Aleccionadora advertencia de Europa sobre puestos de trabajo

Por: Robert J. Samuelson.

WASHINGTON – Podemos aprender de la experiencia de Europa en la creación de puestos de trabajo, pero muchos norteamericanos tal vez rechacen la lección subyacente: si el precio de la mano de obra es demasiado alto—si se paga a los trabajadores más de lo que producen—las empresas ralentizarán la contratación o la detendrán. No patrocinarán su propia quiebra.

Todos saben que la economía de Europa está de capa caída. El crecimiento económico en la zona del euro (de los 19 países que usan esa moneda) es débil; en el segundo trimestre, el producto bruto interno (PBI) avanzó en un modesto 0,3 por ciento comparado con el trimestre anterior. El desempleo en la zona del euro es del 11,1 por ciento, un pequeño descenso desde su pico máximo de alrededor del 12 por ciento. Eso contrasta con Estados Unidos, donde la tasa de desempleo cayó de un 10 por ciento en octubre de 2009 a un 5,3 por ciento en este momento.

La explicación estándar del deslucido desempeño es “demasiada austeridad”. La demanda bajó debido a las iniciativas erradas para reducir el déficit presupuestario mediante recortes de gastos y aumentos fiscales. Sin duda esas medidas tuvieron que ver. El desempleo varía. En Alemania, el desempleo en julio fue del 4,7 por ciento; en Francia e Italia, del 10,2 por ciento y 12,7 por ciento respectivamente.

Pero esos no son los únicos factores. En un fascinante artículo del último número de “Journal of Economic Perspectives”, el economista Christian Thimann—ex alto asesor del Banco Central Europeo y ahora en el banco de inversiones francés, AXA—argumenta que la crisis de la deuda de Europa y la débil recuperación surgen de los altos salarios y costos de remuneración.

“No se crean puestos de trabajo en un número de países [de la eurozona] no por ‘falta de demanda’ como a menudo se dice,” escribe Thimann, “sino principalmente porque los costos de los jornales son altos en relación a la productividad, el seguro social y las cargas fiscales son pesadas, y el clima empresarial es excesivamente oneroso.”

Si los costos de los nuevos trabajadores exceden los probables beneficios de mayores ventas y ganancias, las empresas contratarán menos gente o a nadie. Thimann muestra que en muchos países los avances salariales sobrepasan de lejos a los aumentos de productividad—producción por trabajador. De 1999 (el año en que se introdujo el euro) a 2008, Francia, Italia, España, Portugal, Irlanda y Grecia aumentaron los jornales nominales en un promedio de un 40 por ciento comparado con avances reales en la productividad de sólo un 7 por ciento. En esos países, el poder adquisitivo se fortaleció, pero los márgenes de ganancia se erosionaron y su atractivo como lugares para nuevas inversiones—sobre la base de costos de producción—se debilitó.

Mientras tanto, otros países de la eurozona (más prominentemente Alemania, Países Bajos, Bélgica y Austria) ganaron competitividad, cuando las brechas entre jornales y avances en la productividad se redujeron. El comercio de Europa se desniveló cuando los países de mayor competitividad pasaron a un excedente y los de menor competitividad cayeron en déficit. Esos flujos comerciales desnivelados resultaron insostenibles, sostiene Thimann, y causaron la angustia de Europa.

Para superar esa situación es necesario reducir—o eliminar—los altos costos de la mano de obra que desalientan la creación de puestos de trabajo, nuevas inversiones y desequilibrios comerciales, dice. Pero se siente escéptico en cuanto a que esto ocurra pronto. Un gran obstáculo es que “hay diferentes modelos económicos en los países de la eurozona, que reflejan distintas preferencias sociales y marcos institucionales.” Dictar cambios impopulares es difícil. La Unión Europea, escribe, tiene problemas para invalidar valores nacionales, tradiciones y políticas presupuestarias. (Como prueba, obsérvese Grecia.)

Pase lo que pase en Europa, no debemos ignorar las implicancias para los Estados Unidos. Como el presupuesto federal ya tiene grandes déficits, es tentador cargar los costos de las políticas sociales a las empresas. Lo estamos haciendo cada vez más. La Ley de Asistencia Médica Asequible (es decir, Obamacare) requiere que las empresas proporcionen seguro de salud a los trabajadores; un jornal mínimo de 15 dólares elevaría agudamente los costos de mano de obra; y hay propuestas para que se obligue a pagar la licencia por maternidad y por enfermedad.

Todas ésas parecen causas valiosas, pero debemos estar alerta a las consecuencias no-intencionales. Si la contratación se vuelve demasiado costosa, habrá menos puestos de trabajo. Ésa es una lección de Europa. Otra es que una vez que se han realizado compromisos políticos es difícil retirarlos, aún si tienen efectos secundarios adversos a largo plazo. Lo que temporalmente quizás es agradable puede convertirse en algo doloroso permanentemente.


(c) 2015, Washington Post Writers Group


     

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