Por: Juan Carlos Eichholz.
¿Te has preguntado alguna vez cuál es el tipo de experiencias que te han marcado más en tu vida? Si reflexionas al respecto, recordando algunas de ellas, seguramente te darás cuenta de que no han sido precisamente aquellas en las que has sido exitoso, sino, por el contrario, aquellas en las que te has quedado con una sensación de fracaso, de no haber logrado lo que querías.
Esto es algo que se advierte corporalmente. Cuando tenemos éxito, nos sentimos extasiados, felices, y gozamos el momento. Pero ese momento no dura mucho, y a poco andar ya nos hemos pasado a otra cosa, sin siquiera haber reflexionado mucho acerca de por qué logramos lo que queríamos. Al revés, cuando fracasamos sentimos angustia, se nos aprieta el estómago, dormimos mal, y esas sensaciones nos acompañan varios días, y a veces semanas o meses, hasta que logramos hacer sentido de lo que pasó, hasta que logramos extraer una lección que le dé valor a lo que vivimos.
En el fracaso es donde está el verdadero aprendizaje, más que en el éxito y más que en la enseñanza formal a la que estamos acostumbrados, que pone todo el énfasis en lo cognitivo y casi ninguno en lo experiencial. Ese es el aprendizaje que produce cambio en nosotros; ése es el aprendizaje que hace que nos cuestionemos nuestros paradigmas y nuestras formas de actuar; ése es el aprendizaje que nos desafía a ser más.
Desgraciadamente, vivimos en un mundo exitista, que nos lleva a resaltar nuestros éxitos y aciertos, y a esconder nuestros fracasos y errores. ¿Quién se atreve a responder “Estoy mal” frente a la típica y vacía pregunta de “¿Cómo estái?”? ¿Cuántas empresas abren espacio para que los empleados den a conocer los errores que han cometido y permitan a todos los demás aprender de ello? ¿Cuántas sociedades valoran al emprendedor que quiebra, en lugar de tratarlo como a un paria social, como ocurre en nuestro querido país?
El mundo se ha vuelto cada vez más complejo. Los cambios se suceden a una velocidad que hace muy difícil entender bien lo que está aconteciendo. El desarrollo ya no es una progresión lineal de eventos, sino que se produce a partir de millones de interacciones sistémicas, que nos sorprenden y nos dejan fácilmente descolocados. El paradigma de ese hombre brillante, en dominio de la situación, con respuestas para todo, no pasa de ser hoy una falacia, y una falacia peligrosa. En el contexto actual, hay más valor en el reconocerse vulnerable que en el pretender mostrarse infalible.
Cuando me sé vulnerable, abro la puerta a otros para colaborar, invito a la creación colectiva, incorporo más miradas para abordar desafíos que son multivariables, no le tengo temor a fracasar y me atrevo a experimentar. Cuando me pretendo infalible, los demás no se sienten invitados a participar, descansan en mí, asumo toda la responsabilidad sobre mis hombros, las soluciones quedan limitadas a mi mirada, y le tengo terror al fracaso, porque mi imagen está en juego.
¿Te queda alguna duda? Atrévete a fracasar.
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