Por: Alvaro Villanueva, MD.
Cuando leí con apremio el libro “El olvido que seremos”, de Héctor Antonio Abad Facio Lince sobre su padre, Héctor Abad Gómez, regresé a aquel pasado de mis años mozos, en los que tuve la oportunidad de estudiar en una de las tres primeras escuelas de Medicina del país.
La Universidad de Antioquia, contaba y sigue contando con un elenco profesoral de lujo, como que por ella han pasado una gran cantidad de destacados profesionales, orgullo no solamente nacional, si no a nivel mundial. Uno de estos, fue Héctor Abad Gómez, quien desarrolló su propia técnica pedagógica, basada en largas noches de lectura y de investigación, que complementaba con la relación directa con las personas, lo que me recuerda siempre a mi padre.
Recuerdo que una vez en Jericó, Antioquia, me preguntó una vez, “Alvaro, por qué no pudimos conseguir en todo el pueblo, un sombrero para nosotros. Yo, ingenuamente le contesté, que podría ser un problema nutricional o genético. Ninguna de las dos posibilidades ha sido confirmada, pero la investigación está abierta y algún día tendremos la respuesta, auncuando evidentemente nuestras cabezas eran mas grandes que la de cualquiera de sus habitantes.
Pero, después de este episodio, siempre que voy a comprar un sombrero, me acuerdo de mi profesor. Pero si este fue un ameno y picaresco momento, con el que nos hacía reír, mientras disfrutábamos de la compañía del Profesor de Salud Pública más destacado que he conocido, también es triste recordarlo, cuando en el sepelio de un compañero asesinado en una manifestación estudiantil, decía, que “la vida debería ser un derecho respetado por todos, sin aprovecharnos del poder”, la pregunta didáctica fue, por qué hay gente que viola este derecho, considerado como el más importante?
Su hijo, quien lo recuerda en su libro, hecho con tanto amor, destaca en una reciproca relación familiar, a un gran ser humano, capaz de ponerle el pecho aún a las balas asesinas que terminaron con su vida, llena de luchas intensas por los derechos humanos. Me hubiera gustado agregarle otras anécdotas de su relación docente estudiantil.
Estudioso a morir, dejó en cada uno de sus alumnos, las señales del respeto a la condición humana, sin diferencias de condiciones sociales. Por el contrario defendía a los pobres que no habían tenido la posibilidad de la educación, luchando contra una clase política de luchas extremas, de anarquistas y falsos demócratas, tratando por el contrario de inculcar, principios que llevaran a una sociedad en descomposición, a un feliz término que permitiera la convivencia.
La salud debe ser para todos, pero no puede existir en sociedades en donde sus propios líderes y dirigentes incitan y llevan a la corrupción. Todos deberíamos tener la posibilidad de morir viejos, venciendo las dificultades y la propia enfermedad, a través de una atención medica integrada, la prevención, y el conocimiento científico”,. La gente se muere porque las aguas están contaminadas, o porque las condiciones sanitarias o de salubridad no han sido mejoradas”. Estos principios se constituyeron en una verdadera obsesión a los que entregó todas sus energías. Tenía una personalidad avasalladora y un espíritu de lucha permanente por los demás.
Hoy cuando aparece el documental “Carta a una sombra”, con escenas tan impactantes como la de su muerte, la trayectoria familiar, de lo que recuerdo, la hermosura del canto de sus hijas que constituyeron el dueto, Ellas, en el que Martha “la mas animada y alegre, es separada por una terrible enfermedad, de quien nos dijo, no podemos hacer nada, es un melanoma y se va a morir. Su muerte incrementó su lucha por los demás, para amar la familia, la convivencia, el conocimiento científico, al servicio de la humanidad, y su proyección hacia el futuro, para la aplicación del arte de la Salud Pública, que aprendió, para transmitir conocimientos a los demás.
Un personaje como este, sus momentos, y su lucha, nos traen mas a la realidad, en la que se debate un país, en el que ni siquiera su clase dirigente se pone de acuerdo para lograr alcanzar la paz. No es el olvido que seremos, si no lo que nos puedan recordar con beneplácito y admiración las nuevas generaciones, que como en mi caso, y seguramente de muchos otros, quedamos impregnados de personajes con una huella indeleble en lo más profundo de nuestro ser.
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