Es mejor la seguridad

Por: Pascual Gaviria Uribe.

Los policías saben muy bien a quién le salen. Entienden cuándo deben cubrirse para hacer sus vueltas y cuando pueden dar cara y placa. Tienen un radar bien pulido para ejercer el abuso contra los más débiles.

Aplican la intimidación, el encubrimiento, la mentira sistemática en sus bitácoras y declaraciones. Cuando se intenta una denuncia o una queja aparece una inesperada faceta criminal. El proceso por el asesinato de Diego Felipe Becerra mostró lo riesgoso que puede ser enfrentar a una banda uniformada.

Para unas ocasiones el simple cinismo y para otras el descaro a patadas y puños. Hace poco uno que usaba un embozo en un procedimiento de rutina, me dijo que tenía gripa cuando le pregunté por qué ejercía su labor con una especie de pañoleta de vaquero de película vieja.

A otros los vimos hace poco golpeando a jóvenes de la Comuna 13 que cometieron el pecado de estar trabajando en la adecuación de un local a una hora que no les pareció prudente. Ya no era necesario cubrirse, actuaban con absoluta “franqueza”. Les dieron una paliza estando amarrados en el suelo. Al final, a la hora de irse, entraron al local y se llevaron 400.000 pesos como propina por el procedimiento.

Imagen cortesía de Vectorolie en FreeDigitalPhotos.net

Pero además del abuso está la colaboración armónica con los poderes ilegales. En algunas ciudades buena parte de los policías han terminado como una fuerza de protección de extorsionistas, narcos al menudeo y hasta ladrones de carros y motos.

Los policías patrullan sus parches, gestionan sus pagos, merodean más de lo que vigilan. Una mirada sencilla a las noticias de los últimos años que mencionan capturas de policías en las principales ciudades deja una idea del problema. La intervención en el Bronx en Bogotá dejó 16 policías capturados por servicios a la gran plaza.

En julio del año pasado un seguimiento a red de microtráfico en el barrio Las Cruces dejó 14 policías capturados en la capital. No acompañaban a los civiles en el tráfico, los doblaban en número y seguro ejercían algún mando. Para pasar a otros delitos vale mencionar a Los Avatar, capturados en junio de este año, dedicados al robo de fincas en Bogotá y Cundinamarca, película en la que aparecieron 5 policías como protagonistas.

Hace una semana fueran detenidos 8 policías más en la capital por hacer el paseo millonario a los capturados a cambio de no llevarlos ante un juez. Su calabozo preferido eran los cajeros electrónicos.

Medellín también resulta una plaza interesante. En diciembre del año pasado detuvieron a 7 policías por sus relaciones con Eladio de Jesús Correa, llamado el “zar de la marihuana”. La alianza era con La Terraza y solo les gustaba la cripy traída desde e Cauca. En julio de este año el juicio llegó para 9 policías por sus relaciones con una banda en el barrio Caicedo. En este caso se cuidaban las ollas y se ajustaban los resultados con falsos decomisos.

El mes pasado fueron 4 los capturados por sus alertas a bandas en Robledo para evitar operativos. Todas esas capturas resultaron de seguimientos de meses a estructuras que terminan por enseñar sus contactos con uniformados. Aquí no se trata de requisas al entrar a la estación ni a los CAI. Son hallazgos recientes en solo dos ciudades, pero los casos se multiplican en muchas regiones.

Los policías han terminado siendo una sombra tras los alcaldes. En muchas ciudades mandatario y comandante se miran con desconfianza y todo termina en una transacción de inversión de la ciudad en el cuerpo policial contra resultados muchas veces dudosos.

Los policías capturados dicen que ellos solo seguían un patrón conocido y ejercido por las mayorías, unas mañas casi impuestas. Piensa uno que más valdría contenerlos que alentarlos.


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