Por: María Alejandra Ahumada M.
Junto a los más de 600.000 refugiados que han cruzado la frontera europea en lo que va del año, también viajan, envueltos en bolsas plásticas y elásticos, la más preciada de sus pertenencias: sus celulares.
Un aparato que parece un lujo en medio del desplazamiento, pero que carga con las memorias del feliz y, a su vez, doloroso pasado del que huyen, y que es testigo fiel de un presente en el que siguen arriesgando sus vidas para alcanzar asilo en tierras extranjeras.
No sé si el señor Martin Cooper, creador del teléfono móvil, imaginaría el impacto que su invención tendría para la historia de la humanidad cuando hizo su primera llamada en público el 3 de abril de 1973. Y, sobretodo, su impacto en época de conflictos armados y emergencias humanitarias como la que experimentan estas personas en busca desesperada de una nueva vida lejos del terror que azota a sus lugares de proveniencia.
Parece extraño e incluso ficcional pensar que mientras nosotros nos tomamos una selfie para compartir con nuestros amigos la fiesta del sábado pasado; una selfie para una de estas personas es la posibilidad de avisar a sus familiares y allegados que por fin han alcanzado su destino en Europa después de un largo, agotador y peligroso recorrido.
Porque lo que para nosotros es un simple mensaje de whatsapp o una llamada telefónica, para ellos es un mensaje con el nombre del traficante de refugiados “de confianza” que los ayudará a cruzar el Mar Mediterráneo, o la ruta correcta por tierra para llegar hasta destino seguro. Y hago esta comparación para que nos demos cuenta de que en tiempos modernos y bajo la misma burbuja tecnológica que nos cobija a todos, para los migrantes las redes sociales y un celular son más que un utensilio de trabajo, de lujo o de entretenimiento. Son un objeto tan imprescindible como el agua, la comida y el aire que respiran.
Un objeto indispensable para personas que son como cualquiera de nosotros, porque aunque sus historias y nombres queden camuflados bajo las palabras refugiados, asilados o migrantes, muchos de ellos también tuvieron carro, casa y beca (como se dice coloquialmente), y gozaban de comodidades, prestigiosas carreras y futuros brillantes, pero, para tristeza de ellos y para fastidio de otros lo han perdido todo o casi todo en medio de la guerra. Una guerra que no han elegido pero que de igual manera han tenido que padecer.
El documental “District Zero” o “Distrito Cero”, producido por la organización no gubernamental Oxfam y la Comisión Europea, muestra a través de la vida de un refugiado, Maamun, dueño de un negocio de celulares en el campamento de Zaatari en Jordania (el segundo campamento con mayor número de refugiados en el mundo), cómo para la mayoría de las personas que habitan en estos lugares, sus teléfonos celulares se han convertido en su conexión con los recuerdos. Recuerdos de los momentos felices que compartieron en familia y en sus hogares, como también de los momentos más escalofriantes de la destrucción que han sufrido sus países.
Así mismo, el diario The Washington Post, en su artículo “No, cellphones are not a luxury for Syrian refugees” (No, los celulares no son un lujo para los refugiados sirios), describe algunos de los usos frecuentes de los celulares y las redes sociales dentro de los campamentos de refugiados, como por ejemplo: mantenerse informados de lo que ocurre al interior de sus países (entierros, nacimientos, bodas, etc), enviar dinero dentro y fuera de Siria, expresar sus creencias políticas con mayor libertad, seguir el pronóstico del tiempo (de gran utilidad para quienes se embarcan en una travesía por mar), y mantenerse al tanto de lo que sucederá durante y después de su espera en los campamentos.
El artículo publicado por UNICEF “Mobile apps are a lifeline for Young Syrian refugees” (Las aplicaciones para celulares son una línea de vida para los jóvenes sirios refugiados), también agrega otros usos a esta lista: búsqueda de seres queridos, continuar con sus estudios, aprender el idioma del país que los acoge, informarse acerca de cómo obtener una residencia, acceder a las páginas de búsqueda de empleo, abrir una cuenta bancaria y pedir asistencia médica, entre otros.
¿Quién pensaría que esta herramienta compuesta por pequeños cables, pantalla y teclado, y en el que perdíamos horas jugando con la serpiente de los antiguos celulares Nokia, se convertiría en una utensilio necesario para sobrevivir? Hoy, en medio de la considerada como la mayor ola migratoria desde la II Guerra Mundial; para los refugiados, un celular, una SIMcard y un cargador, más que un medio de comunicación significan una posibilidad de conservar un recuento de sus historias, adaptarse a una nueva realidad y, sobretodo, de mantener viva la esperanza de que algún día podrán recuperar la vida que perdieron.
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