Cinco días de ida y otros tantos de vuelta. Santa Elena es uno de los últimos destinos al que se llega tras un largo viaje. Una travesía teñida de nostalgia ya que el barco será pronto reemplazado por un avión mucho menos romántico.
El “RMS St Helena”, que transporta mercancías y pasajeros, hace el recorrido cada tres semanas, aunque ya solo por unos meses, entre Ciudad del Cabo y Santa Elena: 3.100 km en cinco días a 15 nudos (28 km/h) de media, 17 veces al año. La mayor parte de las veces llega hasta Ascensión, otra isla británica del Atlántico Sur.
El día a día a bordo está marcado por una cantidad de rituales, a veces deliciosamente trasnochados, anunciados cada mañana en el programa que el personal desliza por debajo de la puerta del camarote.
Tras un primer café (o té) servido temprano en la cabina, llega el desayuno en el puente (o en el restaurante para aquellos que prefieren huevos a la inglesa); después, un primer juego al aire libre, acompañado hacia las 11h00 de un caldo de res. Luego llegan el almuerzo, los documentales, las películas y otros juegos, entre ellos un “quiz” (una especie de Trivial Pursuit) muy internacional y muy popular, antes de una cena bastante ceremoniosa seguida de más juegos.
Pero también se puede leer, bañarse en una pequeña piscina, jugar al bridge o al scrabble, hacer sudokus, tejer, broncearse, contemplar el océano, y si uno tiene paciencia, ver pasar delfines y ballenas. El océano está en general en calma, el servicio es impecable, la comida bastante buena y el bar barato.
Nadie impone nada, pero las actividades permiten conocer a los demás pasajeros que uno se cruzará después en las calles y pubs de Jamestown, la microscópica capital de Santa Elena, donde estuvo desterrado y murió Napoleón, el emperador francés.
“Lo que es formidable es que uno encuentra gente a bordo, se hacen amigos. Se convierte casi como en una familia”, dice entusiasta Manuela Patterson, que viene de Ciudad del Cabo con su marido.
“Será diferente cuando abran el aeropuerto”, dice con una brizna de nostalgia.
Construido en 1989 en Aberdeen (Escocia), el “RMS St Helena” -RMS por “Royal Mail Ship (barco postal real)- puede transportar 158 pasajeros en 57 camarotes.
‘El fin de una época’:
“La mitad de los pasajeros son turistas” frente al 10% de hace unos años, dice John Hamilton, el hombre para todo de la travesía, que se siente a gusto tanto arbitrando un partido de cricket entre pasajeros y tripulación como animando un taller para niños. “Pronto acabará el barco y mucha gente quiere hacer el viaje antes de que se acabe. Somos el último Royal Mail Ship y es el fin de una época”, explica.
El armador ha tenido que agregar una decena de camarotes para responder a la demanda antes de que estos placenteros viajes por barco den paso a vuelos semanales desde Johannesburgo, a partir de febrero del próximo año.
La etiqueta tiende a relajarse a bordo y los pasajeros olvidan que a veces están invitados a ponerse corbata. Pero nadie se perderá el cóctel del capitán en la noche del segundo día, ni la barbacoa en el puente la víspera de la llegada.
Es el momento para encontrar a “Santos” que vuelven a casa, sudafricanos que han ido a construir el aeropuerto en la isla, un joven francés que quiere garantizar el mantenimiento de una estación de vigilancia del tratado de no proliferación nuclear, o un aristócrata inglés que cuenta su guerra de las Malvinas.
Encontrar también a un afrikáner de barba florida, que partió en busca de las trazas del general Piet Cronjé, su tatarabuelo que fue prisionero de los ingleses en Santa Elena durante la guerra de los Boers (1899-1902).
¡Y que no falte un vaso de gin-tonic!
“Voy a echar de menos este viaje a la isla, pero espero el aeropuerto con impaciencia”, dice Sandra Isaac, une santaeleniana que vive en Inglaterra desde hace 25 años. No tendrá que pedir vacaciones sin sueldo para poder agregar los 10 días de travesía a sus vacaciones en el país.
El programa del “RMS St Helena” está previsto hasta abril de 2016, dos meses después de la apertura del aeropuerto. ¿Y después? Se habla de algunos cruceros excepcionales, quizá hasta Inglaterra… Y luego, posiblemente, el desguace. (AFP)
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