Maquiavelizando la paz

Por: Andrés Quintero Olmos.

El lunes pasado mi amigo Alonso “Loncho” Sánchez escribió en su columna de El Heraldo lo siguiente: “Cualquier argumento en contra (de la paz), por poderoso que sea, no tiene más fuerza que la necesidad de dejar atrás (…) un conflicto que nos ha (…) (dejado) un reguero de víctimas”.

El argumento es muy persuasivo porque nos pone contra la pared: nada es mejor que la “no guerra”, por la sencilla razón que no produce víctimas. Asimismo, todos los argumentos en contra no cabrían por ser jerárquica y moralmente inferiores.


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AFP PHOTO / Luis Acosta


Para contraargumentar esta eficaz opinión, recordemos aquí la teoría de los derechos humanos ante el supuesto y supremo argumento/derecho a la paz. Esta dice que ningún derecho humano es superior a otro; todos son absolutos. Es decir, no existe jerarquía entre ellos, lo cual irrevocablemente quiere decir que no se puede sacrificar o atenuar el uno para lograr el otro.

Por eso, entendemos que la antítesis de los derechos humanos es la cultura utilitarista o maquiavélica que expresa que el fin justifica los medios. Por tanto, lo pertinente siempre será preguntarse ¿si los medios que utilizamos para obtener un fin son connaturalmente válidos? En otras palabras, a pesar de que “la paz” sea el objetivo más noble, cualquier medio para lograrlo no es automáticamente válido. Asimismo, por ejemplo, el derecho humano que dice que todos somos iguales ante la ley no podría ser inferior frente al derecho a “la paz”. Los derechos humanos no rivalizan, se complementan.

Además de esto, y aunque pueda sorprender a muchos, el derecho humano a “la paz” no existe como tal. Ni en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, ni en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 es este mencionado. La razón es sencilla: la paz no es un derecho sino un alcance que sólo es posible conseguir cuando hay realización completa de todos los derechos humanos preexistentes, es decir, es un fin que necesita de medios como la igualdad o la justicia para concretarse.

Últimamente estamos tan absorbidos por la palabra “paz” que a veces pienso que olvidamos de que “la guerra” también sirve -en limitadas ocasiones- para defender ideales que la sobrepasan. Aún, he podido oír o leer insinuaciones como que es moralmente reprochable combatir a terroristas, guerrilleros o narcotraficantes porque va en contra de “la paz”. Todo lo contrario, no olvidemos jamás que siempre será éticamente valioso luchar contra quienes piensan que las ideas se cristalizan con las armas.

En estos tiempos donde se maquiaveliza “la paz”, pareciera que el atajo intelectual fuera el de querer maximizar lo que no se puede balancear: unos derechos humanos por otros.

Adenda: Mario Vargas Llosa logró –sin querer- describir esta semana a Roy Barreras: “En el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible separar ni diferenciar una de la otra”.


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