Hombres libros, hombres libres

Por: Karol Solís


Leí esta frase en un poster promocional de la película Fahrenheit 451, una novela llevada al cine por el director francés François Truffaut en 1966 y escrita por el estadounidense Ray Bradbury en 1953. Desde entonces quedó grabada en mi mente, al punto que he soñado con alguna campaña que lleve este nombre y que busque impulsar de manera decidida la lectura en los colegios.

Vi la película recientemente y confieso que me sentí agradecida de haber nacido en un espacio y tiempo en donde no tuviese que ver arder libros, ya que el filme resulta ser una sátira de las quemas de textos producidas en la Alemania Nazi y la censura en la época del Macartismo norteamericano. Valga decir que Colombia también vivió su episodio en 1978, tal como lo relata en una columna de la revista Semana Daniel Coronell. En el suceso, que tuvo lugar en la ciudad de Bucaramanga, participó el actual Procurador Alejandro Ordoñez junto a otro grupo de jóvenes, quienes quemaron libros y revistas que consideraron una “incitación al libertinaje y la corrupción”.

En medio de la reflexión, se me dio por buscar información sobre las prácticas en torno a la lectura en nuestra región, razón por la que llegué a la encuesta de 2012 sobre hábitos culturales del DANE, publicada en 2013, y en la que se muestra que los colombianos no llegan a leer 2 libros al año. Para ser más exactos, leen en promedio 1,9.

En cuanto a la Región Caribe, los resultados me parecieron desalentadores: solo el 44% había, en términos generales, leído, bien fuesen libros o revistas. Es dramático que el 66% de personas mayores de 12 años que saben leer y escribir no vean la lectura como una cuestión importante, como una herramienta, como la veo yo, para hacerse libres. Peor aún, que no lean porque no tienen acceso a bibliotecas gratuitas o capacidad económica para adquirir libros.

Leer, sin duda, nos ayuda a elegir entre el más amplio espectro de ideas y temas con los que nos identificamos, determinar cuál defendemos y por qué lo hacemos. A lo sumo, a tener una visión y unos principios de vida construidos y no impuestos.

En el poema de los dones, Jorge Luis Borges consideró una ironía el que hayan coincidido en su vida “los libros y la noche”, pues al ser nombrado Director de la Biblioteca Nacional de la Argentina, también asimiló que su problema de ceguera se profundizaba y que, para entonces, nada podía detenerlo. Le pasaba esto a él, justo en ese momento, cuando le entregaban lo que significaba el Paraíso.

Lo que comprendí al leer el poema de Borges, el cual conocí gracias a un entrañable maestro, es que optar por no leer es optar por vivir en la penumbra. Que esas cosas que decimos, sentimos o pensamos, alguien muy seguramente las ha leído, sentido o pensado también, las plasmó en papel y fortalecemos nuestros argumentos al saberlas.

En mi paso por la universidad esto lo entendí tarde. Fue solo hacia mitad de mi carrera cuando interioricé que el mundo real que me esperaba en mi futura vida profesional podía ser cruel y que es en extremo competitivo. Hoy, mientras realizo mi primer postgrado y ando de cabeza intentando conciliar la lectura con el estudio y el trabajo, recuerdo con profundo pesar cada segundo que desperdicié en esa maravillosa etapa de mi vida en la que lo único que tenía que hacer y pedían mis profesores, era precisamente eso para lo que hoy quisiera tener días enteros: leer.

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