El individualismo caribeño

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Por: Andrés Quintero Olmos.


Si tomamos en cuenta que los economistas, hacen de la utilidad, de la satisfacción que procura el disfrute de un bien, la piedra angular del “Homo economicus” y que el deseo, según Hegel, es siempre el deseo del deseo del otro, convirtiéndolo en ilimitado, podemos concluir que la paradoja de Richard Easterlin es cierta: el bienestar de una sociedad no avanza con la riqueza sino únicamente con el deseo obsesivo de los seres humanos para competir con los demás. Por esta razón es que los multimillonarios de este mundo siempre quieren duplicar su fortuna.

El crecimiento particular como elemento más necesario que la riqueza, como esperanza efímera del humano en poder elevarse por encima de su condición. Es en este constato individualista que nosotros, los colombianos, y particularmente los caribeños, nos enmarcamos cabalmente, siendo esta condición la que nos ha llevado a aniquilar nuestras esperanzas de desarrollo conjunto.

A principios de los años 30, Keynes pensaba que en el futuro, y gracias al desarrollo del consumismo, todos los hombres podrían trabajar dos a tres horas al día con el objetivo de poder dedicar el resto de su tiempo a las tareas verdaderamente importantes como la cultura, arte o religión. Lastimosamente, Keynes se equivocó. Los problemas metafísicos no se convirtieron en los principales problemas de nuestros tiempos.

La prosperidad material se mantiene más que nunca como la búsqueda principal de las sociedades modernas y más en regiones como el caribe colombiano donde el individualismo es una cuestión de egoísmo idiosincrático, agravado con el hecho que la riqueza regional sólo se multiplica en pocas familias (las ciudades capitales caribeñas tienen la peor desigualdad del país junto a las de la región Pacífico).

A causa de este egolatría es que históricamente, en el caribe colombiano, no han prosperados eficientes políticas de colaboración entre sus mismos pobladores; nunca han existido –salvo algunos casos excepcionales- destacables fundaciones, cooperativas económicas, proyectos conjuntos de infraestructura, real cooperación entre los diferentes Departamentos y en general toda intención de unión económica. Mucho menos hemos podido crear una bancada costeña de congresistas unificada que nos represente, a excepción hecha de la búsqueda de mermelada. Por eso la imposibilidad de constituirnos como una organización política regional.

Esto se verifica con la poca intención que existe entre las diferentes ciudades capitales en querer interactuar e intercambiar. No en vano, aunque teniendo los mismos patrones culturales, los barranquilleros, cartageneros y samarios son marcadamente diferentes. Cada una de estas tres ciudades teniendo su propio hermetismo y su propia identidad musical, idiomática y económica, sin ambición de proyectarse y cooperar la una con la otra, sino más bien dándose la espalda, en una distancia de separación a vuelo de pájaro de 177 km entre ellas. Inverosímil pero realista en una región donde la superación rima más con materialismo y aislamiento.


 

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