Por: Andrés Quintero Olmos.
El Presidente de Colombia ha querido plasmar en estos últimos 3 años que “estamos cerca” o “a un cacho” de la paz, queriendo escalar en sus buenas intenciones: “lo único que yo quiero es acabar con este conflicto…si el costo de buscar la paz es mi capital político, estoy dispuesto a pagarlo”.
Clarividente Santos que quiere acabar el conflicto, a espaldas del bolsillo fiscal de los colombianos, cueste lo que cueste el pote de mermelada. El problema es que no existe entre los colombianos conflicto, sino entre un Estado imperfecto pero legítimo y unos 8 mil terroristas llamados FARC. Pero ahí el barullo para llevarnos a un posconflicto de golpe, donde todos somos culpables para todos ser impunes, que no es más que la aniquilación del Estado de derecho.
El “congresito”, su última movida: “mediante un acto legislativo, que el Congreso reforme la Constitución… (para crear) una comisión especial legislativa o un órgano legislativo especial creado por el propio Congreso, en la que puedan estar los propios congresistas, pero también delegados de las Farc. El Congreso los elegiría”. Traducción: crear un órgano legislativo constitucional adicional que, por delegación legislativa del Congreso, legisle con amplitud con participación de las FARC. Los parlamentarios de la Unidad Nacional no dijeron nada cuando igualaron a las Fuerzas Armadas con las FARC, pero ahora sí parecen brincar ante el tamaño del conejo.
El primer objetivo de este laberinto jurídico es esquivar el anterior compromiso de la refrendación, ante el riesgo popular de perder en las urnas el Nobel. Siendo el segundo, el de evitar una Constituyente que podría beneficiar más a “los enemigos de la paz” que a las guerrillas. Inverosímil.
¿Qué tal que el anterior Gobierno hubiera propuesto un “congresito” de paramilitares con el fin de aprobar acuerdos-leyes de Santa Fe de Ralito? Pero el paraco es otro porque los desmovilizó y extraditó, y Santos es la santa paloma de la paz por querer llevar al poder a las FARC.
Víctor Hugo tildó a Napoleón tercero de “Napoleón, el Pequeño” cuando subió al poder en pleno golpe de Estado, en clara burla a sus capacidades de liderazgo frente a quien pretendía querer imitar. Nuestro diminuto Presidente parece estar en lo mismo: angustiado con su proceso y el fantasma de su antecesor, no le queda más que elevar políticamente a las FARC por la puerta de atrás. El “congresito”, es la figura jurídica que destaca la pequeñez institucional de Santos, en desespero de firmar cualquier cosa, crea un órgano ad hoc para las FARC que materializa su legitimidad negociada.
Estamos en pleno “desescalamiento” de nuestra democracia donde nuestros parlamentarios tendrían derecho a elegir a otros parlamentarios. Jaque mate al “Contrato Social” de Rousseau donde “el Gobierno recibe del soberano las órdenes que da el pueblo” y donde sólo cabe la representación directa. Pero hasta allí llegará el capital político, porque Santos no fue reelegido para “parlamentarizar” a las FARC sino para lograr la paz, pero he ahí la confusioncita de un Presidentico de ajedrez que, ante el pelotón de fusilamiento de sus peones, prefiere conocer el hielo desde La Habana que bombardear a Timochenko.
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