Crecimiento económico escaso

Por: Robert J. Samuelson.

WASHINGTON – Entre todos los nuevos programas gubernamentales y recortes fiscales propuestos por los diversos candidatos presidenciales-o que serán propuestos a medida que la campaña se desarrolle-acecha una desagradable estadística, que sugiere cuán difícil será lograrlos.

La estadística es 0,5 por ciento.

Ésa es la medida en que aumentó la productividad de Estados Unidos en 2014, según informa la Oficina de Estadísticas Laborales. El incremento en la productividad-que es un reflejo de los avances tecnológicos, la administración y la especialización de los trabajadores, entre otras cosas-es la fuente de ingresos más altos. Desde fines de la década de 1940, los avances en la productividad de la mano de obra (medida por los cambios en la producción por hora trabajada) promediaron un 2 por ciento anual. El avance del año pasado representó un cuarto de ese promedio; aún así, fue un poco mejor que en los tres años anteriores.

Y lo que es peor, la mayoría de todos esos pequeños incrementos probablemente se trasvasen a beneficios del gobierno para la creciente población de ancianos y a los costos más altos de salud. Otras mejoras en los ingresos se producirán sólo con (1) un repunte en la productividad o (2) la redistribución de los ingresos y la riqueza de un grupo a otro. En términos muy generales, los republicanos enfatizan el aumento de la productividad y del crecimiento económico, mientras que los demócratas se centran en la redistribución de los ricos a la clase media y los pobres.

Las causas del colapso de la productividad no son claras. Algunos economistas dicen que no se mide la productividad correctamente–los beneficios de Internet presuntamente se subestiman. Otros economistas sostienen que las innovaciones y tecnología norteamericanas van a la zaga. Y otros aún aducen que las débiles inversiones empresariales después de la Gran Recesión explican el deslucido crecimiento económico.

A esa lista se debe agregar otro candidato plausible: el peso muerto de las pérdidas causadas por los diversos grupos de presión, tal como lo explicara Mancur Olson (1932-1998).

Aunque Olson era economista, revolucionó la teoría sobre el poder de los grupos de presión. Hasta Olson, el consenso era que los grupos grandes eran más poderosos que los pequeños cuando procuraban para satisfacer sus intereses especiales–por ejemplo, un subsidio gubernamental, preferencias fiscales o una protección arancelaria. El tamaño otorgaba poder.

Justamente lo opuesto, dijo Olson en su libro de 1965, “The Logic of Collective Action.” Con tantos individuos que integraban el grupo grande, los beneficios de una acción colectiva a menudo se diluían tanto que ningún individuo tenía demasiado incentivo para actuar políticamente. La tendencia era “deja que Jorge lo haga,” pero Jorge tampoco tenía incentivo. En cambio, los miembros de un grupo más chico a menudo podían ver los beneficios de su acción colectiva directamente. Estaban motivados para organizarse y perseguir sus intereses agresivamente.

He aquí un ejemplo: Una empresa y sus trabajadores presionan con un lobby para protegerse contra las importaciones, lo que salva puestos de trabajo y eleva precios y ganancias. Pero los consumidores-que pagan los precios más altos-no crean un contra-lobby, porque es demasiado difícil y los precios más altos se diluyen entre muchos consumidores individuales. Las mejoras se concentran, las pérdidas se dispersan.

Ésa fue la gran observación de Olson que tenía amplias implicaciones, dijo. En un libro de 1982 “The Rise and Decline of Nations”, Olson sostuvo que la proliferación de las concesiones a los grupos de presión podían reducir el crecimiento económico de la sociedad.

“El aumento en los pagos de los lobbys … comparado con los pagos de la producción, significa más recursos dedicados a la política y a la actividad de los carteles y menos recursos dedicados a la producción,” escribió. “Eso a su vez influye en las actitudes y cultura [de una sociedad].”

El dilema para las democracias es claro. Los electores esperan que los gobiernos satisfagan sus necesidades y deseos–y el grupo de presión de una persona puede ser el modo de vida o la cruzada moral de otra. Pero si los gobiernos satisfacen a los grupos de presión muy agresivamente, pueden socavar (o ya lo han hecho) los avances en la productividad y el crecimiento económico que los electores también esperan.

Así pues, ésa es otra posible explicación de la ralentización de la productividad, que afecta a muchos países desarrollados. Sus sociedades están llenas de programas y políticas promovidas por diversos grupos de presión que “pueden aumentar los ingresos [de los miembros del grupo] mientras reducen los de la sociedad.” Si estuviera vivo hoy, Olson podría agregar que el incremento en el ingreso psíquico -la sensación de “hacer el bien”-también motiva a muchos grupos de presión.

A pesar de todo, la caída de la productividad perdura. Como no hay una causa acordada, no hay un “arreglo” simple–aunque hay muchas propuestas conocidas que podrían crear una diferencia a largo plazo (escuelas mejores, más investigación, más gastos de infraestructura). Pero suponiendo que no se reactive espontáneamente–lo que podría ocurrir–la ralentización de la productividad perseguirá al siguiente presidente.

Connota escasez: muy poco crecimiento de ingresos para satisfacer los deseos de la masa de mayores gastos privados y públicos. Hasta con una tasa de desempleo del 5,1 por ciento-que se acerca al “pleno empleo”-la Oficina de Presupuesto del Congreso proyecta un déficit federal para 2015 de 426.000 millones de dólares. Eso indica que hubo compromisos excesivos: Los norteamericanos quieren más servicios gubernamentales de los que están dispuestos a pagar con los impuestos.

Durante los años de Obama, la Casa Blanca y el Congreso eludieron muchas decisiones poco populares. Es dudoso que el próximo presidente pueda darse el lujo de hacer lo mismo.


© 2015, The Washington Post Writers Group


 

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