Por: Eduardo Lleras Losada.
Desde la noche anterior la había prometido a Chelo que si me despertaba temprano iríamos juntos a recorrer algunos de los caminos de los cerros orientales de mi ciudad. La verdad es que me desvelé, después de la llegada de las faenas de sábado en la noche de mis hijos. Luego de vueltas y reflexiones no le di mas largas a mi promesa, desperté a Chelo y enfilamos rumbo a las montañas.
Tan pronto llegamos a nuestro punto de partida, empecé a tener una especie de monólogo en donde le iba relatando a Chelo, cómo en el pasado solía tener esta clase de escapadas con Nacho. Le conté cuanto le gustaba a Nacho este plan, y cómo nos lo habían prohibido pues habían cerrado hace algunos años los accesos mas cercanos a nuestros bellos cerros. La rabia y amargura que me generan las prohibiciones se iba despertando en mí, hasta darle paso al verdadero motivo de mi desvelo.
Se agolparon en mi cerebro las palabras bareto, alcohol, cigarrillo, parque, niño, niña, corte y moral. Desconcertado por los juegos de mi mente, me propuse a mí mismo, y le propuse a Chelo, un ejercicio crítico que me permitiera entender más las preocupaciones que me roban el sueño. A continuación, algunas veces con sátira y otras sin ella, trataré de resumir mis reflexiones y posiciones frente a este tema.
Lo primero que le mencioné a Chelo es que los temas del sexo, el alcohol, el cigarrillo y las drogas son de aquellos temas en donde siento que no nos abrimos y mantenemos una conversación clara, honesta y transparente en nuestros entornos familiares y sociales. Si asumimos la familia como el núcleo básico del tejido social creo que los padres nos hacemos los güevones con estos temas. La mayoría de las veces evadimos la conversación, y cuando decidimos afrontarla la llenamos de mentiras, demonizaciones y posiciones ingenuas que buscan evadir la realidad. “Mi niño no toma ni fuma, y mi niña tampoco, y mucho menos tiran”, nos decimos y le decimos a los demás. Rematamos nuestra historia de ficción con un golpe de autoridad moral que se resume en la frase que dice es que yo si enseño valores.
Pero como no hablar de los temas con nuestros hijos no borra nuestros legítimos temores, decidimos tomar acciones preventivas como erradicar el alcohol de nuestras casas y/o ponerle llave al bar para que las tentaciones del demonio desaparezcan. Prohibimos fumar en la casa y las visitas deben ser en la sala y sobre todo con papá y mamá presentes en la casa. Alcohol, cigarrillo, droga y sexo, fuchi, feo, malo. Prohibición total, y ante el mínimo resbalón de nuestros hijos usamos la palabra de que desilusión,sin entender que esta palabra nunca debería ser usada para referirse a nuestra relación con otro y mucho menos con un hijo o hija (denota superioridad moral y nada mas falso y peligroso).
Pues bien, ante la incapacidad de conversar y construir entendimientos comunes con nuestros hijos, recurrimos entonces a la ayuda de los colegios y sus programas de prevención. Si bien los programas son bien intencionados, parecen dirigidos o conceptualmente concebidos por ex adictos. Y como reza el refrán que dice que no hay nada peor que una puta rehabilitada,pues su posición es tajante y se resume en cero toleranciay la firma de contratos concebidos para el inmediato incumplimiento. Ya en este punto, nuestra distancia con la realidad que viven nuestros hijos es infinita. Nosotros hemos creado un imaginario de sociedad utópica y casi distópica y mientras tanto nuestros hijos están que se tiran, se fuman un cigarrillo y se ajustan su primera perra. El Estado recoge en últimas nuestros temores y legisla para ángeles y la utopía se escurre a la distopía.
Como la realidad es que ni nosotros ni nuestros hijos tienen alas y plumas en la espalda, resulta que con nuestra incapacidad de diálogo y cero tolerancia los invitamos precisamente a los parques a vivir sus experiencias en ambientes poco controlados (los adolescentes entran y salen de las fiestas a los parques a tomar y fumar).
Con el nuevo código de policía lo único que encontrarán en los parques será precisamente a los jíbaros, que son los únicos económicamente capaces de pagar la coima que la autoridad exige a los negocios informales ( siiiii, ellos reciben coimas de mucha gente, entre ellos los jíbaros). Hasta hace algunos meses la oferta en el espacio público era amplia, iba desde la arepa y la empanada hasta el porro, pasando por los manimotos, maizitos, la pola y el jugo, entre muchos otros. Hoy en día, ante la poca oferta y la creciente demanda, la opción es un porro o alguna otra cosita mas fuerte, que es lo único que hay. En otras latitudes los parques y espacios públicos son punto de encuentro y recreación en donde conviven el ejercicio, la contemplación, el yoga, el reiki, la meditación y oración con la comida, el cigarrillo, el alcohol y uno que otro consumidor de cannabis.
Algunos dirán que aquellos que quieran tomarse un trago, fumarse un cigarrillo o fumarse un bareto deberían hacerlo en el ámbito de lo privado. A ellos les digo que no es mentalmente sano crear esa disociación entre mi mundo privado y mi relación con el mundo público. Al final es una invitación a la falta de autenticidad, la mentira, el silencio y la impunidad. Lo público y los espacios públicos han de ser la vitrina de la expresión humana que permitan la generación de sociedades mas tolerantes e incluyentes. Las sociedades diversas saben regularse y convivir en armonía.
Por último, le decía a Chelo que me preocupaba que en el futuro prohibieran la práctica del ejercicio en espacios públicos. Claramente las ropas deportivas que usamos hoy en día pueden despertar en los niños y niñas el deseo sexual y esto podría preocuparles a algunos que piensan que es un gustico reservado al matrimonio.
Volviendo a la casa le serví agua y comida a Chelo. Se echó a mi lado jadeante de preocupación. Me lamió la mano y se quedó dormido mientras yo le decía que lo mejor será acabar los parques para evitarnos más problemas.
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