Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Uno de los legados de la crisis financiera 2008-09 es un mundo inundado de deudas —lo que explica gran parte de la confusión y acrimonia de los debates actuales sobre la economía global. Casi todo el mundo desea un crecimiento económico más rápido y menor desempleo. Pero existe una gran división sobre si la manera de alcanzar esos objetivos es mediante más o menos deuda.
Sobre los hechos, hay poca disputa. El mundo tiene más deuda ahora que en el momento álgido de la crisis financiera. En un informe nuevo, el McKinsey Global Institute —brazo de investigaciones de la conocida firma consultora de administración— calcula que la deuda en todo el mundo se elevó en unos asombrosos 57 billones de dólares, o un 40 por ciento, entre fines de 2007 y mediados de 2014. Como porción de la economía global, la deuda representó el 286 por ciento del producto bruto interno, mientras que en 2007 representaba el 269 por ciento del PBI.
Esas cifras abarcan todo tipo de deudas: gubernamentales, de empresas y de familias. Alrededor de un tercio de la deuda extra provino de China; Estados Unidos y Europa también contribuyeron porciones considerables. ¿Ayudó o perjudicó toda la deuda nueva a la economía global? Bueno, depende.
Para comenzar, depende de dónde están los países en el ciclo crediticio —y también de la manera en que responden los gobiernos. El ciclo crediticio es otra etiqueta para expansión y contracción. El crédito fácil inicialmente estimula los préstamos y el crecimiento económico. Después viene la venganza. Los estándares crediticios se vuelven demasiado flexibles; los incumplimientos de pagos se multiplican y los prestatarios dedican más de sus ingresos a pagar préstamos viejos. La economía se ralentiza o entra en recesión. Finalmente, viene la recuperación, después de que las entidades crediticias absorben las pérdidas y los prestatarios pagan préstamos excesivos. Los préstamos que obtiene el gobierno (es decir, los gastos de déficit) pueden empeorar o suavizar ese ciclo.
Estados Unidos parece estar en la etapa de recuperación de ese ciclo. El estallido de la burbuja de la vivienda impuso una gran carga sobre la economía, que fue amortiguada por déficits mayores del gobierno. Pero desde 2007, el incumplimiento de pagos de hipotecas y el pago de las deudas redujeron la deuda de las familias en 26 puntos porcentuales de ingresos disponibles. Eso parece haber creado la escena para una recuperación más rápida. McKinsey coloca a un número de países en la misma posición (España, Reino Unido, Irlanda). A medida que las deudas de las familias caen, las perspectivas de crecimiento económico mejoran.
Es una buena noticia para la economía mundial, pero lamentablemente no es habitual. Según McKinsey, un número mayor de países tiene deudas familiares que se están elevando. Esas naciones quizás estén aún en la fase feliz del ciclo crediticio —o cerca de llegar al estallido de las burbujas de la vivienda. Entre otros, Australia, Suecia, Canadá y Corea del Sur, pertenecen a ese grupo. En 2014, la proporción deuda familiar a PBI de Canadá era casi un 56 por ciento más alta que la de Estados Unidos.
Están los que sostienen —el más prominente es el columnista del New York Times y economista galardonado con el premio Nobel, Paul Krugman— que el mundo necesita más, y no menos, deuda. Cuando los préstamos y el gasto privado se debilitan, sostiene Krugman, el sector público debe sustituir sus préstamos y gastos o si no, la economía entra en un estancamiento o en algo peor.
Eso es lo que ocurrió en Europa, dice Krugman, con horribles consecuencias económicas y políticas. Las políticas de austeridad no redujeron la deuda porque los recortes de gastos y los aumentos fiscales no produjeron excedentes presupuestarios. Mientras tanto, el dolor (ingresos más bajos, desempleo mayor) radicalizó a los electores de la clase media. En su columna del 9 de febrero, Krugman escribió: “Todo el que esté sorprendido por la victoria de la izquierda en Grecia, o el surgimiento de fuerzas anti-establishment en España, no estuvo prestando atención.”
En la práctica, las opciones quizás no sean tan claras. China ofrece una lección de cautela. Para protegerse de las consecuencias de la crisis financiera, China adoptó, a fines de 2008, un programa de estímulo de 600.000 millones de dólares, que entonces equivalían al 12,5 por ciento de su PBI. El programa, elogiado en general, logró su objetivo inmediato de mantener el rápido crecimiento económico, pero el éxito fue temporal. El crecimiento de China se está ralentizando drásticamente y las elevadas deudas amenazan la estabilidad económica.
Según McKinsey, las deudas de China (gubernamentales y privadas) suman un 282 por ciento del PBI, mientras que en 2007 representaban el 158 por ciento. Eso excede, sobre una base comparable, la deuda de Estados Unidos (269 por ciento del PBI) y de Alemania (258 por ciento del PBI). Casi la mitad de la deuda de China, dice McKinsey, se relaciona con la vivienda. Una caída en los precios de los inmuebles podría devastar la economía. La lección: Los planes de estímulo en el corto plazo a menudo distraen de asuntos en el largo plazo y simplemente postergan los problemas.
El veredicto sobre la deuda es ambiguo, porque sus efectos han sido ambiguos. Apoyó y también subvirtió la recuperación económica global, y desempeñó diversos papeles en momentos diferentes y en países distintos. Pero lo que el mundo realmente necesita es otro tipo de crecimiento económico —que dependa menos de la deuda y que sea más eficaz en aumentar puestos de trabajo e ingresos. Eso es más fácil decirlo que hacerlo.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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