El perdón

Por: Eduardo Lleras Losada.

Hace algunos años escuché (o leí) que a la celebridad de la radio Norteamericana Howard Stern lo oían sus seguidores en promedio 19 minutos al día, mientras que sus detractores, o sea los que lo odiaban, lo oían en promedio 90 minutos al día.

Algo similar me pasa con algunas celebridades radiales colombianas, los oigo, en algunas casos durante horas, odiando su popular irresponsabilidad y lenguaje viperino y destructor. La semana pasada en alguna autoimpuesta tortura de escuchar a un incendiario periodista, escuché cómo se refería a las excusas y perdón que el gobierno colombiano pidió por las desapariciones del palacio de justicia, como una traición a la Patria. En mi interpretación de lo que decía, ser patriota era seguir negando la realidad y nunca aceptar los errores y mucho menos pedir perdón. Esa misma noche me encontré con mi amiga Gladys y en un ejercicio de buscar sobre qué escribir llegamos a la importancia del pedir perdón y de perdonar en reciprocidad.

Pedir perdón y perdonar (cuando son de verdad verdad, de corazón) son dos de los actos humanos mas difíciles y al mismo tiempo más liberadores que pueden existir. Son difíciles por que nos han enseñado, en el caso de pedir perdón, a nunca aceptar nuestros errores. A mantenernos en posiciones absurdas y sin fundamento que no nos permitan mostrar un leve atisbo de vulnerabilidad e infalibilidad.

Nos enseñan desde niños que la fortaleza de carácter y espíritu de verdaderos líderes se mide en el cometer el menor número de errores posibles, y una vez cometidos a ocultarlos para no poner en evidencia nuestra falta de talante, inteligencia, compromiso o alguna otra grandeza de la “perfección”. Y así, en este mundo se nos pasa la vida sin entender la humanidad de lo que somos y la grandeza de aceptar nuestro errores y pedir perdón por nuestros actos.

El perdonar por su parte viene siendo rehén de lo que nos enseña mucha de la literatura, gran parte de lo que se expone en medios masivos como la televisión y las motivaciones de algunos de nuestros líderes. En ellos nuestros modelos y referentes humanos actúan mas por venganza que por convicción. Basta ver como no solo los niños, si no nosotros mismos, vamos despertando en nuestro ser sentimientos revanchistas que permitan reivindicar las llamadas ofensas que otros cometen hacia nosotros.

Los héroes de películas y de nuestra vida cotidiana son los que lo logran. Es en la venganza y no en el perdón que logramos identidad y representación. Y por este camino nos perdemos de la liberación que da el perdonar, de la paz de espíritu que nos permite ver nuevas oportunidades en la vida.

Pedir perdón y perdonar son actos íntimos, son actos del alma. Provienen de la grandeza de la consciencia de mí y del otro. Es solo en este grado de consciencia que podemos construir un colectivo: es solo allí donde la sociedad se ve así misma como un todo capaz de integrar para construir.

Sin la capacidad colectiva de pedir perdón y perdonar difícilmente construiremos paz. Solo en otro nivel de consciencia desaparecerían de nuestro lenguaje las calificaciones de amigos de la paz y enemigos de la paz para darle simplemente paso a la paz.

La paz se da en el verdadero perdón y no en el olvido. Olvidar nos priva del privilegio de aprender y rehacer nuestras relaciones sobre lo ya vivido y en algunos casos sufrido.


Post publicado originalmente en Eduardo Lleras blog, noviembre 19, 2013.


 

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