Por: Aldo Gamboa.
Cuando el empresario Donald J. Trump anunció en junio de 2015 su intención de disputar la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano, pocos se lo tomaron en serio. Pero logró conquistarla, al interpretar los sentimientos de rabia de buena parte de Estados Unidos.
Impulsivo, excesivo y con un ego desbordante, Trump desafió todos los pronósticos y la madrugada de este miércoles sorprendió al mundo convirtiéndose en el sucesor del presidente Barack Obama en la Casa Blanca.
Con discursos corrosivos que bailan al son de la rabia, las frustraciones y las inseguridades de los estadounidenses en un mundo en mutación, el magnate republicano de 70 años fue la voz del cambio para millones de ciudadanos.
“¡Qué noche tan hermosa e importante! El hombre y la mujer olvidados nunca más serán olvidados. Estaremos más unidos que nunca”, escribió Trump este miércoles, en su primer tuit como presidente electo.
En su marcha imparable hacia la Casa Blanca, el multimillonario ha hecho estallar el Partido Republicano, incapaz de comprender a sus electores e incapaz de responder a sus necesidades.
Antes de lanzar su campaña, el empresario era sobre todo conocido por su inmensa fortuna, por sus hoteles de lujo, sus campos de golf y sus casinos que llevan su nombre, así como por sus divorcios de revista y por ser el animador estrella del programa de telerrealidad “El Aprendiz”.
Todo eso lo hizo una cara conocida en los hogares estadounidenses.
Pero demostró ser un formidable animal político, el millonario héroe improbable de la clase trabajadora, prometiendo “devolver a Estados Unidos su grandeza”.
Imprevisible:
En la campaña, mostró ser capaz de decir de todo. Denunció un sistema político “manipulado”, acusó a funcionarios de “corruptos” y arremetió contra los medios que, en su opinión, “envenenan el espíritu de los estadounidenses”.
Ofreció soluciones simples a problemas complejos: para detener la inmigración clandestina quiere construir un muro en la frontera mexicana, pagado por México. Habló de expulsar a los 11 millones de indocumentados que viven en el país, en su mayoría latinoamericanos. Y prometió devolver empleos a Estados Unidos renegociando acuerdos comerciales internacionales.
Para prevenir ataques, defendió la prohibición de entrada al país de inmigrantes provenientes de naciones con “una historia probada de terrorismo”, luego de haber dicho que rechazaría a todos los musulmanes.
Es arrogante, carismático, rudo y a veces simpático. Y a pesar de que se contradice y se mostró incómodo en los tres debates presidenciales, sus seguidores quieren creer en él.
Y más aún porque Trump -que desembolsó 56 millones de dólares de su propio bolsillo para financiar su campaña- les parece incorruptible frente Hillary Clinton, cercana a Wall Street y a menudo odiada. Trump la apodó “Hillary la Tramposa”.
Provocador:
Durante la campaña, insultó a mujeres, musulmanes, latinos, y provocó el rechazo de los negros.
Al margen de su perfil político, su vida privada está llena de lujos. Su esposa Melania, una exmodelo eslovena de 46 años, dedica su tiempo a criar lejos de los focos y la atención pública a Barron, el hijo de ambos que ahora tiene 10 años.
La pareja vive en un penthouse triple en la cúspide la torre Trump en Manhattan -un verdadero mini Versalles- y se desplaza en un Boeing 757 privado, con su apellido estampado en letras gigantes, el mismo que suele servir de fondo en sus mítines.
Sus hijos mayores, Ivanka, Donald Jr, Eric y Tiffany, son sus principales pilares. Todos se han involucrado al máximo en la campaña de su padre, a quien han defendido hasta la saciedad.
Con su característica melena rubia, impecablemente vestido, fascina y horroriza a la vez. Miente tanto y sobre tantos temas, que los verificadores de hechos perdieron la cuenta.
Cuando una decena de mujeres lo acusó de besos robados y gestos sexuales inapropiados, las tachó a todas de mentirosas.
No es precisamente de ideología inamovible: fue demócrata hasta 1987, luego republicano (1987-1999), miembro del partido de la Reforma (1999-2001), demócrata otra vez (2001-2009) y nuevamente republicano.
Nacido en Nueva York, es el cuarto de cinco hijos de un promotor inmobiliario neoyorquino. Temprano fue enviado a una escuela militar para intentar calmar su temperamento volcánico. Tras estudiar negocios, se unió a la empresa familiar. Su padre lo ayudó con lo que Trump denominó “un pequeño préstamo de un millón de dólares”.
Tomó el control del negocio familiar en 1971 e impuso su sello. Si su padre construía apartamentos para la clase media, él prefirió las torres de lujo, los hoteles-casinos y los campos de golf, de Manhattan a Bombay.
Además, es un apasionado del espectáculo: le encanta la lucha libre y hasta 2015 fue copropietario de los concursos Miss Universo y Miss Estados Unidos. De 2004 a 2015 animó “El Aprendiz”, programa que fue visto por decenas de millones de telespectadores.
En su carrera, Trump promovió y fue objeto de decenas de demandas civiles vinculadas a sus negocios.
Se negó a publicar sus declaraciones de impuestos -una tradición para los candidatos a la Casa Blanca- y reconoció a regañadientes que no había pagado impuestos federales durante años, tras haber declarado una pérdida colosal de 916 millones de dólares en 1995.
“Eso me hace una persona inteligente”, dijo.
Trump dice que tiene un programa “fenomenal” para sus primeros 100 días. AFP
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