Por: Andrés Quintero Olmos.
Respetar el culto del otro no conlleva no poder criticarlo o inhibir cualquier burla hacia éste. Respetar las creencias religiosas del otro es –meramente- permitir que el otro pueda ejercerla libremente, aunque ahí también existen límites.
En un viaje a Tailandia, país de gran mayoría budista, el guía que me orientaba, se burló una vez de mí por persignarme.
No soy católico. Soy, como diría Isabel Allende, uno de esos latinoamericanos que pretenden ser agnósticos en vez de ateos para aparentar ser cultos y políticamente correctos. Pero sí soy de cultura cristiana, y sí, de vez en cuando, me persigno como agradecimiento a lo que me regala la vida o, hipocráticamente, cuando cae el avión.
Cierto es que el guía budista me ridiculizó porque no creía en el simbolismo de la cruz, caricaturizándome el sufrimiento de Jesús con carcajadas. ¿Me irrespetó? ¿Insultó a los católicos? Mi reacción fue de risa inmediata. La religión que no se sepa burlarse de sí mismo no merece llamarse religión. Los cultos deben ser autónomos y legitimarse por sí solos, sin importar lo que piensan o digan los terceros.
De allí parte el repudio total de los franceses frente al terrorismo en contra de la libertad de expresión de Charlie Hebdo. ¿Los ateos de Charlie insultaron, con sus dibujos del profeta Mahoma, al Islam? ¡No! Sólo se burlaron de su simbolismo. Irrespetarlo hubiese sido pregonar odio contra él o incitar a la prohibición de su práctica. Es derecho de los ateos ridiculizar a las religiones y es derecho de los religiosos ridiculizar a los ateos.
Por el mundo artístico y por la misma ciencia occidental, la iglesia católica ha sido, con seguridad, la religión más burlada del mundo. Muchos católicos inquisidores mataban a los que se burlaban de su religión. Hoy parece ya no existir este extremismo católico. ¿Cómo se logró? Reinterpretando sus postulados morales desde su interior.
Sin arrogancia occidental, el islam debería hacer lo mismo, porque tanto la libertad de expresión como la religiosa tienen un límite: la apología al odio y al crimen.
Parte del problema es que el profeta Mahoma tiene una doble personalidad en el Corán. Durante su estadía en la Meca, utilizó su docilidad como vector de proselitismo para así propagar una religión de paz. Sin embargo, después de su migración hacia Medina, y con el principio de sus conquistas, cambió la docilidad por la violencia. Hizo decapitar a los poetas que tenían la osadía de criticarlo. A imagen de su autor, el Corán contiene muchos llamados a la destrucción de lo diferente.
Es esta violencia, enseñada desde más de catorce siglos, que debe desaparecer hoy del islam como en su momento desapareció del catolicismo. Evidentemente, todos los musulmanes no son terroristas, la gran mayoría los rechazan, pero cierto es que sigue habiendo una minoría que no repudia dichos actos cuando son realizados en nombre del profeta: casi todos los terroristas religiosos son hoy musulmanes. De ahí la necesidad de que todos los musulmanes se aparten de este islam anacrónico para centrarse en el verdadero que es el de la paz, y al cual le resbala los dibujitos de Charlie Hebdo.
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