Por: Camilo Ayerbe Posada. 

Según cifras de Procolombia en el primer trimestre del 2015 la industria del turismo generó ingresos de $1.450 millones de dólares, con un incremento del 16 por ciento comparado con el año anterior.

Ya veremos en cuanto cerrará este primer trimestre del 2016, pero todo apunta a que habrá un nuevo incremento de dos dígitos. Ningún otro sector productivo arroja cifras tan alentadoras, esto mientras el minero- energético derrama lágrimas de cocodrilo tras haber clausurado dos lustros de una bonanza quizás mal aprovechada.

¿Qué puede hacer la industria energética para impulsar la locomotora del turismo? La respuesta es de Perogrullo: apostarle a las energías renovables. Cualquier país que aspire a convertirse en líder mundial del turismo debe comprometerse seriamente con el ambiente y el capítulo de las energías limpias hace parte de esa agenda. Aprovechar la crisis del petróleo para direccionar una fracción de esas inversiones todavía disponibles al despegue de las energías renovables sería un Plan B interesante.

Archivo. Instalación de energía solar fotovoltaica sobre el tejado de una vivienda rural, en Alemania. Foto: Southgeist, 2009. CC BY-SA 2..0

Algunos consideran que el negocio es malo. Pero otros, por ejemplo Total – la séptima petrolera más grande del mundo – piensa lo contrario. No se explica de otra manera la decisión que tomaron – hace ya diez años – de adquirir la mayoría accionaria de Sunpower, una compañía convertida hoy en líder mundial en el desarrollo de paneles fotovoltaicos.

Durante los meses de sequía inclemente – mientras el país lloraba por los estragos del Niño –  Colombia desperdició sin remordimiento la energía del sol, la más limpia y potente que nos brinda la naturaleza. En otras naciones – por ejemplo Alemania – esa misma energía es considerada un regalo del cielo.

Con inviernos prolongados y una luminiscencia que es apenas dos terceras partes de la nuestra, los germanos tienen el record mundial de energía solar instalada.  Sorprendente, si se piensa que allí el sol resplandece a lo sumo 1.600 horas en un año, contra un promedio de 2.500 de la mayor parte de nuestra regiones colombianas.  ¿Cuánta más energía (por ende dinero) produciría una hectárea de esas tierras entregada al sol en vez que al pastoreo de una vaca que languidece por falta de agua entre la hierba reseca?

Sin incomodar a la ganadería, esa capacidad instalada en Alemania se despliega casi toda sobre los techos de las viviendas, con un impacto mínimo desde el punto de vista del paisaje. Valdría la pena – como un ejercicio de puro masoquismo – calcular los megavatios que podría generar una ciudad como Bogotá, si tan solo una parte de la inmensa extensión de las azoteas (de brea y zinc) estuviera cubierta con paneles solares.

Un primer paso muy loable para que despeguen las energías renovables ha sido la ley 1715 del 2014. Porque de manera coherente predispone un paquete de normas que haría viable la llamada cogeneración de energía. ¿En qué consiste? En pocas palabras, se trata de un esquema que permite que la energía producida por un consumidor (por ejemplo con paneles solares) sea descontada por el gestor de la red eléctrica contra la energía que ese mismo usuario consume efectivamente.

Así las cosas, una casita en un barrio pobre que produjera más energía de la que consume recibiría un reembolso en dinero o su equivalente en crédito para futuros kilovatios. Un esquema que favorecería en primer lugar a los estratos más bajos de la población.

El alcance revolucionario del modelo debió sospecharlo el legislador, porque en un artículo auspicia: “El Gobierno Nacional considerará la viabilidad de desarrollar la energia solar como fuente de autogeneración para los estratos 1, 2 y 3…. como alternativa al subsidio existente para el consumo de electricidad de estos usuarios”.

Más allá de la jeringonza, se entiende que esta Ley podría ser el detonador de un nuevo amanecer para el desarrollo sostenible de Colombia. Ojalá ese día llegue pronto.