Por: Iván Mazo.
Cuando usted sirve sin un motivo determinado le está abriendo las puertas a un tipo de riqueza de características tan especiales que usted mismo no está en condiciones para determinar su alcance. El día que la prestación de un servicio para usted no requiera de antecedentes ni razones, el día que usted no tenga explicaciones que dar dar sobre un servicio prestado, ese día habrá comprendido el secreto fundamental para producir riqueza. Usted se verá rodeado de oportunidades nuevas incomprensibles a los ojos de la razón, sus arcas empezarán a repletarse, por todas partes brotarán proyectos nuevos de esos que siempre añoraba y que siempre le fueron negados, sus dificultades económicas cada vez serán menos hasta llegar a volverse cosa del pasado.
El día que usted descubra el mágico poder del servicio sin conveniencias notará que una nueva energía extraña lo impulsará para alcanzar lo inalcanzable, todos tendrán que ver con usted para ofrecerle proyectos, para participarle de buenas noticias, para buscar su compañía, sus días tendrán un azul intenso y cuando llegue la tempestad de los malos tiempos esas fuerzas vendrán a darle la mano hasta superar esos duros momentos. Para que todo esto suceda, ábrase al mundo, déjese fluir respondiendo siempre con el acto más noble que quepa en su corazón y si le va mal muérase de la risa, y si lo tratan de estúpido, entonces vuelva a reírse y empiece de nuevo, no hasta que su servicio sea bien recibido, sino hasta que su alma esté plena. Se sirve porque se siente hambre de plenitud, no porque se tiene necesidad de lograr algo.
Si usted sirve con devoción y la respuesta es adversa pero su alma está plena, entonces nunca le podrá ir mal. Reparta prosperidad a manos llenas porque el servicio auténtico es dar aquello de lo que uno carece para que le llegue lo que le está haciendo falta. Y si todo esto no produce riqueza entonces revise su proceso, encuentre el vacío que dejó en algún lado, porque se lo aseguro, la ley del servicio como generadora incansable de riqueza nunca falla. Sirva sin motivos porque simplemente usted no puede proceder de otra manera, porque su corazón sólo sabe vibrar en esa nota y cantar esa melodía, porque usted sólo sabe actuar con grandeza.
¿Cómo ser un buen servidor cuando nos hemos construido una vida que se manifiesta a través de nuestras carencias? Nuestras carencias de todo tipo son el producto de ese cúmulo de prevenciones, conveniencias e intereses mezquinos que anteceden nuestros actos; del arsenal de experiencias negativas pasadas con las que hemos tejido una red en la que nosotros mismos fuimos los primeros atrapados; de la multitud de sombras erigidas alrededor de nuestros miedos. Tenemos carencias porque estamos llenos de miedos. Lo que no entendemos es que cuando a la vida le respondemos desde nuestras carencias estamos condenados a cargar con una historia individual de miseria.
La siguiente historia es personal y su resultado me llevó a entender la importancia del arte de servir sin motivo como elemento generador de prosperidad y riqueza.
Cualquier día en el cruce de una calle tuve un encuentro casual con un amigo que era presidente de la asociación de secretarias de mi ciudad. Después de manifestarnos mutuamente la alegría por aquel encuentro me invitó a que fuera el conferencista central de la conmemoración del día de la secretaria que se celebraría un mes más tarde. Previamente me había advertido que la asociación no tenía recursos económicos para pagar mi intervención, a lo cual repuse que eso no era ningún problema y que yo lo hacía de todo corazón. Mi vieja amistad con él me obligaba a aceptar de inmediato su solicitud sin ningún tipo de reparos. Ocho días más tarde la directora ejecutiva llamó a mi oficina para agradecer mi participación y para concretar los pormenores logísticos de la conferencia. Me dijo que la celebración sería un día domingo en una población que distaba unos 80 kilómetros de mi casa y que yo intervendría a las cuatro de la tarde.
Apenas colgamos el teléfono me tomé la cabeza en medio de una sensación de frustración que me aturdía. Mi conferencia sería un domingo, a una pésima hora, las cuatro de la tarde, debía recorrer 80 kilómetros, y como por si fuera poco, gratis, es decir, todo nefasto. Tengo que confesar que me arrepentí de haber aceptado esa invitación. De inmediato mi mente empezó a imaginar posibles disculpas para cancelar, busqué mil maneras de negarme, pero al final, muy en mi contra, terminé cumpliendo mi promesa. La peor sensación la experimenté mientras recorría la carretera, llegué a sentirme el ser más desafortunado de ese domingo. Sin embargo, tres cosas sucedieron que me propinaron una lección inolvidable acerca de la importancia de servir sin motivos. Fueron tres hechos supremamente simples pero definitivos para mi vida: el primero, ese gran recibimiento de que fui objeto por parte de más de trescientas secretarias, estaban felices con mi presencia y deseosas de escucharme. El segundo, El aplauso de pie y la atención que me prodigaron después de terminada mi conferencia, un gran cantidad de ellas se quedaron porque querían hablar conmigo un poco más.
El tercer suceso fue el más sorprendente por lo inesperado. Tres meses después recibí en mi oficina una llamada de una persona que yo no conocía. Al presentarse me dijo que ella era la secretaria de la presidencia de la empresa tal – una gran empresa en Colombia- y pasó a contarme que el comité de presidencia había determinado embarcase en un proceso de cultura de servicio para todos los empleados y que ella había hablado de mí como la persona idónea para desarrollar dicho proceso, motivo por el cual, su presidente deseaba conocerme a la mayor brevedad posible. Como era lógico yo le respondí que estaba totalmente interesado en hablar con su presidente cuanto antes. Después de varias reuniones con las diferentes instancias de la empresa presenté una propuesta y fui contratado por un año y medio para desarrollar esa cultura del servicio en cerca de 1.700 empleados en todo el país.
Esta experiencia desató en mí enormes reflexiones. Me di cuenta lo miserables que somos a la hora de servir cuando las circunstancias no nos deparan un beneficio identificado o una conveniencia explícita. Cuando un determinado servicio no se ajusta a nuestros cálculos. Cuando de antemano no vamos a obtener nada del servicio que vamos a prestar. Cuando consideramos que somos nosotros los que damos y que son los demás los que recibirán un beneficio nuestro. Si ese domingo me sentí el ser más desafortunado, ahora me sentía el hombre más miserable. Qué torpemente nos comportamos cuando todo lo evaluamos dentro del marco de un resultado inmediato. Qué pobres somos cuando no somos capaces de ver más allá de las narices, cuando nuestra alma y nuestra mente no vibran intensamente sólo por el hecho de haber sido tenidos en cuenta por alguien que valora nuestras capacidades y que nos solicita una contribución que considera puede ser útil. Ese día caí en la cuenta de que el sólo hecho de que alguien crea en nuestras capacidades y nos tenga en cuenta para algo útil merece nuestro más profundo sentimiento de agradecimiento.
Desde ese día el sólo hecho de que alguien me tenga en cuenta para algo útil me es suficiente. Descubrí que esa es mi ganancia. Siempre que alguien te tiene en cuenta para algo te está dando la oportunidad de que manifiestes tus propios dones y eso lo vale todo. No te pierdas la oportunidad de descubrir lo sublime en lo cotidiano, lo sagrado en lo ordinario, la prosperidad y la riqueza en lo aparentemente insensato y carente de sentido.
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