La niña 115181 que estamos analizando en la Encuesta de Demografía y Salud tiene 38 meses de edad. Vamos a llamarla María. Su hermano mayor, el niño115201, tiene 51 meses de edad. Vamos a llamarlo Alejandro.
A pesar de la diferencia de edad de 13 meses, ambos miden 92 centímetros. María es bastante baja para su edad: está en el percentil 18 de la población de referencia de niños bien nutridos. Ella debería medir 96 centímetros, el valor promedio. Alejandro es sumamente bajo y ni siquiera está en el primer percentil: debería medir 10 centímetros más, la estatura promedio para su edad. Técnicamente, él sufre de «retraso en el crecimiento»: su “puntuación z de la estatura para la edad” es -2,64, es decir inferior a 2, lo que significa que su estatura para la edad es inferior a 2 desviaciones estándar por debajo del promedio de la población de referencia.
Dado que ambos ya han cumplido 2 años de edad, lo más probable es que María no sufra retraso del crecimiento, pero no así su hermano. Las oportunidades de vida de Alejandro son mucho peores que las de su hermana menor. La bajísima estatura de él se debió a una combinación de diferentes infecciones y desnutrición severa en el útero y durante la infancia.
Esta conjunción debe haber afectado el desarrollo no solo de su cuerpo, sino también de su desarrollo cerebral. María lo alcanzará en habilidades cognitivas y socioemocionales y lo sobrepasará. A Alejandro le irá mal en la escuela y la abandonará prematuramente. Él ganará menos en la edad adulta, en parte debido a sus habilidades cognitivas menos desarrolladas, pero también debido a su menor estatura. También tendrá mayor riesgo de contraer enfermedades no transmisibles a lo largo de su vida.
De izquierda a derecha: Emanuela Galasso, Asli Demirgüç-Kunt, Keith Hansen. Voces, Perspectivas del desarrollo
La penalización agregada en materia de ingreso debido al retraso del crecimiento
Si observamos, además de María y Alejandro, a otros niños del mismo país con retraso en el crecimiento y sin retraso en el crecimiento, podemos ver cómo países enteros pagan una penalización —en términos de una renta per cápita más baja— por no abordar el problema del retraso en el crecimiento en la primera infancia. Diversos estudios han intentado cuantificar esta penalización agregada analizando la asociación directa entre el retraso el crecimiento y la estatura de los adultos y el monto de los ingresos, o usando los datos que relacionan el retraso del crecimiento en la primera infancia con los ingresos en la edad adulta surgidos de un importante estudio de eficacia de pequeña escala realizado en cuatro aldeas pobres de las zonas rurales de Guatemala.
En una nota de investigación sobre políticas publicada hoy, nosotros y nuestros coautores reunimos una base de pruebas más amplia para volver a estimar la penalización agregada del ingreso en que incurren los países debido al retraso del crecimiento en la infancia. Calculamos los efectos del retraso en el crecimiento infantil en comparación con el ingreso de por vida, y lo hicimos a través de todas las vías posibles: disminución de la escolarización (-1,6 años en promedio), disminución de la estatura en la edad adulta (-6 centímetros en promedio) y menores destrezas cognitivas (-0,6 desviaciones estándar en una prueba típica). Para cada uno de estos caminos, tradujimos el déficit en los menores beneficios del mercado de trabajo —y, por lo tanto, en la pérdida de ingresos en la vida adulta— que recibe un niño con retraso en el crecimiento cuando ingresa en la fuerza laboral.
Estas cifras nos permiten poner un número al siguiente experimento mental: ¿cuánto más alto sería el producto interno bruto (PIB) per cápita de un país hoy si ninguno de sus trabajadores actuales hubiera sufrido retraso del crecimiento en la infancia? Obviamente, la respuesta depende en parte de la prevalencia del retraso en el crecimiento cuando los actuales trabajadores eran niños, lo que está supeditado en parte a la edad promedio de los trabajadores de hoy. En el caso de Chile, cuando el trabajador de la edad promedio era un niño la tasa de retraso en el crecimiento era de solo el 8 %. En Bangladesh, era del 70 %.
Adoptamos un método usado en la bibliografía sobre el crecimiento denominado “contabilidad del desarrollo” para combinar estas tasas de retraso del crecimiento con las penalizaciones del ingreso en términos de escolarización, cognición y estatura que sufrió un trabajador que tuvo un retraso en el crecimiento durante su infancia. Encontramos que el PIB per cápita promedio del país es un 7 % más bajo de lo que habría sido si ninguno de sus trabajadores actuales hubiera tenido retraso del crecimiento en su infancia. En África y Asia meridional, el promedio es aún mayor (entre 9 % y 10 %).
Pero ¿cuáles son los rendimientos de las intervenciones que reducen el retraso en el crecimiento?
Los beneficios económicos potenciales de las intervenciones para reducir el retraso en el crecimiento son considerables, incluso si se producen muchos años después. Para hacer realidad estos beneficios se necesitan intervenciones que disminuyan el retraso en el crecimiento, y cuanto más eficaces y más baratas sean, los beneficios económicos serán mucho mayores.
Hay una serie de intervenciones respecto de las cuales los investigadores estimaron tanto los costos per cápita como los impactos generales sobre la prevalencia del retraso en el crecimiento. Se trata de un conjunto de 10 intervenciones fundamentales específicas sobre nutrición para mujeres embarazadas y niños en los primeros 1000 días de vida, a partir de la concepción. Estas incluyen suplementos de micronutrientes; suplementos de proteínas que proporcionan energía y de calcio en el embarazo; educación nutricional; alimentación complementaria, y promoción de la lactancia. Los investigadores estiman que si estas intervenciones se ampliaran progresivamente de los niveles actuales al 90 % en 34 países con alto porcentaje de retraso en el crecimiento, las tasas de esta condición disminuirían en un 20 %.
No se trata de un impacto grande, pero como hemos visto anteriormente, incluso un pequeño cambio en el retraso del crecimiento se asocia con grandes avances en los ingresos. Además, estas intervenciones podrían tener impacto en otros resultados fundamentales para los niños que también forman parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como la supervivencia infantil, y su costo combinado no es tan elevado (menos de USD 5 per-cápita).
Al unir estas cifras relativamente bajas del costo de los programas con nuestras estimaciones anteriores de las ganancias en términos de ingresos a largo plazo que resultan de la reducción del retraso en el crecimiento, obtenemos una relación costo-beneficio y una tasa de rendimiento para esta intervención nutricional. Consideramos que se incurre en costos en la actualidad, mientras que los beneficios —en términos de ingresos más altos— no aparecerán hasta que el niño se incorpore a la fuerza de trabajo en 15 o más años. También tenemos presente que los países parten de diferentes tasas de cobertura de las 10 intervenciones, las que deben ampliarse hasta un 90 %. Estimamos que por cada dólar gastado, el programa logra USD 15 en beneficios, asumiendo una tasa de descuento del 5 %, y que su tasa de rendimiento es del 17 %.
Es probable que estas cifras subestimen los beneficios sociales, ya que no toman en cuenta los posibles beneficios que, para la sociedad en su conjunto, representa tener madres y trabajadores con mayor nivel de educación. Nuestros cálculos son todavía razonablemente altos incluso si partimos de supuestos más conservadores. En la hipótesis ultra pesimista, en que duplicamos el costo del programa a casi USD 10 per cápita, disminuimos a la mitad el efecto del programa sobre el retraso en el crecimiento al 10% y reducimos a la mitad el supuesto impacto del retraso en la educación, la talla y la cognición, obtenemos una tasa de rendimiento estimada de alrededor del 10 %.
¿Qué más se puede hacer aparte de las intervenciones directas relacionadas con la nutrición?
Ampliar la cobertura de la intervención nutricional al 90 % —algo que no es insignificante— reduce el retraso en el crecimiento solo un 20 %, muy por debajo de la disminución del 40 % que se espera en los ODS. Incluso nos quedamos cortos si asumimos además que continúa la reciente tendencia a la baja en el retraso del crecimiento.
Por suerte, hay otras armas disponibles. Recientemente ha habido intentos de sintetizar la evidencia de los efectos de estas llamadas intervenciones “sensibles a la nutrición” que abordan los determinantes subyacentes de la nutrición. Estas intervenciones incluyen programas de transferencias monetarias condicionadas que mejoran la nutrición de los niños proporcionando a los hogares recursos adicionales para comprar alimentos más nutritivos y fomentando el seguimiento del crecimiento y las consultas pre y posnatales, y también intervenciones agrícolas y de subsistencia que mejoran la ingesta de alimentos ricos en micronutrientes y de origen animal.
Las intervenciones relacionadas con el agua y el saneamiento, incluidas las inversiones en infraestructura, así como las intervenciones que promueven el cambio de comportamiento como el lavado de manos, también pueden ayudar al reducir la propagación de enfermedades a las que están expuestos los niños. Los programas que promueven una mejor crianza de los hijos y aumentan la estimulación y el aprendizaje tempranos no solo disminuyen el costo a largo plazo del retraso en el crecimiento sino que también aumentan el desarrollo cognitivo y socioemocional incluso más allá de los dos primeros años de vida.
“Conocidos conocidos y desconocidos conocidos”
Sabemos que niños como Alejandro que desde temprana edad tienen retraso en el crecimiento sufrirán una penalización de ingresos a lo largo de su vida, y por lo tanto el PIB de un país es más pequeño hoy en la medida en que no se eliminó el retraso del crecimiento en la infancia cuando sus actuales trabajadores eran niños. Sabemos que, si bien ampliar la cobertura de las intervenciones nutricionales directas al 90 % reduciría el retraso en el crecimiento solo en alrededor de un 20 %, los costos son suficientemente pequeños y los efectos en los ingresos son bastante importantes para que esta inversión tenga una tasa de beneficio saludable del orden del 17 %. Y sabemos que varias intervenciones complementarias sensibles a la nutrición están disponibles para ayudarnos a conseguir la reducción del 40 % del retraso en el crecimiento que se establece en los ODS.
Lo que aún no sabemos es en qué cantidad se reduciría el retraso del crecimiento si cada intervención se ampliase y cuánto costaría esta ampliación. Un análisis de la tasa de rendimiento de cada una de estas intervenciones deberá tener en cuenta que cada una ofrece beneficios a la sociedad que van mucho más allá de sus impactos nutricionales: por ejemplo conseguir que los niños vayan a la escuela y que asistan regularmente; mejorar la nutrición de los adultos; reducir el costo de obtener agua potable, y lograr un mayor desarrollo cognitivo y socioemocional. Además, es probable que los beneficios de cada intervención dependan del nivel de las otras intervenciones.
No se trata de un ejercicio sencillo, pero es uno que orientará a los encargados de formular políticas para asegurar que más niños comiencen la vida como María y menos como Alejandro, y evitar las grandes pérdidas de ingreso per cápita asociadas con el retraso del crecimiento en la infancia.
Artículo: http://www.worldbank.org/en/news/feature/2017/03/30/well-designed-early-childhood-development-programs-can-pay-big-dividends
Video: http://www.worldbank.org/en/news/video/2016/10/25/policy-research-talk-effective-investments-in-the-early-years
Nota publicada en Voces, Perspectivas del desarrollo del Banco Mundial, reproducida en PCNPost con autorización
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