Colombia: ¿Cien años de soledad? I Parte

Por: Francisco Manrique.

Tuve la oportunidad en estos días de leer el libro de Maria Teresa Ronderos titulado “Guerras Recicladas” donde la autora hace un recuento magistral de la historia del paramilitarismo en los últimos sesenta años. Es la narrativa de cuatro décadas de destrucción y muerte, muestra de manera descarnada, muchos de los aspectos más oscuros de nuestra realidad nacional.

En la última parte del libro, Ronderos se hace una pregunta a la luz del supuesto desmonte de los grupos paramilitares del 2003 al 2006 y la aparición de nuevas bandas como los Rastrojos y los Urabeños: “¿porqué el reciclaje fue tan rápido, si no contaban con la armazón político regional aliada?”

Y mas adelante propone como respuesta lo siguiente : ” es que hay algo en la política, que falla estructuralmente y produce una ambiente propicio para que estos hipógrifos – medio criminales, medio políticos- se críen con facilidad en aquellos territorios de población marginal, donde el Estado está presente pero no le funciona a los ciudadanos”. A continuación remata con la siguiente observación: ” es la forma como la dirigencia nacional ha concebido y organizado la gobernabilidad política y el monopolio de la fuerza en las regiones”.

Al terminar la lectura de este libro, me recordaba del Post que escribí a principios de este año titulado “El avispero de Robinson” en referencia a unos comentarios hechos por este profesor de Harvard en dos artículos publicados por El Espectador a finales del año, con relación a la capacidad del Estado en Colombia para enfrentar un post conflicto. Pero también me hizo desempolvar un análisis del mismo profesor escrito a principios del 2013, cuando analizaba las razones históricas, que en su opinión, no lo hacían muy optimista en relación al futuro de las negociaciones con las FARC en la Habana.

Curiosamente, las reflexiones del catedrático de Harvard y la periodista Ronderos, coinciden en varios de sus análisis, por lo que me pareció muy interesante utilizarlos para hacer unas reflexiones de los dos enfoques convergentes. De aquí surgen unas preguntas de fondo para evaluar las posibilidades de que podamos construir una nueva narrativa para Colombia, si las negociación de la Habana son exitosas.

Es una realidad que la situación de nuestro país ha cambiado mucho en los últimos 13 años. Durante las administraciones de Uribe y en lo que va de Santos, las condiciones de seguridad mejoraron desmontando los grupos paramilitares y reduciendo la amenaza de las FARC, al punto de tenerlas negociando su salida como grupo guerrillero. También, en este periodo, aumentó la inversión extranjera, se tuvo un crecimiento sostenido, y en general el país vio una mejora de muchos de sus indicadores sociales y económicos.

A partir del 2012, el presidente Santos inició un proceso de negociaciones con las FARC, con el objetivo de terminar un desangre que ha tenido unos altísimos costos para el país por más de seis décadas. La pregunta que surge es si, después de todos estos avances, Colombia puede pasar la página de este capítulo violento de su historia, y tiene lo que se necesita para escribir una nueva narrativa hacia adelante.

Robinson propone que, la respuesta a esa pregunta, está en la capacidad que tengamos de analizar las causas raizales que explican la violencia y el desorden que ha tenido nuestro país por tantos años. En el imaginario nacional existe la creencia de que los responsables de nuestra realidad han sido los narcotraficantes y la guerrilla, a quienes les atribuyen todos los males del país. Pero la verdad, para el profesor de Harvard, es que estos dos fenómenos son apenas unos síntomas de un problema mucho más grave de disfuncionalidad de la sociedad colombiana.

La hipótesis más probable, en que coinciden Robinson y Ronderos, es que estos males que han afectado a los colombianos por décadas, provienen de la forma en que hemos sido gobernados. La mejor forma de explicar esta afirmación, es la de entender que hemos tenido un modelo que “gobierna la periferia de manera indirecta”, y que se caracteriza porque las élites, que residen en las grandes urbes, han delegado el manejo de las áreas periféricas en las élites locales.

En el caso colombiano, estas élites han tenido la libertad de hacer lo que quieren sin mayor restricción. Como lo demuestra Ronderos en su libro, el madrinaje entre estas, miembros de las Fuerzas Armadas y los narcos, coptaron los gobiernos locales. El sistema que se ha desarrollado por años, les permite estar representadas en el Congreso en Bogotá, a cambio de dar un apoyo político y no desafiar el poder central. Esto explica los escándalos de la narcopolítica, que ha llevado a muchos congresistas a la cárcel.

Un buen ejemplo reciente del fenómeno descrito, se vio en el apoyo de políticos locales en la region Caribe a Santos, muchos de ellos personajes muy cuestionados, a quienes les repartió cuantiosos recursos del Presupuesto Nacional. O un caso más próximo, los avales del partido de Vargas Lleras a cuestionadísimos candidatos para las próximas elecciones regionales en la Guajira y en Antioquia.

La conclusión del análisis de Robinson y Ronderos es obvia: este tipo de gobierno en la periferia es el responsable del caos y la ilegalidad que ha afectado a Colombia. “Las drogas, la mafia, los secuestros, los grupos guerrilleros, los paramilitares, ciertamente han aumentado los problemas del país, pero la fuente de todas estas situaciones está en el estilo de gobierno que ha imperado, a nivel nacional”.

Robinson se hace varias preguntas: ¿Cuáles son los intereses que mantienen esta situación en su lugar?. ¿Cómo puede ser estable un sistema que crea semejante desorden en la periferia?. ¿Porqué las elites, que están en la periferia, tienen interés en una sociedad tan caótica?

Para contestar estas preguntas vale la pena ver algunos ejemplos, donde se demuestra que los políticos tienen un comportamiento en el contexto nacional y otro muy diferente a nivel local. En estudios hechos por el antropólogo político Edward Banfield, esta situación explica el problema que está en la raíz de la pobreza que se ve en el sur de Italia. En el caso colombiano esto ha generado un sistema estable.

Un ejemplo de este tipo de comportamientos lo tipificaba el difunto senador Victor Renán Barco de Caldas, quien a nivel nacional era un experto en temas tributarios. Pero en lo local, era el capo que no admitía criticas o disidencias. La muerte de Orlando Sierra, periodista del La Patria, se la atribuye al grupo de Barco, por una investigación en su contra. Hoy este crimen se encuentra impune en cuanto a la autoría intelectual del mismo.

Otro ejemplo que recuerda Robinson, es el caso del señor Fabio Valencia Cossio, que en 1998 sacó la segunda más alta votación para senador. Éste señor, quien después fue ministro del Interior del presidente Uribe, sabía cómo lograr conseguir votos con la ayuda de Ramón Isaza, quien en ese entonces era el líder de un grupo de paramilitares en el Magdalena medio, y a quien según investigaciones realizadas, Valencia Cosío le pidió ayuda durante estas elecciones.

Otro ejemplo que ilustra este fenómeno de los comportamientos diferentes entre lo nacional y lo local se relaciona a un tema crítico en la actualidad: la compensación a más de 4 millones de personas que han sido desplazadas de las áreas rurales por un conflicto que duró más de 15 años..

En el Senado, uno de los proponentes de esta ley, fue Juan Fernando Cristo, político del Norte de Santander, y hoy ministro del Interior. Sin embargo, esta persona en el año 2011, consiguió el apoyo para la elección de alcalde de Cúcuta para su hermano, utilizando los recursos de otro ex alcalde, Ramiro Suárez. Éste señor fue arrestado en agosto de 2011, por sus nexos con grupos paramilitares que azotaron esta región del país y quien fuera condenado a 27 años de prisión por el asesinato de una persona cercana a la alcaldía de esa época. Cuando se confrontó al senador Cristo sobre estas contradicciones, según lo escribe Robinson, su respuesta fue muy disiente: “la política local opera bajo una lógica diferente”.

Estos casos, son apenas unos de los cientos de ejemplos de esta naturaleza que explican la durabilidad del caos en la periferia. Estos comportamientos hacen que sea mucho más económico conseguir votos para las élites en el poder de esta forma, que construir una capacidad institucional en las áreas rurales.

Como lo afirma Robinson, el hecho de que las élites se comporten de esta manera tan contradictoria, y que el país se haya acostumbrado a ello a lo largo de tantos años sin cuestionar, es la razón que explica el porqué el sistema se ha reproducido a sí mismo, sin un diseño que explique esta situación.

Pero hay otras razones. Tenemos un sistema diseñado para proteger a la élites para evitar el desorden, porque este tipo de problemas son muy costosos para ellas. El voto, especialmente en las áreas rurales, es una clientela amarrada, un remedo de participación democrática que se pone al servicio del mejor postor. Como lo ha mostrado Eduardo Posada Carbó, “las instituciones políticas democráticas le dieron a las élites la forma de compartir el poder entre ellas, evitando que hubiera peleas entre sí” .

En la historia colombiana hay ejemplos claros de como se repartió el poder entre los partidos tradicionales. La primera vez, después de la Guerra de los Mil Días entre 1899 y 1902, cuando se dividió la participación entre los conservadores que eran la mayoría, y los liberales en un 70-30. Mas adelante, después de otro desastre que se conoció como “la época de Violencia” de 1948 a 1958, de formó el Frente Nacional y se decidió la alteración del poder por dos décadas en un 50-50. La longevidad de estos partidos es un caso único en América Latina y su sistema es un buen ejemplo de la cartelización de la política.

La verdad es que el sistema ha generado un esquema que ha permitido el surgimiento de nuevas élites, con una alta rotación, que se han beneficiado de los conflictos violentos en la periferia del país. Esta dinámica ha impedido la consolidación de instituciones estables y creíbles en estas zonas del país.

Como lo veremos en un segundo Post sobre estos temas, Ronderos y Roberson, por caminos diferentes, desnudan un problema de fondo sobre el cual nadie está discutiendo, en medio de las negociaciones con las FARC en la Habana. No es en balde que el proceso esté en su momento más bajo desde que se inició a finales del 2012.


 

Debes loguearte para poder agregar comentarios ingresa ahora