Por: Antonio J. Guzmán.
El domingo en la mañana me dirigí a la panadería más cercana a mi casa. Tan pronto bajé de mi vehículo me abordó un sujeto sin camisa, descalzo y con un olor propio de quien no se baña en varias semanas. Una persona a la que vulgarmente llamamos “loco”.
No había terminado de mencionarme la frase “regáleme para un pan” cuando yo riposté de manera tosca y con fastidio diciéndole “no tengo” y seguí mi camino al local comercial pensando en lo molesto que es toparse con esas personas.
Entré, compré una avena y un pan de queso y mientras degustaba mi desayuno me quedé viendo al tipo que seguía pidiéndole plata a todo el que pasaba sin contar con suerte. De repente, se acercó otro individuo con no mucho mejor aspecto que el primero. Lo saludó con una sonrisa y le dijo “mi llave yo no tengo ni un barra, pero si quieres te puedo motilar, ¿qué dices?”.
Sin pensarlo dos veces, el mendigo se sentó en el piso y su nuevo amigo sacó un peine y unas tijeras de un trajinado morral que cargaba y se dispuso a cortarle el cabello en el improvisado “salón de belleza”.
La escena me llamó mucho la atención y sin poder contenerme me acerqué hasta los protagonistas de esta historia y les pregunté “¿ustedes se conocen?”.
–No-, me respondieron al unísono.
En aquel momento, dirigiéndome al peluquero lo cuestioné nuevamente –entonces, ¿por qué lo estás motilando?-.
Él, de la manera más desparpajada posible me respondió –ñerda socio, hoy por ti, mañana por mi. El man está bien llevao y como yo también estoy mondao lo único que puedo hacer para ayudarlo es pegarle la peluqueada para que al menos se vaya pintoso de aquí. Además –continuó diciendo el hombre-, quien no vive para servir, no sirve para vivir-.
Lo que dijo se impregnó en mi mente y mi corazón y me vi denunciado en cada una de sus palabras. Ni el modesto desayuno que luego les brindé a ambos pudo quitarme el sentimiento de culpa que me dejó esta anécdota. No solo por no darle plata al tipo, tal vez con no hacerle mala cara hubiese sido suficiente. No solo con él, día a día vivo tan encerrado en mi mundito que no me doy cuenta que detrás mío, o incluso al lado, hay muchas personas necesitadas esperando una mano amiga o simplemente un gesto amable que pueda servir para mejorar su día.
Queda claro quien es el ogro en esta historia. ¡Vaya lección la que me dieron esos dos!
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