Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – La parálisis política de Washington a menudo se atribuye, dependiendo de la preferencia partidaria, al obstruccionismo republicano o a la arrogancia del presidente Obama. Pero hay causas más profundas para el atasco. Ambos partidos han tenido dificultad en crear programas cuyo atractivo vaya más allá de líneas ideológicas, raciales y étnicas. Hubo una fragmentación de poder y de propósito, que trasciende los defectos de los líderes políticos.
Una explicación parcial aparece en un importante informe emitido la semana pasada, que describe la naturaleza cambiante del electorado norteamericano. Es menos blanco, está más compuesto por minorías, es más viejo y está menos dominado por una generación determinada. Estos cambios, fascinantes en sí mismos, también ayudan a iluminar los orígenes mayores del impasse político. Si la democracia responde a los electores, entonces los electores, preocupados con sus propios y estrechos objetivos, inhiben la creación de coaliciones durables capaces de legislar.
El informe “States of Change: The Demographic Evolution of the American Electorate, 1974-2060,” fue patrocinado por tres centros de investigaciones de inclinaciones diversas: el American Enterprise Institute, conservador; y la Brookings Institution y el Center for American Progress, ambos liberales. El estudio identifica 10 tendencias transformadoras, que -considerando que se superponen- condensé en cinco.
Son las siguientes:
(1) El ascenso de las minorías–y el declive de los blancos. En 1980, el 80 por ciento de la población norteamericana era blanca. Ahora, es el 63 por ciento; para 2060, se proyecta que será el 44 por ciento. Mientras tanto, los hispanos pasaron de un 6 por ciento, en 1980, a un 17 por ciento ahora y se proyecta que alcanzarán un 29 por ciento para 2060. Se espera que los asiático-americanos (y “otros”) se dupliquen de un 8 por ciento actual a un 15 por ciento para 2060. Se calcula que los afroamericanos, que ahora representan un 13 por ciento, permanecerán estables.
(2) El envejecimiento de Estados Unidos. Los individuos de 50 y más años representan ahora un tercio de la población, mientras que en 1980, representaban un cuarto. Para 2060, se pronostica que representarán más de dos quintos. En cambio, se espera que los de 18 a 39 años representen un cuarto del total.
(3) Cambios generacionales. Son inevitables, por supuesto. La generación de la Segunda Guerra Mundial casi ha desaparecido (representa un 1 por ciento de la población). Y los baby-boomers, nacidos entre 1946 y 1964, ya no dominan. Representan el 24 por ciento de la población actual, levemente por debajo de la generación del Milenio, nacida entre 1981 y 2000, que compone el 27 por ciento, y un poco mayor que la Generación X, nacida entre 1965 y 1980, con un 21 por ciento. (La población restante está compuesta de los muy jóvenes y de los muy viejos.)
(4) El surgimiento de los electores no-casados. Quizás éste sea el dato más sorprendente. En 1974, el 70 por ciento de los electores habilitados estaba casado y el 30 por ciento, no-casado. Ahora, la división es de un 52 por ciento casado y 48 por ciento, no-casado. Lo que refleja un número menor y más tardío de casamientos, más divorcios y más ancianos enviudados.
(5) La brecha entre los electores y la población. En 2012, un poco más de un cuarto de los electores pertenecía a minorías –bien por debajo de su porción de alrededor de un 37 por ciento. Las razones son claras. Muchos inmigrantes no están habilitados para votar, o bien porque son niños o porque no son ciudadanos. Además, la participación electoral es baja entre aquellos habilitados. Con el tiempo, esa brecha debería cerrarse.
Ninguno de esos grupos, por supuesto, es monolítico políticamente. Pero si el poder deriva, en última instancia, del pueblo, entonces esos cambios no son meras curiosidades electorales. Condicionan la manera en que opera el sistema. El poder se está redistribuyendo en forma que genera insatisfacción generalizada. Como grupo, los blancos tienen aún la mayoría del poder, aunque está menguando. El poder de los hispanos está en ascenso, pero (hasta el momento) ha sido insuficiente para lograr la aprobación de una legislación migratoria deseada.
Crear campañas políticas que repercutan en toda la población se ha vuelto más difícil. Ayudar a parejas casadas (con, digamos, una nueva exención fiscal) puede ofender al grupo de no-casados, que también es numeroso. Los baby-boomers pueden defender sus beneficios del Seguro Social y Medicare, pero su buena fortuna está siendo pagada parcialmente por los impuestos sobre la generación del Milenio, que se esfuerza por salir adelante.
El “próximo Estados Unidos” -para usar la frase y título del libro de Paul Taylor- ha llegado, y su comienzo no es auspicioso. Ambos partidos luchan por hallar temas que resuelvan las diferencias. La “economía de la clase media” es el último esfuerzo de los demócratas.
Sin duda, este “próximo Estados Unidos” no ha sido resuelto. El tiempo pasa, las realidades sociales y políticas cambian. En una conferencia sobre el informe, Elaine Kamrack de la Brookings Institution se preguntó, con sentido común, si los hijos y nietos de los inmigrantes de la actualidad continuarán identificándose como hispanos. “A medida que la gente se mezcla al casarse, ¿importará que Estados Unidos sea una sociedad con mayoría de minorías?”, preguntó. Quizás no importe.
Pero algunas cosas no cambian. El problema central del gobierno norteamericano, que se remonta a la creación de la Constitución, es cómo crear un sistema político que avance los intereses de la nación en el largo plazo, aún cuando la política esté dominada por grupos (entre ellos, los estados y las localidades) que persiguen ávidamente sus intereses propios en el corto plazo. El poder deriva del pueblo, pero debe ser temperado de manera tal que se considere el futuro. Es un problema que enfrenta toda generación-y que, podría decirse, no estamos resolviendo.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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