Por: Andrés Quintero Olmos.
La mayoría no dudaríamos en responder afirmativamente. Pero está en el imaginario de muchos que un Estado autoritario pudiese tomar mejores medidas para permitir el orden y el desarrollo.
La típica discusión latinoamericana en torno al dictador Pinochet siempre gira alrededor de estos puntos: sacrificar los derechos humanos y la democracia permitiría a veces fortalecer la estabilidad económica e institucional de un país.
Si tomamos en cuenta que muchos países como China y Vietnam han alcanzado un alto crecimiento económico y social en las últimas décadas, a espaldas de sistemas democráticos, podríamos concluir fácilmente que la democracia no es el único sistema que permite el desarrollo humano, en oposición a lo que se pensaba a final del siglo veinte.
La indecisión se pone más aguda si comparamos cualitativamente a la democracia ateniense con las dictaduras del imperio romano: ¿cuál entre estos dos sistemas políticos permitió el mejor desarrollo humano? La respuesta daría para muchas páginas y estudios pero en todo caso no sería fácil de contestar por el simple hecho que ambos sistemas permitieron, en sus respectivas escalas, dar grandes avances a la humanidad.
Con fines altruistas o imperialistas, en Occidente seguimos pensando que todos los países del planeta deberían tener sistemas democráticos por ser esta la mejor organización estatal posible. Churchill decía que la democracia “es el menos malo de los sistemas políticos”, y muchos nos resignamos frente a este constato.
La realidad es que muchas sociedades no parecen tener la suficiente madurez o adaptabilidad cultural para materializarse como tal. Sería ingenuo, hoy en día, creer que en Libia o en Siria la plena democracia sería el mejor sistema estatal posible, teniendo en cuenta que múltiples conjuntos religiosos y étnicos o grupos terroristas no hacen sino combatir culturalmente a esta idea organizativa.
Sin embargo, está claro que el hecho de poder escoger nuestros representantes nos da la sensación de abarcar poder y de ser soberanos del rumbo de nuestras respectivas naciones.
¿Pero desde cuándo hemos asumido el hecho de que el pueblo es más sabio que el dictador? ¿Cuántos pésimos o malévolos dirigentes han sido elegidos democráticamente? Siempre estará el ejemplo de las elecciones de Hitler de 1933 para recordarnos que la democracia puede ser a veces más peligrosa que las dictaduras, porque no hay peor acto atroz que el legitimado democráticamente.
Asimismo, ¿no es la democracia un peligroso espejismo de concentración de poder? ¿No es esta una simplificación o simulación de la lucha humana por el poder? ¿O no es esta una dictadura de las mayorías o, más bien, una sumisión de las minorías a aquellas? ¿Y por qué nos creemos la mentira de que el sufragio universal automáticamente trae mayor desarrollo humano?
Continuaré la próxima semana.
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