Por: Andrés Quintero Olmos.
Santos es el perfecto encantador de serpientes: pide uribismo para después darle la espalda, pide reelección para ulteriormente eliminarla, pide lucha contra la corrupción para más tarde “enmermelarla” y pide injusticia para posteriormente excusarla.
“Me habría ido mejor siendo guerrillero”, expresó esta semana el General (r) Jaime Humberto Uscátegui, condenado a 37 años de prisión por la masacre de Mapiripán (ya lleva 16 años encarcelado), “con seguridad ya estaría gozando de la libertad”. Lo mismo debe de estar pensando el ladrón condenado que se robó una arepa e’ huevo la semana pasada o el paramilitar extraditado.
Poco a poco los colombianos se darán cuenta de las injusticias que procurará este proceso de La Habana. No tolerarán ver a delincuentes de lesa humanidad de políticos, con campañas electorales en “dejación” de armas y financiadas por arcas de narcotráfico, secuestro y extorsión y promocionadas a través de sus propios medios de comunicación (ver acuerdo de participación política de La Habana que prevé emisoras para las FARC provistas por el Estado). Con el paso del tiempo los “sapos” que nos tragaremos para la “paz” se vomitarán por indigestión y todos los elementos estarán reunidos para que se engendren mayores violencias.
Ojalá me equivoque. Ojalá el pueblo colombiano acepte con pasividad estos acuerdos y la historia vengativa de nuestro ADN violento no se muerda la cola.
Dice Timochenko: “Cuando uno pide perdón es porque se arrepiente de haber hecho algo, y yo no me arrepiento de haber hecho lo que haya hecho”. Claramente que no se arrepiente de haber matado a miles de colombianos inocentes, porque si no lo hubiera hecho el Gobierno no lo estaría tratando como un Jefe de Estado. Son, estos eventos, como él indica, “partes de la dinámica de la guerra”. Esa es la realidad de nuestro fracaso: como no pudimos (o quisimos) derrotar militarmente a los terroristas, negociamos con ellos de tú a tú la política del país, con pragmatismo y utilitarismo, porque “la paz, todo lo vale”.
Si tras cinco décadas de atrocidades y de daños inconmensurables, las FARC no piden perdón, no apoyaré este proceso de paz, por el simple hecho que la paz sin remordimiento no existe. Esto en clara contraposición a los que piensan que es suficientemente aceptable, en pro de la “paz”, que las FARC sólo tengan la obligación de permanecer algunos años en especiales condiciones de restricción a la libertad.
“El Presidente silba que la paz encanta, la serpiente de las FARC canta, la Unidad Nacional decanta, la población despistada aguanta, la justicia desencanta y las víctimas atragantan.”
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