El Museo Guggenheim Bilbao expone una selección de paisajes de Alex Katz, una de las facetas más desconocida de la obra del pintor neoyorquino, considerado uno de los padres del “arte pop” norteamericano, y con los que intentaba captar “el presente inmediato”, como ha explicado hoy.
La muestra se compone de 35 cuadros de grandes dimensiones, de hasta 9 metros de largo, que reflejan distintos momentos del atardecer o amanecer en los bosques y arroyos de Main (Nueva York), lugar donde reside el pintor, nacido en 1927 en el populoso barrio neoyorquino de Brooklyn.
Michael Roocks, comisario de la exposición, realizada en colaboración con el Hig Museum of Art, de Atlanta (EE.UU.), explicó hoy que las obras expuestas recogen los últimos 25 años del trabajo del artista, durante los meses de invierno, verano y otoño.
Katz, de 88 años, dijo en la presentación de la muestra que en sus paisajes ha intentado captar el instante, como si de una fotografía se tratase, lo que le obligaba a pintar sus bocetos muy rápido, ya que un amanecer o un atardecer, apenas dura 30 o 40 minutos.
En su obra paisajista, el deseo de captar el momento, “el presente inmediato”, es la seña de identidad de sus cuadros, según confesó, motivo por el que la exposición que le dedica el Guggenheim Bilbao se titule “Alex Katz. Aquí y ahora“. Este deseo se aprecia en su obra titulada “El sueño de mi madre”, de 8,69 metros de largo por 3,30 de alto, en la que muestra el mismo paisaje boscoso pintado a las 19:45 horas del lunes y a la misma hora del martes, miércoles y jueves.
El artista explicó que desde su primera exposición en Nueva York en 1954 ha pintado tanto retratos como paisajes pero, “por lo que sea”, sus retratos han sido más conocidos que sus paisajes.
Reputado pintor figurativo en un momento en el que imperaba la abstracción que llegaba desde Europa de la mano de los artistas parisinos, reveló que comenzó a pintar paisajes porque era una manera de alejarse de Picasso y Matisse. Seguidor confeso de la pintura rápida y de acción de Jackson Pollock, Katz señaló que al principio sus paisajes “no eran interesantes, no valían nada”, por lo que en la década de los 60 se centró en la producción de retratos femeninos, lo que le proporcionó más fama e ingresos.
A finales de los 80 decide retomar la temática de los paisajes, aunque esta vez decidió darles una escala mayor, igual que hacía con los retratos de caras. “La escala a la que pinté mis obras era otra forma de alejarme de lo que venía desde París, de Picasso y Matisse”.
“Picasso hacía cuadros de salón y mis cuadros no entraban en un salón a no ser que tirases algunas paredes de la casa”, ironizó.
El comisario de la exposición destacó que los paisajes de Katz, en los que predominan las escenas boscosas y los cauces de agua, se caracterizan por su poco detalle, carecen de relieve y se plasman sobre fondos planos, aunque con pinceladas rápidas y fuertes que buscan transmitir energía, movimiento y profundidad a la obra.
La paleta cromática de las obras revela al espectador, sin necesidad de mayores explicaciones, el tiempo en que fueron pintados, ya que para los paisajes invernales Katz ha recurrido a la amplia gama de grises y blancos para reflejar las brumas matinales, el intenso frío y la nieve del invierno, en contraste con el negro de los troncos de los árboles, añadió Roocks.
Para los atardeceres del verano, Katz se decantó por colores intensos como el rojo, el azul, el naranja y el verde, mientras que para reflejar el pesado y pegajoso calor de una tarde de verano utilizó un amarillo potente en el único cuadro que llama la atención por su colorido.
En los óleos de los arroyos, predomina el paisaje nocturno con el negro y el gris oscuro como tono dominante para plasmar el agua y las rocas, y el blanco, para la espuma que sale en los rápidos.
Los paisajes de Alex Katz se mostrarán hasta el 7 de febrero próximo en la gran sala de estilo contemporáneo del atrio del museo bilbaíno. EFE
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