Por: Maria Eugenia Rinaudo Mannucci
El acceso a agua limpia cuenta como uno de los derechos humanos fundamentales globales, sin embargo en la actualidad, más de 1.000 millones de personas en las ciudades carecen de acceso al agua limpia. Esto no se debe por lo general a que los suministros sean insuficientes, sino a que tal situación crítica deriva de la incapacidad de organizar adecuadamente los suministros para satisfacer la demanda. Un tal menoscabo es más frustrante cuanto que la naturaleza dispone de mecanismos necesarios para suministrar agua limpia y saludable. No obstante, en muchísimas partes del mundo, una gestión medioambiental errada ha conducido a una escasez crítica de agua dulce.
La ausencia de acceso al agua potable y al saneamiento trae aparejados cientos de millones de casos de enfermedades relacionadas con el agua y más de 5 millones de decesos cada año. Aproximadamente 1.8 millones de personas mueren cada año debido a enfermedades diarreicas (incluido el cólera), el 90% de estas personas son niños de 5 años de edad, localizados principalmente en países en vías de desarrollo.
Cerca de un tercio de la población mundial vive en países que sufren de estrés hídrico moderado a alto (donde el consumo de agua representa más del 10% de los recursos renovables de agua dulce). Unos 80 países, que constituyen el 40% de la población mundial, sufrían de graves problemas de escasez de agua a mediados del decenio de los años ochenta. El incremento en la demanda de agua fue motivado por el crecimiento de la población, el desarrollo industrial y la expansión de la agricultura. Como leía hace tiempo, “alrededor del agua, se construye tejido social”. El agua es crucial para el desarrollo social y económico de las naciones.
Debido a todo lo anteriormente comentado, el agua no puede ser concebida como un sector, sino como un recurso transversal que debe ser considerado como un elemento central en las estrategias integrales de adaptación al cambio climático. Se estima que, con un aumento de entre 1 y 2 grados centígrados en la temperatura, entre 800 y 1.800 millones de personas más puedan quedar expuestas al estrés hídrico para el año 2085. Es probable que la escasez de agua y la mayor frecuencia de los episodios climáticos extremos, junto con el permanente crecimiento de la demanda de agua (para la agricultura de regadío o para el turismo, por ejemplo), sean perjudiciales para los servicios ecosistémicos y los sectores económicos.
El agua es un tema vital en la agenda de la transición hacia una economía verde, y ocupa un número ilimitado de áreas de trabajo. Algunas de estas áreas pueden considerarse importantísimas a la hora de hablar de cambio climático, como por ejemplo: mitigación de la contaminación hídrica, incremento de la eficiencia energética a través del uso del reciclaje y tratamiento del agua, modernización de los sistemas de irrigación con aprovechamiento del recurso hídrico, desarrollo de la energía hidroeléctrica como alternativa limpia a los combustibles fósiles y manejo y protección ambiental de los ecosistemas hídricos.
Sin lugar a dudas, los efectos del cambio climático se harán sentir por todo el mundo y sobre todos los sectores, sin embargo, somos conscientes de que el agua es un factor fundamental en la cotidianidad de los seres vivos. La pregunta que deberíamos hacernos ahora es ¿estamos preparados para vivir en un mundo sin agua?
Maria Eugenia Rinaudo Mannucci: MSc. en Sistemas de Vida Sostenible, Coordinadora de Sostenibilidad de la Universidad Ean. Profesora y líder de la línea de investigación en “soluciones basadas en la naturaleza y cambios transformativos” del Grupo INDEVOS. Actualmente forma parte del grupo de expertos nacionales para la Evaluación Nacional en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de la IPBES.
Nota publicada en la Revista Ambiental Catorce6, reproducida en PCNPost con autorización.
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SOURCE: Revista Ambiental Catorce6
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