“¡Ya no hay estaciones! Y para la ostra las cuatro son indispensables”, se queja Mathieu Le Moal, un ostricultor francés abrumado por los efectos del cambio climático sobre estos moluscos.
“Hace 20 años cuando preparábamos los pedidos para las fiestas tiritábamos en el taller. Hoy hay 15 grados”, constata Le Moal, arremangado delante de un tractor cargado de decenas de sacos de moluscos.
“Necesitan el invierno, es el momento en el que descansan, gastan menos energía”, explica, mientras se dirige a un hangar de madera donde una decena de empleados seleccionan, pesan y empaquetan las ostras.
En la región de Bretaña (oeste) y en la de Normandía (norte) los ostricultores lamentan la larga sequía del verano. Sin lluvia para transportar las sales minerales hasta el mar “no hay plancton, alimento básico de las ostras, y no crecen”, dice suspirando Bertrand Racinne, de 59 años, zigzagueando entre charcos, cajas y cestas.
“Resultado de ello tenemos ostras, pero faltan las grandes”, resume este productor.
Según el Comité Nacional de Conquicultura (CNC), las 4.500 empresas ostrícolas francesas comercializaron 100.000 toneladas de ostras en 2017, a unos 5.000 euros la tonelada. La ostra hueca japonesa (casi la totalidad del mercado), consumida después de tres años de crianza, se divide en cinco categorías o “calibres”.
“Diez gramos menos por unidad se nota en el volumen de negocios. Los ostricultores tendrán entre 20% y 30% de volumen menos este año”, afirma el presidente de CNC, Philippe Le Gal. “El calentamiento global comienza a notarse”, afirma.
Migración, acidificación
La ostra filtra 10 litros de agua por hora y es incapaz de controlar su temperatura interna. “Es extremadamente sensible al entorno”, que influye en su desarrollo y reproducción, afirma Fabrice Pernet, un investigador francés.
El aumento de las temperaturas corre el riesgo de “favorecer” las enfermedades de la ostra, alerta.
Desde 2008, el sector registró una alta tasa de mortalidad entre las larvas y las pequeñas ostras. Algunos años se ha llegado a perder el 75%. Los estudios culpan al virus herpes OsHV-1 (inofensivo para el ser humano), presente desde 1991, pero que se ha vuelto más agresivo sin que se sepa porqué.
Este patógeno es muy mortal “en un agua comprendida entre 16 y 24 grados”, o sea entre “cuatro a seis meses por año” en el oeste de Francia, afirma Pernet.
Pueden surgir nuevos patógenos, arrastrados por las especies originarias del sur que emigran al norte.
La acidificación de los océanos, que obliga a las ostras a “gastar más energía” para fabricar su caparazón, contribuye a asimismo a debilitarlas, al igual que la erosión de la biodiversidad, estima el investigador.
Necesidad de frío
Las ostras adultas tampoco se salvan. Desde los años 1990 se han visto varias veces golpeadas por otro virus que las mata.
“Hemos observado que los episodios de mortalidad extrema (más de 25% de las ostras) se producen meses después de un invierno suave y lluvioso”, afirma Yoann Thomas, del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (IRD) y coautor de un estudio publicado en octubre.
Sin el frío, “que permite un descanso biológico”, y con fuertes lluvias, “que modifican la salinidad del agua” y “su contenido en fitoplancton”, su actividad se modifica y comienzan el año “debilitadas y vulnerables”, explica.
Según las previsiones de los expertos de la ONU sobre el clima, estas condiciones serán cada vez más frecuentes y (el exceso de índice de mortalidad que ahora se registra cada diez años podría darse un año de cada dos de aquí a 2035″, y de forma anual para 2100 si no se limita el calentamiento global, añade el investigador.
Algunos ostricultores culpan de sus males a la contaminación, la concentración de ostras en las instalaciones o la llegada al mercado de ostras modificadas en laboratorios.
“La mortalidad cambia de un año para otro (…) Nadie logra explicarnos porqué”, reacciona el ostricultor Alexandre Prod’homme.
“La ostra no va a desaparecer. Se reproduce rápido y ya coloniza el norte de Europa”, asegura Fabrice Pernet. “Pero probablemente migrará” y los ostricultores tendrán que adaptarse.
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