Por: Eduardo Lleras Losada.
Si es que existieran otros tiempos después de la pandémica locura, algún antropólogo varado encontraría estos recuerdos olvidados de un Don Nadie llamado Eduardo, al que le decían Dito o el Cucho.
Día 1 de simulacro de confinamiento.
Ante el elegante e innovador llamado de nuestra alcaldesa el día de ayer, un día después de que me clasificaran como cucho, llenamos nuestra despensa y nevera y nos preparamos para el aislamiento de 4 días.
Hoy viernes los ánimos están altos. Ayer sonreímos con nerviosa volteada de jeta que refleja el innegable temor a lo desconocido y nos aperamos de los juegos de mesa olvidados en el laberintico closet a donde va a parar todo aquello que ya no necesitamos, pero guardamos con la esperanza de volverlo a usar. Nos prometimos darle garrote al juego en agradable compañía. Yo me ilusionaba con las sesiones culinarias y el atraco al bar en compañía de Ana María.
La mañana transcurrió sin novedad, Lolo y Fede en clases virtuales del colegio, Ana María trabajando y yo entre clases y reuniones de trabajo. Me puse una camisa y unos calzoncillos y me sentí esplendido. Siempre me imaginé que los presentadores de noticieros se ponían saco y corbata y las mujeres la parte alta del sastre, quedándose en calzoncillos y calzones mientras presentaban el noticiero, y así sin que nos diéramos cuenta ventilaban la parte inferior del cuerpo sintiéndose esplendidos y libres. Con mi nuevo ajuar pasé una feliz mañana.
Entre pausa y pausa de mis clases y reuniones preparé una salsa boloñesa para la pasta del almuerzo. Utilicé la receta de mi madre mejorada con el tiempo y la dejé reposar para que concentrara sus sabores. Ya en la tarde preparé el almuerzo en compañía de Ana María y almorzamos todos juntos. Después de lavar los trastes y arreglar la cocina, cada uno se enfrenté al final de las labores de cierre de semana para enfilarnos al fin de semana largo que nos esperaba. Me serví un jerez y lo acompañé de otro mientras tenía una reunión de cierre de semana y contención con mi equipo de trabajo. Fue una reunión linda acompañada de empatía y escucha.
Al final de la tarde me apuré un par de rones revisando las redes sociales y los medios y me entraron algunas preocupaciones propias de vida. Observé cómo muchos padres orgullosos publicaban fotos de sus hijos en clases virtuales. Niños limpios y hermosamente vestidos (algunos de frak y corbata) en espacios limpios y hermosamente dispuestos. Subí a ver a mis hijos que recibían sus clases en la cama, en camisetas de manga sisa de entrenamiento y pantaloneta, y me cuestioné. Para no darle mas cavilaciones al tema me justifiqué con el argumento del respeto por su personalidad y su propio proceso de aprendizaje que es claro puede darse desde la cama.
Decidí entonces abordar mi segunda preocupación, que es el parón económico. Hice proyecciones, cuentas, “excelié” escenarios y decidí llevarle este problema a nuestros generosos banqueros que andan anunciando alivios, ayudas y créditos blandos. El martes trabajaré el tema, pensé, y me bajé otro ron. Antes de que entrara la noche pensé en los distintos sectores de la economía que se verían tan afectados como el mío. Encontré grandes similitudes con la industria del porno y me di a la tarea de hacer una investigación de campo para aprender a llevar a mi negocio al mundo virtual. Tomé nota para poder compartir los aprendizajes con mi equipo de trabajo el lunes.
Ya en la noche preparé en compañía de Ana María una bondiola para dejarla la noche entera en el horno. Chelo nos acompañó en el proceso. Para los que no conocen a Chelo les cuento que es nuestro hermoso e imponente perro de raza terranova. Es amoroso e inquieto, bota mucho pelo, muchas babas, y en no pocas ocasiones babas con pelo. Esquivando los recuerdos de Chelo en nuestro camino al cuarto acordamos con Ana María hacer labor de limpieza temprano el sábado.
Nos acostamos y se prendió la turbina. La turbina para los no entendidos es el sonido del ventilador del play station de mis hijos. Suena como la turbina de un Boeing 787 dreamliner en velocidad de despegue. Y como yo siempre me duermo en los acarreos y despegues me rendí al sueño.
Día 2 simulacro de confinamiento
Son las tres y media de la mañana y es la tercera vez que me levanto esta noche. Entre el ruido de la turbina, la revisión de la bondiola y las exigencias de Chelo por agua no he logrado hilar unas buenas horas de sueño. En mi última excursión a la cocina patiné sobre una baba de Chelo y casi salgo disparado por la escalera. La turbina se apaga a las 5 am.
7 am, logré finalmente dormir un par de horas y me dispongo a sacar a Chelo al parque. Es un privilegio disputado en la casa ya que en esos 20 minutos logramos salir del encierro y respirar aire libre. Para Chelo es un momento único. Al sentir que me visto para sacarlo, corre por su correa, se para en la puerta y una vez abierta emprende carrera hasta el ascensor. Al llegar al pequeño parque cerca de nuestra casa, corre como un caballo salvaje y pinta los verdes árboles con su marca. Respiré profundo y me llené de energía y optimismo. Hacia el final de nuestra excursión Chelo levantó sus orejas, se paró en pose de foto y segundos después emprendió una embestida contra un pequeño perro que acompañaba a una mujer. En su embestida me arrastró cinco metros hasta que logré dominarlo con mi única mano sana y entre gruñidos y manotazos míos y de Chelo logré calmarlo. De vuelta en la casa me lavé las manos y dispuse los ingredientes finales de nuestra bondiola.
Hacia las 10 am nos dispusimos a hacer aseo. Pusimos música de plancha, yo empuñé la aspiradora, Ana el trapero y arrancamos. Recogimos pelos y babas en su orden. En sincronía perfecta recorrimos la cocina, la sala y los cuartos. Chelo nos perseguía ladrándole a la aspiradora y babeando el recorrido que habíamos cubierto hasta que dimos por terminada nuestra labor hora y media después. Abrimos las ventanas y respiramos un aire de esperanza con una vida limpia. Recordamos y le agradecimos a Mariela por entregarnos todos los días un mundo limpio donde vivir. Nos bañamos y bajamos a terminar de preparar el almuerzo. Fede se levantó hacia la 1 y bajó a saludarnos en calzoncillos y sin camiseta, y de inmediato subió a prender el Boeing 787. Me preparé mi primer tequila y le ofrecí uno a Ana María.
Cuatro tequilas después nos sentamos a almorzar en familia. Los niños se sentaron a la mesa en su uniforme de campaña y yo me puse un pantalón para darle formalidad a la ocasión. Compartimos nuestras impresiones de nuestra nueva realidad y escuchamos la prolongación del confinamiento y empate con el aislamiento total decretado por el gobierno. Ana y yo arreglamos la cocina con una botella de vino como compañía. Cerrando la tarde pusimos videos musicales de artistas de nuestra infancia y adolescencia. Dándole duro al tequila, recorrimos nuestro pasado musical con preocupación infinita de que cada uno de los artistas que oíamos podrían morir a causa de la pandemia. Si yo estoy cucho estos manes están cuchos cuchos cuchos, pensé.
Entre canción y canción consultaba las redes sociales. Veía otras familias compartiendo, haciendo ejercicio en familia, agradeciendo y llenos de gratitud por el momento. Otros más atrevidos publicaban videos ayudándonos a entender los aprendizajes de está situación y reiterándonos como el mundo cambió. Algunas lágrimas se asomaron a mis ojos por lo emotivo de los momentos o el tequila.
Tratamos de darle un respiro a las preocupaciones y cerramos el día con calle 13 y Justin Timberlake. Mientras hacíamos nuestro recorrido musical los muchachos paseaban cada hora a Chelo, nuestra vecina aprovechaba su esplendida terraza-jardín para asolearse en una hamaca y la turbina ahí siempre presente. Nos tomamos una cerveza para bajar el tequila y a la camita como decía Topo Gigio.
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