El combate medieval, entre amor por la historia y gusto por la pelea

Con el estrépito de sus espadas y los hombres rodando por el suelo el combate medieval atrae cada vez a más adeptos, que combinan el gusto por la historia y el placer por la pelea. “Siempre me gustó la idea de pelear, ¿Qué niño no desea golpear a alguien con una espada?, explica Luke Woods, un inglés de 28 años que participa en el Ascenso de Los Caballeros, un torneo de combate medieval que se celebra en un hangar de Bernau, cerca de Berlín.

Este torneo, etapa previa al campeonato del mundo organizado a finales de abril cerca de Gdansk, en Polonia, pasó de un puñado de equipos en su primera edición, en 2013, a unos 30 este año.

Los grupos de cinco concursantes, procedentes de toda Europa, se desafían vestidos con armaduras de 25 kilos. Manejan espadas, hachas y mazas, y multiplican patadas, puñetazos y zancadillas.  “Para mí, esto combina todo lo que me gusta del rugby, el combate y la historia”, asegura Woods, antiguo jugador de rugby que ahora enseña tiro con arco.  Pese a sus 20 páginas de reglamento y la presencia de varios árbitros, que vigilan la arena, el combate medieval no tiene nada que ver con coreografías donde nadie se hace daño.

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Te envuelve una niebla roja’

“Enviamos a un tipo al hospital con un corte en el ojo, unos cuantos moratones, un brazo y una pierna rotos”, explica Adam Nawrot, vicepresidente de la Federación Internacional de Combate Medieval (IMCF).

Si los cascos no están bien ajustados, se producen conmociones. También hay rodillas y hombros dislocados, explica Woods. Un asalto “supone bastante peso sobre una articulación”, dice.  “A veces te envuelve una niebla roja”, añade Pawel Kurzak, de 36 años, miembro de los Battle Heritage Lions, vencedores anglo-galeses del torneo en 2014, que perdieron este año en la final contra el equipo polaco.

A diferencia de los usos de la Edad Media, el triunfo no implica matar a su adversario. Basta con llevarlo al suelo y la victoria es para el mejor de tres asaltos.  Está prohibido golpear en el cuello, el pie, la corva, la entrepierna o la garganta, y moler a palos a un adversario derribado se castiga con una tarjeta amarilla. “Los combates parecen un inmenso desorden, pero está muy organizado”, asegura Julien Roumaud, un carpintero de 33 años, que viajó 18 horas desde el centro de Francia para integrar el equipo de su país.

El filo de las armas se “embota para que no corten”, según el reglamento de la IMCF, mientras que cada armadura —cuyo coste es de unos 1.200 euros— debe proceder de un periodo histórico concreto.

‘Un miedo positivo’

Para Roumaud, “es un deporte completo, hay que estar en forma para correr mientras se aguanta una armadura pesada, por eso dejé de beber”.  “Entreno unas ocho horas semanales: técnica y estrategia, y mucho ejercicios cardiovasculares como el boxeo”, cuenta, describiendo “la adrenalina” que siente en pleno combate. “Claro que se tiene miedo, pero es un miedo positivo, que aguza la mente”, asegura.

Para Kurzak, que sueña con formar parte de la selección inglesa en los campeonatos del mundo, los combates medievales juntan “a todo tipo” de adeptos, “desde los informáticos hasta los banqueros y abogados”. “La cultura occidental ha evolucionado de tal manera que ya nadie quiere herir ni ofender a nadie. Pero aquí hay dos equipos que aceptan los peligros y el desafío”, afirma.

“Somos amigos fuera de la arena, pero dentro es una historia muy, muy distinta”, dice Kurzak, que se enamoró de este deporte desde su primer combate. (AFP)


 

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