Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Para comprender la devaluación sorpresa de la moneda china, es necesario conocer el contexto.
China está llevando a cabo una importante transformación económica—o, por lo menos, está intentando hacerlo. Durante años, descansó en un crecimiento económico impulsado por las exportaciones y por inversiones masivas en vivienda, infraestructura (caminos, ferrovías, puertos) e industria pesada (acero, vidrio, aluminio). Ese modelo económico parece ahora agotado. El comercio mundial es débil. Las inversiones excesivas en vivienda, infraestructura e industria llegaron a la saturación. Por tanto, China está virando su motor de crecimiento económico apuntando a los gastos del consumidor en servicios y fabricaciones livianas.
Que esta conversión tenga éxito o que fracase será un hecho de trascendental importancia. Si China triunfa es probable que sea más estable. El destino del Partido Comunista también depende, en una medida desconocida, del resultado.
Lo que es preocupante es que la inesperada devaluación sugiere que los dirigentes chinos sienten cautela con respecto a la nueva estrategia y están revirtiendo a algo más familiar. Al debilitar la moneda—el renminbi(RMB), también llamado yuan—las importaciones de China se vuelven más baratas en los mercados mundiales. Con un comercio global perezoso, China estimularía su economía apoderándose de las porciones de otros países en el mercado de exportaciones.
Naturalmente, eso desagradaría a los rivales comerciales de China—Corea del Sur, Indonesia y otros. Podrían producirse guerras de la moneda si tomaran represalias con sus propias devaluaciones competitivas. Las consecuencias para la economía norteamericana también serían desagradables. El dólar es la principal moneda de reserva del mundo. A medida que las otras monedas cayeran, el dólar subiría. Las exportaciones norteamericanas se encarecerían, y las importaciones a los Estados Unidos se volverían más baratas. (Nota: El dólar ya se elevó agudamente contra el euro y el yen.)
No sabemos si todo esto ocurrirá. En sus declaraciones, los chinos describen la devaluación del RMB como un cambio principalmente técnico—con el beneplácito del Fondo Monetario Internacional—creado para conectar más el valor de la moneda a las fuerzas del mercado que a fórmulas burocráticas. Muchos economistas no-chinos están de acuerdo. Hasta el momento, la devaluación es modesta, alrededor del 3 por ciento hasta el viernes. Pero si China continúa su depreciación, el impacto será más importante.
“Lo que ha agitado los mercados es [que] éste sea el comienzo de una tendencia, que podría ser bastante perturbadora,” dice David Dollar, ex economista del Banco Mundial y del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y ahora en Brookings Institution. “Si se producen guerras de la moneda, pueden imaginar las represalias comerciales. Ése es un mundo negativo para las nuevas inversiones.”
La economía china sin duda está ralentizándose. En julio, las exportaciones bajaron un 8 por ciento comparadas con el año anterior, escribe la economista Wang Tao de UBS, y un enorme excedente de propiedades “mantuvo a los constructores… [sin] lanzar nuevos proyectos.” Como reflejo de la crisis en la vivienda y del debilitamiento de los gastos en infraestructura, la producción de acero, de otros metales y de cemento “o bien se redujo o se ralentizó más,” informa.
Aún así, esos son precisamente los cambios necesarios para empujar la economía hacia los gastos del consumidor y alejarla de su dependencia de la industria pesada y las exportaciones. Esa transición, sostiene Dollar, va mejor de lo que normalmente se cree. El consumo está creciendo con mayor rapidez que las inversiones, y en el pasado año, los ingresos familiares subieron un 11 por ciento. Según estándares europeos, la economía China está desempeñándose bien, con un crecimiento económico anual de un 6 o 7 por ciento.
Pero los dirigentes chinos parecen nerviosos—la reciente debacle de la bolsa es otro ejemplo. Quizás piensen que la mayoría de los chinos están condicionados a esperar tasas de crecimiento económico anual del 10 por ciento (el promedio de 1980-2010). O quizás temen una juventud inquieta. “Están produciendo 7 millones de graduados universitarios al año,” dice Dollar. “Es difícil crear puestos buenos para todos ellos.”
Cualquiera sea la causa, el principal peligro es que China desestabilice la economía global por medio de una depreciación excesiva de la moneda. Para ser justos, los funcionarios chinos dijeron que no desean una devaluación profunda. Si eso es cierto, toda la ansiedad y nerviosismo de la semana pasada habrá sido mucho ruido y pocas nueces. Pero las circunstancias cambian y los gobiernos a veces hacen cosas que dijeron que no harían.
Es difícil decir dónde debería estar la tasa del RMB. Algunos economistas piensan que aún está subvaluada, otros, que está sobrevaluada; y otros, que es correcta. Estados Unidos está en una posición incómoda. Durante años argumentó que debía haber una mayor dependencia “del mercado”—en lugar de los funcionarios gubernamentales—para determinar la tasa de cambio. La suposición entonces era que las fuerzas del mercado subirían el RMB. Ahora las fuerzas del mercado probablemente lo bajen. El motivo es que los grandes flujos de dinero de China hacia el exterior (casi 500.000 millones el año pasado, calcula UBS) significan ventas masivas del RMB.
Pero sabemos que China aun tiene un enorme excedente comercial y que la depreciación del RMB lo haría aún mayor. El excedente a su vez reflejaría exportaciones perdidas de otros países, cuyo crecimiento sufriría en consecuencia. Tal como advierte Dollar, volveríamos a un mundo de grandes excedentes y déficits comerciales insostenibles. El mejor curso para China—y para el mundo—es continuar alejándose de su dependencia excesiva del comercio y de las grandes inversiones.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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