“Personal assistant executive” es la nueva nomenclatura para definir al mayordomo del siglo XXI, una de las profesiones más requeridas dentro del sector del lujo, según Juan de Dios Orozco, consejero delegado de la Escuela Internacional de Mayordomos de Madrid (iB’S).
Trajes impolutos, un excelente cuidado en las formas, una sonrisa permanente y, sobre todo, un deseo de servir y atender las necesidades del otro parece que siguen siendo las máximas para triunfar en una profesión que está muy lejos de caer en el olvido.
Un oficio de hombres y mujeres “invisibles”, con una formación amplísima y muy especializada, que no se limita a servir la mesa, “dirigen personas y propiedades”, y resuelven “antes de que se lo pidan” todas las necesidades de los señores de la casa, asegura Orozco, quien recibe solicitudes de todas partes del mundo para formar y proporcionar este exclusivo “personal de confianza”.
El responsable de iB’S comenta que en otro tiempo ser mayordomo era una profesión muy considerada. “Requería mucha responsabilidad y estaba muy bien remunerada. ¿Quién a finales del XIX o principios del XX disponía de un despacho propio desde el que organizar a 10 ó 12 personas?”.
Era el pilar de cualquier mansión aristocrática donde el servicio y el protocolo eran una señal de distinción.
Una circunstancia que se mantiene pues, según detalla Orozco, el salario mínimo de estos profesionales oscila entre 35.000 y los 100.000 euros anuales (entre 38.000 y 108.000 dólares). “En Reino Unido, en una casa con cierta capacidad económica, puede llegar hasta los 170.000 euros” (184.000 dólares). “En este trabajo no hay una dedicación parcial. Nos levantamos los primeros y nos acostamos los últimos”, admite.
Aunque cueste creerlo, en España “actualmente” hay muchos mayordomos, personas con recursos para hacer la vida más fácil a clientes españoles, chinos, árabes y rusos.
Hoteles de cinco estrellas, yates y mansiones de lujo son los que más requieren los servicios de un personal que lleva a su máxima expresión una actitud: “Siempre está, pero nunca se le ve”.
Así define su profesión Jamila García, con una amplia experiencia como asistente de personalidades del mundo empresarial y político, que apunta que la psicología es un aspecto esencial en su profesión. “Tengo que estar informada de todo y adelantarme a las necesidades y deseos de quienes me contratan”, comenta García, para quien la palabra “imposible” no existe, en un ambiente donde el dinero no es un problema. “Nada de lo que te puedan solicitar es imposible, aunque pueda ser extravagante”, y recuerda entre sonrisas cuando le pidieron que cambiara un salón completamente decorado por un gimnasio, porque el espacio habilitado para hacer ejercicio, a pesar de sus dimensiones, no “les parecía suficiente a los señores”.
El director del Instituto Universitario de Protocolo en la Universidad Camilo José Cela, Carlos Fuente Lafuente, advierte de que el protocolo que se establece entre quien mantiene ese servicio se asocia con lo “superficial”, cuando la realidad es muy diferente. “El 75% de las empresas del Ibex 35 aplican un protocolo y servicio en sus encuentros muy similar al de la serie ‘Downton Abbey'”, señala, por muy lejanas que nos parezcan sus formas.
Mientras la serie establece el “protocolo del poder”, de la diferencia entre clases, de las relaciones medidas y distantes, “hoy es algo muy distinto”, asegura el que también fue jefe de protocolo de los Premios Príncipe de Asturias hasta 2013.
Fuente describe que en otra época el protocolo permitía cierta defensa frente a las desigualdades sociales, “incluso era un escudo, y servía para definir el papel de la mujer en la sociedad”, que en esos años no gozaba de una posición en igualdad con respecto al hombre. El protocolo estaba concebido como “una manera de cautivar a los invitados”, era también una manera de afianzar a la aristocracia, que destacaba, como hoy, por un estilo de vida. Admirador de “Downton Abbey”, Fuente asegura que la serie inglesa permite conocer el origen de las cosas que hoy describimos como buenas maneras.
“Todos tenemos nuestro particular protocolo, incluso en la vida diaria”, afirma. La de mayordomo parecía una profesión ubicada en el destierro de los oficios, que series como la galardonada “Downton Abbey” han conseguido rescatar de la memoria, pero que la realidad y el lujo nos desvela que solo ha cambiado de nombre y de traje. (EFE)
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