Por: Andrés Quintero Olmos.
La muerte es un desenlace que tratamos de evitar a toda costa porque es a partir de su desconocimiento e incomprensión que surgen las inseguridades humanas. Cómo no tenerle miedo si de ella nace la más horrible de las ideas: que el mundo sea finito, es decir, que no tenga sentido alguno por terminar este en nihilismo (en un nada absoluto). Nietzsche decía: “Dios ha muerto”, insinuando su frágil existencia por culpa de su desconcertante mortalidad. Es decir, Dios no continuaba más.
Sin embargo, el humano ha sabido superar este terrorífico escenario de total consumación. Su racionalidad ha encontrado la manera de superar el vacío al conceptualizar como hecho real la continuidad de la vida después de la muerte, con el objetivo último de que la vida recobre sentido y seguridad. Fruto de esta creación mental es que muchos de los actos que realizamos cotidianamente están condicionados por la consecuencia divina (el castigo) del más allá. Cierto es que en todas las religiones y culturas del mundo existe esta predilección, más o menos cercana, de la presencia de un paraíso o infierno. Pero si supiéramos que estos no existieran, ¿qué pasaría?
Para algunos filósofos como Estanislao Zuleta, no tiene lógica encerrarnos en el debate de la existencia o no del paraíso porque en realidad este sería nuestro verdadero infierno de aburrición, ya que no tendríamos posibilidad de equivocarnos y la vida, justamente, es tener la libertad de poder cometer errores. Para otros filósofos como Spinoza, la postura ante la muerte es radicalmente opuesta. Para él la muerte no es el fin de una vida porque toda cosa finita es una manifestación de la sustancia infinita que no es más que el concepto de Dios. Y es hacia esta filosofía que los quiero llevar.
De acuerdo con Spinoza, la muerte no es la terminación sino el paso natural hacia otro cuerpo. El cuerpo está hecho para la vida y requiere de otros cuerpos para subsistir. Cuando un día este cuerpo se tropieza con un cuerpo incompatible es que llega la muerte. De esta manera, lo que nosotros llamamos “muerte” no es más que la descomposición de un cuerpo cuyos elementos pasan a formar otros cuerpos diferentes. Dios no es solamente espíritu, es también cuerpo infinito. De esta forma, no sólo se identifica con lo espiritual sino también con lo espacial, esto es, con el universo entero, con la propia naturaleza. Asimismo, Dios no es descrito en el sentido personal, no es individuo, sino que se concibe como un cosmos que abarca lo existente, de modo que todo lo que hay son variaciones de esta sustancia única a la cual pertenecemos.
El humano está destinado, por tanto, a buscar su naturaleza, que no es más que buscar pertenecer al gran todo divino. Cada hombre es un cuerpo que se une a otros cuerpos que aglutinados conforman el gran cuerpo social, al cual llamamos universo, pero que no es otra cosa que la imposible muerte de nuestra vida por ser nosotros pedazos de Dios.
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