Por: Maria Camila Botero
¿Hacer o no hacer investigación con animales? He allí el dilema entre ciudadanos preocupados por el bienestar animal y científicos en búsqueda de una mejor calidad de vida para los humanos.
“¿Quién quiere ser el primero en tocarla?” — preguntó el profesor refiriéndose a la rata blanca de laboratorio que sostenía en sus manos.
Como en las películas, todos dieron un paso atrás y Karen Corredor quedó adelante en la fila. Esa fue la primera vez que alzó una rata.
“Sentí muchas cosas, pero no miedo. Quedé muy curiosa de lo que pasaba en el laboratorio”, recuerda Corredor. Años después, cuando iba más avanzada en la carrera de Psicología, fue monitora de ese laboratorio. “Ver a una rata aprender y ser testigo del cambio del comportamiento y de todo lo que puede hacer el cerebro, fue definitivo para mi carrera”.
Desde entonces se dedica a la investigación biomédica, un área destinada a obtener conocimientos que propongan soluciones a los problemas de salud de distintas poblaciones. En pocas palabras: busca mejorar la calidad de vida de las personas.
Corredor es doctora en Psicología, investigadora en neurociencia y comportamiento, y además es la presidenta de la Asociación Colombiana para la Ciencia y Bienestar del Animal de Laboratorio (ACCBAL). Por eso, conoce de primera mano cómo es (o cómo debería ser) la cultura de cuidado del animal de laboratorio; algo que ha evolucionado bastante en los últimos años, a pesar de que se ha visto opacado por algunos escándalos.
El 20 de julio de 2023 se presentó un proyecto de ley con el fin de limitar y regular el uso de animales en investigación, educación y estudios biológicos, estableciendo parámetros de protección y bienestar animal
“Vemos buenas prácticas de manera recurrente, pero también casos de mal uso animal. No significa que antes no existieran, sino que ahora somos más sensibles como sociedad y eso también explica por qué la ciencia del animal de laboratorio está cambiando”, comenta.
Hacia un trato más digno
La investigación científica ha experimentado cambios significativos en las últimas décadas. En la actualidad, todos los procesos son más vigilados y deben cumplir con reglamentaciones internacionales.
En Colombia, la Ley 2047 de 2020 prohíbe los experimentos con animales para fines cosméticos.
Juana Ángel Uribe, expresidenta del Comité Institucional de Cuidado y Uso de Animales de la Pontificia Universidad Javeriana, y quien fue docente de la Facultad de Medicina de la universidad, recuerda que, entre 1997 y los 2000, las ratas y ratones en los bioterios (lugar donde se alojan los animales de laboratorio) solían estar alojados en cajas de plástico transparentes con unas rejas pendientes para que los animales recibieran el alimento y el agua.
Hoy en día la tecnología y las voluntades han avanzado a tal punto que hay unidades especializadas en el mantenimiento de estos animales. Ahora viven en espacios diseñados para proporcionar un entorno adecuado para los animales, brindando condiciones confortables y seguras, conectadas, por ejemplo, a un sistema individual de ventilación. “Hay controles de temperatura, humedad y luz. Todo está automatizado, así que es un ambiente muy limpio”, complementa Corredor.
Además, todo lo que entra en contacto con los animales, como el agua y la comida, está estrictamente controlado y en algunos lugares tienen máquinas especializadas para desinfectar estos espacios. Incluso, como las camas de pino no son adecuadas para roedores ya que les generan alteraciones fisiológicas, importan maderas, como el alamo y el chopo, para no causarles molestias olfativas.
El artículo 25 de la Ley 84 de 1989 prohíbe el uso de animales vivos para fines formativos.
Antes de llevar a cabo cualquier experimento con animales, un comité de ética debe evaluar la propuesta. “Es importante mostrar que los animales que se necesitan para la investigación tienen un objetivo claro. No puedes decir ‘ay, hoy me desperté con una idea, voy a comprar 100 ratas para hacer un experimento’. No. El diseño de tu investigación debe ser lo suficientemente robusto y replicable”, explica la psicóloga.
Los procesos ante el comité pueden tardar varios meses y buscan, básicamente, dos cosas:
- Asegurarse de que el uso de estos animales genere un avance en el conocimiento y un beneficio social para que las investigaciones sean éticamente aceptables. “Finalmente, el principal propósito de los animales es curar enfermedades del ser humano y de los propios animales”, agrega Manuel Eduardo Góngora, expresidente y miembro de ACCBAL y coordinador de la Unidad de Biología Comparativa de la Pontificia Universidad Javeriana.
- Procurar que los animales reciban el menor daño posible. “Los animales de investigación son sometidos a situaciones en donde les inducimos algún tipo de daño y la idea es poder mitigarlo”, dice Góngora. Por eso revisan que las instalaciones donde viven funcionen de la mejor manera, que haya veterinarios que los cuiden y que se preste el debido acompañamiento y monitoreo durante el proceso.
En resumidas cuentas, se busca que los animales se usen únicamente cuando sea estrictamente necesario y que estén en entornos que satisfagan sus necesidades de especie. Todo esto redunda en una frase muy conocida en el sector académico: “Animales felices hacen buena ciencia”.
Por eso no se habla de “sufrimiento”, pues el malestar que puede llegar a causarse en el animal no se hace de forma arbitraria, sino que tiene un interés investigativo y toda una justificación teórica. En este sentido, Góngora puntualiza que se les debe dar la mejor calidad de vida posible y que se debe pensar siempre en qué método alternativo existe: “si puedo usar un cultivo celular en vez de un ratón, debo hacerlo”.
Mejores prácticas de experimentación son posibles
Hay un tema que preocupa especialmente a Góngora: la incapacidad que tienen las leyes y regulaciones en Colombia para verificar que estas buenas prácticas se cumplan en todas partes.
Según explica, la cultura sobre el bienestar del animal de investigación es una tendencia en aumento por las grandes ciudades, pero queda corta para zonas rurales y otros sectores sin los recursos, la capacitación, la tecnología y el control suficientes.
“Una de mis preocupaciones es que siempre que se habla de esto, se centra en (investigaciones) biomédicas y se deja un poco de lado lo que se hace con animales silvestres, de granja o en colegios rurales… Ese tipo de prácticas debería estar protegido por un comité de ética”.
A esto se suma la investigadora Ángel al decir que debe haber un seguimiento más estricto de la ley, pues a hoy, la legislación sigue siendo tan vaga, que no se sabe con certeza cuántas compañías testean con animales en el país.
“A la luz de los estándares internacionales, nuestras leyes tienen todo ese espíritu del cuidado adecuado de los animales, pero no existe una obligación para cumplirlas, entonces, es fácil que no se cumplan. Necesitamos una nueva legislación o regulación para que a todos nos quede muy claro qué tenemos que hacer y cómo debemos hacerlo”, explica Ángel.
¿Experimentos en animales por siempre?
La experimentación con animales ha sido fundamental para lograr avances significativos en la investigación científica: permitió la creación de las vacunas contra la covid, el desarrollo de tratamientos para el cáncer, y que recientemente un hombre tetrapléjico volviera a caminar.
“Encuentro una justificación moral para utilizar animales cuando se genera un bien social, que puede ser avanzar en tratamientos para el Alzheimer, la fibrosis quística o la invención de dispositivos médicos que provean una mejor calidad de vida”, dice Góngora.
Y aunque en algunos casos el uso de animales es necesario, cada vez existen más métodos alternativos para reemplazarlos.
“La investigación con animales es una necesidad que tiene que ser temporal. No podemos seguir pensando que vamos a seguir usando animales los siguientes mil años”, continúa Ángel.
Ahora muchos procesos se pueden hacer en células ─sin necesidad del organismo completo─ con la ayuda de estadísticas, fórmulas y softwares especializados.
Góngora menciona que, por ejemplo, estudios de irritaciones dérmicas se pueden hacer con cultivos de piel humana y que es posible recolectar córneas de vacas que ya han sido sacrificadas como fuente de alimentación para hacer estudios de irritaciones oculares.
Es una necesidad seguir promoviendo conversaciones conscientes sobre el testeo animal. Los datos en otros países demuestran que es posible disminuir su uso. Por ejemplo, de 2009 a 2020, España redujo la experimentación con animales un 46%, de acuerdo con el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación de ese país.
“En el lado cosmético, ya casi todo se hace con simulaciones de tejido in vitro. Eso ha sido también gracias a un cambio en la percepción social. Preferimos un producto que diga ‘libre de crueldad animal’, afirma Corredor.
La idea es que en un futuro (ojalá cercano) la experimentación con animales sea mínima. Se requieren más escenarios donde la tecnología y el conocimiento promuevan mejores métodos de investigación para así generar avances biomédicos que giren en torno a un bien común: mejorar la calidad de vida de todos los seres existentes.
Nota publicada en Pesquisa Javeriana, reproducida en PCNPost con autorización
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