Por: María Alejandra Ahumada M.
Las declaraciones hechas, en las últimas semanas, por el aspirante republicano a la presidencia de los Estados Unidos y co-productor de la famosa serie de televisión y El Aprendiz, Donald Trump, en contra de los de los inmigrantes latinos y su “negativa” influencia en la institucionalidad, economía y valores del país Norteamericano, me hizo recordar la conversación que tuve con un taxista durante una visita al sur de Italia, en Junio del año pasado.
En el recorrido de una hora desde el aeropuerto de Trapani hasta las hermosas playas de San Vito Lo Capo, en Sicilia, el conductor me relató los infortunios que experimentaban los habitantes de la región insular a causa de la “epidemia”, como lo describió, de inmigrantes africanos desembarcando en las costas italianas con el propósito de robarles puestos de trabajo a los ciudadanos, a causa de la sobreoferta de mano de obra barata. Y, no sólo eso, también agregó que los mismo inmigrantes eran los causantes del alza de la delincuencia y la violencia en el país, y de quedarse con los subsidios del Estado, los cuales, deberían ir dirigidos a los ciudadanos europeos que, como él, habían sido terriblemente afectados por la crisis económica del 2008 que sumió al mundo en políticas de austeridad y grandes recortes de personal.
En las dos historias anteriores vemos casos y personajes distintos, pero la misma retórica discriminatoria y excluyente. Una similitud que debería preocuparnos sobremanera, no sólo por la visión sesgada y descontextualizada con la que se habla de inmigración (no se hace la justa diferenciación entre inmigrante, desplazado o refugiado), ni por el advenimiento de los nacionalismos extremos o el crecimiento del racismo y la xenofobia en distintas regiones del mundo; sino por el desinterés de la sociedad actual en anteponer los valores humanos universales (frente a una crisis de las magnitudes como la que padece el mundo árabe y el continente africano), sobre los intereses nacionales y el beneficio individual.
Y es que, las voces anti inmigrantes no sólo se alzan en los Estados Unidos o en Italia, el último, uno de los principales puntos de entrada en Europa (junto a Grecia) de refugiados e inmigrantes ilegales. Los 270.000 inmigrantes que han llegado por mar a fronteras europeas en lo que va del año, han disparado las alarmas, y todos quieren pasar la bola pero nadie quiere cargar con el problema.
Ejemplos de esto los encontramos en dos de los países con mayor demanda de asilo en toda la Unión Europea durante el 2014: Suiza y Hungría, los cuales, comparten un claro rechazo ante la acogida de refugiados. En Suiza, el Schweizerische Volkspartei (SVP) o el Partido Popular Suizo es el grupo político que goza de mayor popularidad en el país; mientras que, en Hungría, el 31 de agosto del año en curso, el gobierno nacionalista del primer ministro Viktor Orbán finalizó la construcción de una valla de 175 kilómetros en la frontera meridional con Serbia, con el propósito de contener el paso masivo de migrantes originarios de países como Siria y Afganistán.
Asimismo, en Suecia, el país con mayor número de refugiados per capita de la Unión Europea, el partido anti inmigración “The Sweden democrats” o “Los demócratas Suecos” también se ha convertido en el gran favorito según las encuestas.
Y, del otro lado del charco, en América Latina, el panorama no es muy diferente. Esta es una problemática que no sólo experimentan los países desarrollados, y para la muestra, un botón: la crisis fronteriza entre Venezuela y Colombia. Una confrontación disparada por el cierre, el pasado 21 de agosto, del principal paso fronterizo entre los dos países y la deportación de 1.100 colombianos por parte del gobierno de Nicolás Maduro (según datos de la Oficina de Coordinación humanitaria de la ONU en Colombia, OCHA). Decisión que parece ser guiada por razones electorales, con vista a las elecciones parlamentarias de diciembre en Venezuela, y que hasta ahora ha separado familias y dejado a cientos de personas sin hogar.
Si, los partidos anti inmigrantes y nacionalistas están subiendo como la espuma, como también las muestras de rechazo y de xenofobia contra los recién llegados e, incluso, contra los extranjeros nacionalizados que llevan años habitando en estos países. Pero, el hecho de que casos como estos se estén presentando, no significa, de ninguna manera, que sean comportamientos justificables o correctos.
El preámbulo de la Declaración de Derechos Humanos de las Naciones Unidas habla de promover, “mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades”, y sólo resalto esta frase porque considero que es, precisamente, en este punto en el que nos estamos quedando cortos: la educación. Nos estamos quedando cortos en la enseñanza en las escuelas, universidades y en los lugares de trabajo (ya sea a través de los medios de comunicación u otros medios publicitarios), de nuestro compromiso con los valores y derechos humanos universales.
Es importante que los inmigrante, refugiados o desplazados que llegan a territorio Europeo o Norteamericano aprendan el idioma del país que los acoge, su cultura e idiosincrasia. Pero, ¿cómo esperan los gobiernos de estos países que la sociedad los acoja, si no existe una educación apropiada e incluyente que promueva el sentido de tolerancia y solidaridad con respecto a las historias y las personas detrás de la palabra inmigrante o refugiado?
En números, según el informe anual publicado por ACNUR, cada día, 42.500 personas se ven obligadas a dejar sus países de origen para salvar sus vidas. En 2014, se contabilizó la cifra más alta de desplazados forzosos ¡desde la Segunda Guerra Mundial! En total, casi 200 mil personas llegaron a Europa el año pasado cruzando el Mediterráneo y, de éstas, 3.500 murieron en altamar. Sin embargo, a pesar del alto número de refugiados y de desplazados, y de la tragedia que rodea su situación, los países industrializados sólo han recibido un 14% de los refugiados mundiales mientras que el 86% restante permanece en países en vía de desarrollo.
Si Europa le teme al número de refugiados y de inmigrantes que llega a sus costas, déjenme recordarles que los sirios y afganos le temen a la guerra y al avance del Estado Islámico, y que África es desangrada por los conflictos armados. Estamos hablando de vidas humanas y de la oportunidad de conceder a otros la posibilidad de una existencia digna. En 2014, 3.699 afganos fueron víctimas fatales del conflicto entre grupos talibanes y el gobierno; y en Siria, “El Observatorio Sirio de Derechos Humanos” anunció la muerte de 4.830 tan sólo en el pasado mes de agosto.
En un mundo en dónde estar bronceado es “cool”, pero ser negro no tanto; donde según la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), cada año se pierden cerca de un tercio de los alimentos que se producen en el mundo para el consumo humano, mientras que 925 millones de personas no tienen que comer (más de la población de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea juntas); y en donde La mitad de la riqueza mundial está concentrada en 85 millonarios, como lo denunció la ONG de origen inglés, Oxfam; no nos digamos mentiras, comida y dinero sí hay, lo que falta es generosidad y sentido de la equidad.
En resumidas cuentas, los inmigrantes, desplazados y refugiados, son una realidad que toca a la puerta de países en todas partes del mundo, y es necesario un mayor compromiso por parte de los gobiernos e instituciones nacionales, transnacionales e internacionales, ante esta catástrofe humanitaria. Un compromiso que debe enfocarse en educar a sus ciudadanos en la empatía, la solidaridad y la inclusión social.
No podemos seguir pretendiendo que el problema no es con nosotros porque no lo sentimos en carne propia. Dentro de la actual mecánica de egoísmo moral en la que vivimos, el verdadero peligro de la retórica anti inmigrante no es sólo cerrar las fronteras a las personas que huyen de la guerra o la pobreza, es el de abandonar nuestra compromiso ético y social como seres humano. Nos estamos acostumbrando a sentir ira, rechazo y desprecio, pero estamos olvidado la compasión. Nos estamos acostumbrando a ver el sufrimiento todos los días a través de medios de comunicación o por la calle, y no mover un dedo. Nos estamos acostumbrando a no sentir. Entonces, ¿cuáles son esos valores que los gobiernos temen perder con la llegada de los refugiados e inmigrantes a sus países?, ¿El de valorar más a un objeto que a una persona? Los dejo con esa pregunta.
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