Las banderas están a media asta frente a la iglesia de Haltern, donde arden unas cien velas este miércoles: la pequeña ciudad del oeste de Alemania lloraba a sus 18 estudiantes y maestros muertos el 24 de marzo en tragedia del avión de Germanwings.
En pleno centro de esta ciudad de 38.000 habitantes, la iglesia de San Sixto recibe en permanencia a habitantes que vienen a expresar su pena en el libro de condolencias, instalado a un lado de un Cristo de madera. “Paula, nos haces falta. Reposa en paz”, se lee en estas páginas en un escrito infantil, acompañado con el dibujo de un corazón.
Ante las puertas dos altavoces fueron instalados para quienes enfrentan el viento glacial y se quedaron fuera por falta de lugar durante la ceremonia, en presencia de Carsten Spohr, presidente de Lufthansa, a la que pertenecía Germanwings.
Haltern-am-See perdió a 14 adolescentes y 2 muchachos de entre 15 y 16 años, así como dos maestras del colegio Joseph-König, quienes murieron en las laderas de una montaña en el sur de los Alpes. En total, la mitad de las 150 víctimas eran alemanas. Después, la ciudad se convirtió en el símbolo de un país en duelo, que lucha para comprender lo inimaginable.
La conmoción es aun más fuerte pues parece que Andreas Lubitz, quien sufrió en el pasado episodios de depresión grave, precipitó de manera voluntaria el avión contra la montaña.
“Como cristiano, no puedo perdonarle por ahora”, dice Markus Delitsch, de 52 años, mientras prende la mecha a una vela. Su hijo frecuenta el mismo colegio que los desaparecidos de Haltern, que regresaban de un viaje escolar cerca de Barcelona (España). Desde el accidente, las conversaciones continúan en casa para tratar de superar el drama, dice Delitsch.
‘Días negros’:
“La ciudad de verdad está como paralizada”, dice a la AFP Georg Bockey, portavoz de la alcaldía. “Todos conocen a alguien, o a alguno de los allegados de las víctimas”, y el acto del copiloto del avión hace las cosas “aún más duras de aceptar”, agregó.
Desde la catástrofe, la vida se detuvo en Haltern-am-See. La alcaldía suspendió sus citas, los clubes deportivos aplazaron sus partidos. Una fiesta local que debía recibir a unas 1.000 personas fue anulada.
La ciudad vive “sus días más oscuros desde la Segunda Guerra mundial”, cuando fue destruida bajo los bombardeos, añade Bockey.
La mayoría de las tiendas muestran afiches en memoria de las víctimas. Pese a las vacaciones de Pascua, el colegio siguió abierto esta semana para recibir a las familias de los alumnos, ayudados por un equipo de psicólogos. Frente al establecimiento se ve un mar de velas coronas y ramos de flores, retratos de los desaparecidos y mensajes de solidaridad. “No los olvidaremos nunca”, prometen.
La desesperación y la furia son palpables. “¿Warum? ¿Por qué? ¿Por qué?” se pregunta en una placa de madera pintada de rojo sangre. Con rostro grave, numerosos son los habitantes que rechazan responder a las preguntas de los periodistas. “Debemos enterrar a las víctimas”, sin saber si el estado de los cuerpos lo permite, subrayó Bockey, para quien el duelo de la ciudad durará “años”.
“Todos los habitantes desean que la calma vuelva para curar la herida”, añade. En ese sentido, la ceremonia del miércoles es un “paso importante”, según él. (AFP)
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