Por: Robert J. Samuelson.
WASHINGTON – Lo que es sorprendente en la decepcionante ralentización de la productividad es que, según todos los indicios externos, debería estar en auge. La productividad es el término de la jerga económica para designar la eficiencia, y un crecimiento sólido de la productividad es el motor para un estándar de vida más alto. Normalmente asociamos una productividad más rápida con importantes avances tecnológicos (el motor a vapor, la electricidad, los viajes en jets), pero la mayor productividad puede también ser el resultado de la competencia (las empresas más fuertes desplazan a sus rivales más débiles) y de trabajadores mejor educados (que pueden desempeñar tareas más difíciles).
No hay duda de que el crecimiento de la productividad de la mano de obra norteamericana—medida por la producción por hora trabajada—se ha ralentizado drásticamente. Desde 2010, promedió un 0,7 por ciento anual, según Jason Furman, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca. Eso representa menos de un tercio de la tasa promedio anual de 2,3 por ciento entre 1948 y 2007.
Tampoco hay duda de que la falta de mejora en la productividad, si continúa, es una mala señal. Más allá de estándares de vida semi-atascados, una economía que crece lentamente también reduce las rentas públicas. Se produce una colisión cada vez mayor entre las necesidades privadas y públicas. Reducir el déficit presupuestario del gobierno o pagar para obtener servicios públicos se vuelve más difícil.
Lo que es más desconcertante es que, superficialmente, fuerzas externas parecen favorecer un crecimiento de productividad más rápido. Consideremos lo siguiente. Primero, Internet, que promete formas más baratas de entrega de productos y servicios. Después, inversores “activistas”, que presionan a gerentes corporativos para que reduzcan el derroche y bajen costos. Finalmente, la globalización, que significa que más empresas y laboratorios—en China, India, Brasil y otros “mercados emergentes”—aumentan el conocimiento científico y tecnológico.
Nada de ello parece importar.
Justamente lo opuesto: El bajón en productividad se está dando en todo el mundo. Eso es lo que dice un nuevo informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). El estudio comparó las tasas de crecimiento anual para la productividad de la mano de obra en 32 países durante dos períodos, 1995-2004 y 2004-2013. Todos los países excepto uno (España) tuvieron un crecimiento de productividad más lento en la segunda década que en la primera. Algunos ejemplos: Canadá, de 1,3 por ciento a 0,6 por ciento; Francia, de 1,5 por ciento a 0,6 por ciento; Alemania, de 1,5 por ciento a 0,8 por ciento; Japón, de 1,8 por ciento a 0,9 por ciento. (En esta comparación, Estados Unidos pasó de un 2,2 por ciento a un 1,0 por ciento.)
Algunos economistas—el más prominente, Robert Gordon, de Northwestern University, y Tyler Cowen, de George Mason University—atribuyen la caída en la productividad a una disminución en la innovación tecnológica. Los grandes avances de Internet se pasaron y no se los está reproduciendo.
El estudio de la OCDE pone en duda esa teoría. Encuentra, en cambio, que las innovaciones siguen ocurriendo en empresas avanzadas, donde la productividad a menudo tiene una tasa anual de un 3,5 por ciento o más. El problema real es “una ralentización del ritmo al que las innovaciones se propagan en toda la economía: una falla en la máquina de difusión.” Pero la OCDE no puede explicar la causa. Podría ser que a causa de la recuperación débil de la crisis financiera global, las empresas sean más cautelosas. Sin embargo, la OCDE rechaza eso, también, sosteniendo que la ralentización de la productividad precedió la crisis de 2008.
En cambio Furman, el economista de la Casa Blanca, considera que la crisis financiera fue un factor importante. Comentando sobre el estudio de la OCDE, sostuvo que la recuperación débil disuadió a las empresas de invertir en maquinaria más avanzada y en edificios. Menos inversiones significa que los trabajadores son menos productivos, pero Furman sugiere que las inversiones mediocres desaparecerán una vez que la economía se recupere totalmente. Atribuye alrededor de la mitad de la ralentización de la productividad de Estados Unidos a las inversiones letárgicas y dice que lo mismo ocurre en Alemania, Japón y Canadá (no así en Francia, Italia y Reino Unido)
Hay algo incierto en este debate: Las estadísticas económicas que fundan los cálculos de productividad podrían ser incorrectas. El economista Joseph Carson, de AllianceBernstein, una empresa de investigaciones, sostiene justamente eso, haciéndose eco de muchos otros economistas. ¿Cómo se mide la producción de los sectores de servicios como la asistencia médica y los bancos? El valor de productos nuevos—digamos, los teléfonos inteligentes—también puede estar subestimado. Si la producción de la economía está seriamente subestimada, entonces también lo estarán las estadísticas de la productividad. Hay poco acuerdo sobre si esto aumentó con el tiempo o en qué medida lo hizo.
La caída de la productividad es una noticia importante. También es un poco misteriosa.
© 2015, The Washington Post Writers Group
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