Por: Andrés Quintero Olmos.
Ver: El drama del agro – Parte 1
Muchos han querido equiparar la inequidad en el campo con el control territorial, y lo han logrado: hoy en el imaginario nacional el principal problema de nuestra ruralidad -y atención, también del país- se origina en la desigualdad de la tenencia de la tierra.
Aunque lógicamente los latifundios dan un indicio de concentración de riqueza, estos no lo son todo y pueden procurar espejismos que, si mal analizados, establecen políticas demagógicas, como en Venezuela. El hecho de que haya más o menos minifundistas o latifundistas no tiene gran impacto en la riqueza generada en la agricultura del siglo XXI. Todo tiene que ver, en general, con el tipo de cultivo y, muy especialmente, con la productividad por hectárea, los costos y la calidad final.
No deberíamos estar obsesionados con repartir equitativamente la tierra, sino más bien con incentivar la riqueza desde los minifundios, aún más si 66,9% de las unidades de producción agropecuaria tienen menos de 5 hectáreas y ocupan menos del 5% de la tierra. En un país como Francia, tras la optimización de sus cosechas, y a partir de un mayor control productivo, los minifundistas viticultores han ido aumentando más sus ingresos frente a sus pares latifundistas.
Los avances fueron tan notorios que las Denominaciones de Origen tuvieron que restringir los hectolitros por hectáreas en pro de la estabilización del mercado. Asimismo, una ganadería intensiva de 10 hectáreas en la sabana de Bogotá podría costar o producir el triple que una propiedad de mil hectáreas en los Llanos. Por eso, de facto que los campesinos tengan más tierras no significa necesariamente mayor riqueza, y menos si no tienen la capacidad de mantenerlas.
Otro drama nuestro es que el Ministerio de Agricultura se ha convertido en una caja de populismo y políticas anti-técnicas (apaga-huelga), dedicando más de 95% de su presupuesto a distribuir discriminatorios subsidios. Todo esto en lugar de estar invirtiendo en investigación y tecnología para mejorar la productividad de los minifundistas. Por eso es que paulatinamente están desapareciendo los cultivos a corto plazo, porque no hemos sabido aprovechar los grandes avances tecnológicos que dieron el salto en productividad en las últimas décadas.
Los cultivos no permanentes se reducen y todo parece sustituirlo la ganadería, según el censo. ¿Por qué, por tanto, no especializarnos en ganadería como lo hizo Nueva Zelanda? El problema es nuevamente la productividad: mientras que aquí el promedio de producción de leche de una vaca es de 1,5 toneladas al año, en Estados Unidos es de 9 toneladas. Una hectárea de maíz en Colombia produce menos de la mitad que la misma en Estados Unidos. Todo esto empeora cuando constatamos que el peso fluctúa más que un Mapalé y que invertir en el campo aquí trae peligros como el de ser secuestrado o extorsionado.
Competimos con el mundo, pero transportar un contenedor de Bogotá a Buenaventura cuesta más que llevarlo de Buenaventura a Singapur. Nuestro drama se agrava ante la paradoja que obtener una línea de crédito de FINDETER cuesta más (y es más engorroso) que lograr un crédito de consumo de la banca comercial y ante el hecho que nuestro Gobierno sigue titubeando con cada fenómeno del Niño, sin saberlo prevenir o atenuar.
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