran Depresión, la gente se prepara ahora para lo desconocido más de lo que lo hacía antes. En la práctica, ahorra más y gasta menos.
El cambio psicológico confunde los modelos económicos, basados (como la mayoría lo está) en ciclos económicos anteriores. En lugar de una vigorosa recuperación, obtenemos lo opuesto. Los gastos de consumo más débiles socavan las inversiones comerciales porque las empresas pueden satisfacer la demanda sin expandirse. Las inversiones menores retardan la expansión aún más. Los datos del Pew me convencen de que este círculo vicioso, que hace tiempo se produce en Estados Unidos, tiene su homólogo en el extranjero.
Por supuesto, la confianza débil de los países, refleja también circunstancias locales. Sólo el 13 por ciento de los brasileños clasifica su economía de “buena”; entre las causas, sin duda, figuran la alta inflación y una serie de escándalos que han conmocionado al país. En cambio, la confianza en China sigue alta (el 90 por ciento clasifica la economía de “buena”), aunque el crecimiento económico se ralentizó recientemente. Una explicación posible es que los chinos dan más peso aún a la experiencia del pasado.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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