Por: Andrés Quintero Olmos.
Éramos una juventud determinada que luchaba contra el tradicionalismo y las supuestas buenas costumbres. Creábamos, todos juntos, un frente común en contra del “mal” que encarnaba el liberalismo económico y el conservadurismo.
Leíamos libros como “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, y creíamos que el futuro era lo social y no lo privado y pensábamos que el progresismo socialista nos llevaría naturalmente hacia la eficacia e inclusión humana.
Unos, nos pusimos a estudiar derecho, otros cuantos, filosofía, y otros más, economía o sociología. Aprendimos nuestras materias bajo el control de una generación de profesores que habían ellos mismos fallado en el intento de cambiar el mundo con sus ideas. Pero, ellos, mantenían intacta su fe nostálgica en las revoluciones moralizantes, creyendo que el cambio vendría de las nuevas generaciones -sus crías- que un día fecundarían sus frustradas doctrinas.
Eran esos docentes que habían experimentado el sinsabor de Mayo 1968 o que habían vivido bajo las violentas dictaduras latinoamericanos o bajo el unanimismo del Frente Nacional colombiano. Sí, éramos, todo ese grupo de florecientes intelectuales, propensos hacia un mundo lleno de profundas ideas, pero de ilusorias realidades.
Todo cambió el día que conocimos cómo se materializaban nuestras ideologías. Desde el nefasto bloque soviético, pasando por la despótica China maoísta y llegando hasta el desastre latinoamericano de las guerrillas comunistas. Sin aviso de vendaval y con la caída del muro de Berlín, coincidimos que bajo nuestro modelo el mundo había empeorado.
No habíamos pensado que de la limitación de la propiedad privada llegaba la baja productividad, lo cual resultaba en la irremediable bancarrota de nuestros prototipos sociales, que pretendían el bienestar pero no la riqueza. Las sociedades capitalistas vencieron y llegaron los pragmáticos tecnócratas de los bancos a indicarnos que la solución se acercaba más a Friedman que a Marx. Fue un golpe duro, una patada en el culo, porque nos habíamos equivocado durante décadas de constancia ideológica.
Mientras esto ocurría, unos vivaces europeos como Alemania, Suecia o Francia, habían mejorado sus bases y conceptos, mezclando socialismo con capitalismo salvaje hasta llegar a la tibia socialdemocracia o al capitalismo moderado que brindaba capital, globalización, flexibilidad monetaria, seguridad y el más grande bienestar social que ha conocido la humanidad hasta hoy.
A pesar de estos hechos tangibles que mostraban hacia donde teníamos que aspirar, en estas últimas décadas, han nacido en Latinoamérica una nueva descendencia de esos “idiotas útiles” del populismo izquierdoso que con el cuentico de la lucha de clase, de las nacionalizaciones y de repartir la riqueza sin antes crearla, han querido volver a pregonar lo que ya habíamos establecido como fracasado.
Poco hizo la lectura del “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Apuleyo, Montaner y Vargas Llosa, porque siempre hemos sido románticos a la hora de concebir nuestras economías como hechas solamente de individuos solidarios y de remesas caídas del cielo.
Debes loguearte para poder agregar comentarios ingresa ahora