Por: Marjorie Eljach.
Regalar a los clientes no es sano ni para el cliente ni para el proveedor, sobre todo cuando se trata de temas tan delicados y poco valorados como el diseño gráfico. La mayoría de la gente desconoce el número de horas que emplea un diseñador creando una imagen corporativa y lo que ello implica: estudio de mercado, dirección de arte, ilustraciones vectoriales y/o arte digital, estudio tipográfico y cromático, entre otras tareas.
Y lo más triste de todo es que para esa gran mayoría el diseño se reduce a “pintar monicongos”. O como escuchamos alguna vez: “Hacer copy-paste”.
Si al desconocimiento generalizado y a la poca valoración del trabajo por parte del común de las personas que solicitan este tipo de servicios, le sumamos que tienen un programa de Paint con el que se acomodan y hacen dibujitos, vamos a peor. Y si ya para rematar transigimos bajando el precio de nuestro trabajo, regalándole horas al cliente y un diseño adicional, la hemos liado.
Los regalos tanto en el diseño como en otros oficios traen consigo daños colaterales, el peor de los cuales es que el cliente se convenza de que tiene la razón y se reafirme en su creencia de que los diseñadores son unos “pinta monas” y que su trabajo lo puede hacer cualquiera, su sobrino listo y hasta él mismo con su programa de Paint.
Por supuesto el regalo, que implica horas adicionales de trabajo gratuitas, hace que el cliente exija más y pida por esa boquita muchos cambios a cambio de nada. Y la cosa se pone peliaguda cuando el cliente pide cambios y adiciones sobre el regalo.
Para estos casos, cierta amiga y gerente de proyectos de una gran empresa de ingeniería tenía una solución: quitarle el regalo al cliente. Ahora ya ni siquiera se toma la molestia de hacerlo.
Regalar no es sano y bajar los precios con la creencia de que ese cliente nos va a dar más trabajo lo es menos. Los clientes van y vienen, y si se quedan porque les hemos regalado horas y productos lo que traerán consigo es su derecho adquirido a que les sigamos bajando el precio y regalando horas.
Creer que bajo la premisa del regalo y la infravaloración de nuestro trabajo vamos a mantener un cliente es un acto erróneo que conlleva un desangramiento lento del cual sólo nosotros somos responsables.
Hacer valer nuestro trabajo es una responsabilidad sólo nuestra y de nadie más. Y si un cliente no quiere pagar lo que cuesta, lo mejor es desearle buena suerte y que le vaya bien consiguiendo a otro que le ofrezca lo que quiere al precio que quiere, o mejor aún, que su sobrino le diseñe su imagen corporativa o él mismo pruebe con el Paint.
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