Por: Carlos Francisco Guevara Mann.
El 6 de septiembre de 1815, Simón Bolívar, exiliado en Kingston, escribió su famosa Carta de Jamaica. Respondía a la consulta de Henry Cullen, comerciante inglés, acerca de las causas del levantamiento contra la corona española y la forma de gobierno que se adoptaría terminada la rebelión.
Entre los factores detrás de la insurrección, Bolívar destaca el despotismo que España ejercía en sus posesiones ultramarinas y la exclusión de los naturales de América de toda participación en su gobierno. “Jamás”—señala—“éramos virreyes ni gobernadores sino por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces; diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles, sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni financistas, y casi ni aun comerciantes”.
Por ello llegó la hora, declara, de “recobrar los derechos con que el Creador y la naturaleza” dotaron a los americanos.
Estatua de Simón Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino, Santa Marta, Colombia. Foto de Carlos Guevara Mann.
En cuanto a la forma de gobierno que tendrían los territorios emancipados, el Libertador presagia que algunos establecerían monarquías y, otros, repúblicas. Sin duda, el autor de la Carta se demuestra partidario del sistema republicano. Piensa “que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura, preferirían las repúblicas a los reinos.”
La Carta menciona cuatro veces a Panamá, inicialmente para señalar que el “gobierno general” establecido en Nueva Granada todavía no abarcaba “las provincias de Panamá y Santa Marta”, las cuales “sufren, no sin dolor, la tiranía de sus señores”. El istmo, como es sabido, formó parte de la monarquía española hasta 1821, cuando por voluntad propia se emancipó y se añadió al “Estado republicano de Colombia”, la gran república fundada por Bolívar, compuesta por los actuales Estados de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela.
Más adelante, concibe que Panamá pudiese ser la capital de un único Estado americano, pero descarta la idea pues para que un solo gobierno funcionase, “sería necesario que tuviese las facultades de un Dios y, cuando menos, las luces y virtudes de todos los hombres.”
Poco después especula que la región entre Panamá y Guatemala pudiese constituirse en una “asociación”. Dicha asociación “podrá ser con el tiempo el emporio del universo. Sus canales acortarán las distancias del mundo … ¡Acaso sólo allí podrá fijarse algún día la capital de la tierra! Como pretendió Constantino que fuese Bizancio la del antiguo hemisferio.”
La alusión más famosa es aquella en que vislumbra a Panamá como centro de avenimiento internacional. “¡Qué bello sería”, expresa, “que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo.”
En el bicentenario de la Carta de Jamaica, es oportuno reflexionar acerca del desarrollo político que Bolívar, en su momento de mayor lucidez e inspiración, deseó para las repúblicas que hoy lo aclaman como Libertador: un gobierno correcto, limitado, organizado, al servicio del interés común y respetuoso de las libertades individuales, en fin, un gobierno republicano. Un largo trecho nos separa aún de ese ideal esbozado hace 200 años.
(Actualización del artículo publicado en Revista Elite [Club Unión de Panamá], septiembre de 2015.)
Fotografía: Estatua de Simón Bolívar en la Quinta de San Pedro Alejandrino, Santa Marta, Colombia/Carlos Guevara Mann
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