Por: Andrés Quintero Olmos.
Mirando al cielo se imagina uno la inmensidad del universo y se da cuenta de lo intranscendental e insignificante que es nuestro ser, y se pregunta uno: ¿cuál es el sentido de todo esto? ¿Cuál es el propósito de todo lo hecho y deshecho? ¿Por qué estudiar, trabajar o escribir esta columna si la vida no es más que un punto microscópico en un mundo de otras escalas donde uno es solamente un chicle tirado en el piso extraterrestre? Todo este sentimiento es el que define al existencialismo.
Quizás las cosas sí caen del cielo, quizás nuestras vidas sí están de antemano planeadas por una energía superior, y quizás nuestros errores, nuestros éxitos, nuestra muerte o estas mismas palabras ya estaban previamente destinados, porque todo tiene un objetivo que no es más que el fin de existir para después desistir.
¿Qué tendría la vida sin la muerte? “Cuando existimos, la muerte no está, cuando la muerte está, ya no existimos más”, decía Epicuro. Morirse es por tanto la mejor noticia para poder existir, de ahí la simbología del nacimiento y la resurrección de Jesús. Pero lo importante sería entender que “la existencia precede a la esencia”, como resumía Sartre para expresar que son nuestros actos los que nos determinan y no nuestra condición de seres vivientes.
Somos unos sujetos pasivos ante el infinito universo. Somos la encarnación perfecta de la más grande acumulación de preguntas sin respuestas. Somos un rugido de impotencia, a imagen y semejanza de un cuadro de Bacon. Somos el grito de desespero de Munch, un chillido minúsculo en un cosmos inalcanzable. Somos una navidad que nos muestra nuestra verdadera pequeñez en medio de nuestra constelación de seres queridos.
Sí, llegó la Navidad, y con ella sus sentimentalismos, sus arbolitos, sus regalos, sus cursilerías y sus calorías familiares. Diciembre es especial para la humanidad. Perdón, no: no lo es, porque solo la festejan los cristianos, y solamente un cuarto del planeta cree en esta religión. Es esto el existencialismo navideño: saber que son nuestras creencias las que nos definen en un mundo miedosamente infinito donde somos lo que nos diferencia del otro, a pesar de no ser mucho y de no saber controlar nuestro destino.
Al fin y al cabo, somos lo que nos motiva a seguir existiendo ante la ignorancia universal de que vivimos.
¡Feliz Navidad!
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