Por: Badre Bahaji.
El cambio climático no solo afecta a los osos polares, sino también a las vidas de millones de niños de todo el mundo que están en peligro de sufrir los desastres asociados a este fenómeno.
La reunión ya empezó mal. Aïta Abakar, de ocho años, con una sonrisa y una expresión algo tímida, estaba sentada a nuestro lado bajo la sombra de un árbol cuando de repente dio un salto al escuchar el silbido de una serpiente que pasaba tras ella. “Hay muchas serpientes en la orilla del lago, así que antes de sentarnos solemos barrer el suelo con palos para que huyan”, explicó mientras limpiaba el suelo con una rama de palmera que había cogido del suelo.
Cuando nos tranquilizamos y elegimos un lugar más tranquilo para hablar, Aïta comenzó a contar su historia en detalle. “No conozco otra cosa que mi isla, mi casa y la canoa de mi padre. La primera vez que me fui de mi casa fue cuando Boko Haram atacó nuestro pueblo. No sé si volveré algún día”, afirmó.
Conforme te acercas al lago Chad, el aire se llena de polvo y no hay más vegetación que algunos matorrales. Las vidas de los habitantes de la región están al límite, con un lago que se está secando delante de sus ojos. Mencionamos el tema del encogimiento del lago Chad a Aïta, pero ella no había oído hablar de ello. Utilicé unos restos de paja, unos palos y unas hojas del suelo para explicarle que el lago Chad que ella conoce está desapareciendo.
“Pero si el agua del lago desaparece, nos moriremos de sed y no habrá más peces”, contestó, preocupada. Los jóvenes que había sentados a nuestro lado se rieron. Yo le pregunté si entendía por qué el lago se estaba haciendo cada vez más pequeño. Se quedó pensando unos instantes y contestó: “Tal vez sea porque en muchos pueblos perforan el suelo para construir puntos de agua y acaban con toda el agua”. Los jóvenes que se habían reído antes estaban ahora sorprendidos por la razón que llevaba la niña con su comentario.
También estuvimos hablando sobre el calentamiento global y el hecho de que la temperatura se incrementará en los próximos años. Ella me cortó: “aquí ya hace demasiado calor; necesitamos agua. Yo ayudo a mi hermana todos los días a recoger agua de la única fuente que hay en el pueblo. En cuanto a mí, me dedico sobre todo a lavar los platos y la ropa”.
Le pregunté si se le ocurría alguna solución, ya que dependerá de los niños, que son los adultos de mañana, encontrar las soluciones. Ella se me quedó mirando y exclamó: “Pero… ¡No es justo! Ustedes tienen que ayudarnos. Quiero que el lago exista siempre”.
A los niños de los países industrializados se les enseña a no dejar las luces o los aparatos eléctricos encendidos, a no desperdiciar el agua del grifo, a caminar o montar en bicicleta en lugar de utilizar coches. Aquí en Tagal no hay electricidad, grifos ni coches y, a pesar de ello, los niños de la región del lago Chad serán los primeros afectados por el cambio climático. Cuando nos despedimos de Aïta, me di cuenta de la importancia de enseñar a los niños a ser ciudadanos comprometidos, así como de demostrarles, sin que se asusten, que todavía estamos a tiempo de hacer algo contra el cambio climático.
Estudios recientes demuestran que, en los últimos 50 años, la superficie del lago se ha reducido de los 25.000 kilómetros cuadrados originales a menos de 2.500, debido, especialmente, a que se está secando. Los expertos en medio ambiente atribuyen esto a las crecientes temperaturas resultado del cambio climático, que han afectado enormemente a los 20 millones de personas cuyo medio de subsistencia depende del lago Chad.
Badre Bahaji es Oficial de Comunicaciones de UNICEF Chad en Yamena
Nota publicada en UNICEF, reproducida en PCNPost con autorización.
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SOURCE: UNICEF
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