“Soy Birleyda Ballesteros (…). Soy víctima de cinco delitos y eso para mí no es ningún orgullo, solo decirlo me da tristeza y dolor”.
Vestida de blanco, con los labios y ojos maquillados, esta mujer de 39 años viajó 500 km para ver a Francisco en Villavicencio, donde compartió su historia con la AFP.
“No me gusta hablar del 22 de diciembre de 1992, cuando tres guerrilleros de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) entraron a la peluquería”.
Ballesteros estaba en Turbo, un municipio enclavado en una de las regiones más violentas del noroeste del país.
“Pensé que querían motilarse (cortarse el pelo)”, continúa, “pero uno de ellos cerró la puerta y me llevaron a una habitación de atrás. Los tres hicieron lo que hicieron. Me dijeron que lo hacían como burla porque yo era muy pinchada, muy orgullosa”.
Encoje los músculos. Se pone tensa, mueve las manos y se pregunta: “¿Por qué lo hicieron? No me había repuesto cuando un mes más tarde tuve que abandonar el pueblo.
Soy la segunda de cinco hijos y al menor de mis hermanos, que entonces tenía unos diez años, lo quería reclutar un comandante de las FARC al que llamaban ‘Cola e’rata’. Me opuse y lo enfrenté. O te vas o ya sabes lo que te va a pasar”.
Sin tregua:
“Nos despojaron de todo. Mi esposo William Molina y yo huimos a Medellín. Pero correr no es sinónimo de tranquilidad. En septiembre de 2005 mi hermano Veimar desapareció.
Tenía 25 años y se había ido a trabajar a Necoclí (una zona bananera). Hablamos el 15 de septiembre y no volví a oír su voz. Una familiar nos dijo que unos paramilitares lo habían asesinado. A veces mamá, que hace once años se fue a Panamá huyendo de la guerra, me pregunta si sé algo de él. En ocasiones voy por la calle y veo su cara en los rostros de otra gente”.
Ballesteros dice que después fue a Urabá, próximo a Turbo, un municipio de Apartadó, para liderar organizaciones de víctimas del conflicto armado de más de medio siglo.
Entonces volvió la violencia. “Mi esposo se quedó en Medellín. En los barrios de la ciudad vivían muchos de los exguerrilleros del EPL. A William, el padre de mis tres hijos Ferney (23), Eva (20) y Nicole (12), empezaron a forzarlo para que trabajara con ellos. Él se negó. Yo le decía que se viniera para Apartadó, pero las balas no lo dejaron. Fue el 1 de abril”.
Tenía 39 años. Lo mataron excombatientes del Ejército Popular de Liberación, la guerrilla maoísta que operó en la zona bananera de Urabá antes de su desmovilización en 1991. Muchos de ellos terminaron en las filas de las bandas de ultraderecha. “Hay días en que no me puedo quedar sola en casa porque los recuerdos me empiezan a torturar. Por las noches duermo con el televisor prendido”.
“Paz interior”:
Ballesteros ahora es coordinadora departamental de víctimas del departamento de Antioquia, donde queda Urabá.
“Apoyé el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. No quiero que los demás vivan lo que yo he vivido”.
La ahora activista de derechos humanos se enfoca en el futuro. “Tenemos que pensar en nuestros hijos, que están naciendo violentos. En Urabá hay un pandillismo impresionante, son muchachos que se dan machete, no sienten amor del uno hacia el otro”.
Ballesteros recibió la bendición del papa. Pero inclusive antes ya estaba dispuesta a hablar con “los que nos hicieron daño, para que nos hablen con la verdad y nos pidan perdón de corazón. Hay algunos que hacen unos escritos y sé que no les sale del corazón.
Yo estaría dispuesta a trabajar con los que alguna vez fueron violentos, que son los dueños de esta descomposición, pero que sepan que si ellos dañaron, ellos tienen que reconstruir”. AFP
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