Por: Andrés Quintero Olmos.
El fiscal Montealegre termina su mandato constitucional en pocas semanas. Su fracaso ha sido tan rotundo que, según las encuestadoras, la Fiscalía jamás había tenido tanta desaprobación ciudadana.
Esta situación se explica por las siguientes razones: politización y mediatización exagerada de la Fiscalía y falta de eficacia a la hora de reducir las tasas de impunidad, por ejemplo: los homicidios en este país siguen quedando impunes en un 90% de los casos.
Sin embargo, para la Corte Suprema y el Gobierno esto no parece ser trascendental. Lo crucial para ellos es que Montealegre haya sido el principal aliado del proceso de La Habana y que haya dado grandes golpes jurídicos a la oposición. Por eso es que habrá continuidad en la dirección de la Fiscalía del espectáculo en cuerpo del actual vice-fiscal Perdomo, que estará en el puesto sin límites de tiempo o hasta que haya suficiente voluntad política para nominar y elegir a uno nuevo.
En medio de esta incertidumbre institucional, el fiscal ha querido cerrar su administración con broche de oro al detener al hermano del expresidente Uribe. Que sea investigado Santiago Uribe, vaya y venga, pero que sea detenido como si fuera un peligro para la sociedad, con pruebas ya deslegitimadas anteriormente y a través de acciones ya prescritas, es una desproporción. No es casualidad que Montealegre escogiera este momento político para ordenar esta encarcelación, recordándonos el acertado “timing” del caso hacker.
El objetivo político es claro: desacreditar al mayor crítico de las negociaciones con las FARC cuando se pretende firmar con estas su dejación de armas a cambio de cero cárcel, y de paso, asegurar una embajada en Alemania, al mejor estilo de la mermelada santista por “buenos servicios”. Lo que está claro es que ya nadie le cree a la justicia colombiana que parece estar más politizada que nunca, y más preocupante aún si se toma en cuenta que países como Estados Unidos o Canadá ya hayan dado asilo político a uribistas por persecución.
Mientras tanto el Gobierno parece estar más interesado en despotricar al uribismo que gobernar al país. No en vano se avecina una hueco fiscal de 40 billones de pesos, un descenso asombroso de la inversión extranjera (sólo en el mes de enero bajó en un 94.6%) y un racionamiento de energía a imagen y semejanza de los del siglo anterior. A este ruin panorama habría que añadirle que el coeficiente Gini (índice de desigualdad) sigue estancado desde el año 2013, que la inflación está en 7%, que el crecimiento del PIB no sobrepasará el 2.5% en 2016, que el desempleo excederá el 13% y que el déficit en cuenta corriente podría ir más allá del 10% del PIB.
El filósofo Nietzsche ya lo había detallado: “Las verdades calladas y las que callamos se convierten en venenosas”.
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