Sin carcel no hay paraíso

Por: Eduardo Lleras Losada.

Hace ya casi un mes, me di a la tarea de reiniciar mi entrenamiento de montaña con el objetivo de visitar el nevado del Tolima en el mes de octubre. Muy temprano en la mañana me vestí con mis ridículas licras ceñidas al cuerpo y emprendí mi camino a la quebrada de La Vieja.

En la entrada me encontré con la sorpresa de que ahora está prohibido subir con perros (afortunadamente no había llevado a Nacho). Subí y bajé como pude, pero desde ese día me acompaña una profunda amargura que quiero desahogar en este escrito.

Ahora no solo me prohíben pasear mi perro en las montañas de mi ciudad, sino que siento cómo se impone un cerco sobre mí, dejándome poco aire para respirar dentro de la vida que escogí. Resulta que acompañada a esta prohibición también me han venido arrinconando con los placeres que he venido atesorando por años. A continuación enumero algunos de ellos y sus consecuencias.

  • En los últimos años me han prohibido fumarme un cigarrillo con tranquilidad. Me envían a los rincones más oscuros a llenarme mis pulmones de nicotina y ya ni siquiera en estos espacios me dan paz. Me miran con asco y mi imagen de hombre Marlboro se derrumba perseguido por “putas rehabilitadas” que me juzgan con suficiencia. Añoro los tiempos en que al oído me decían uy papi me encanta tu olor a cigarrillo.
  • Si quiero salir a almorzar y tomarme una pola no puedo pues me prohíben manejar de vuelta a mi casa. Buscos los espacios de mis amigos para hacerlo, pero resulta que los programas de prevención de los colegios nos sugieren a los “papitos” no tener alcohol en nuestras casas para darle ejemplo a los niños (como si no supiéramos que los jóvenes se pegan unos perrones horribles con sus amigos).
  • Si quiero salir a almorzar con un amigo, debe ser a algún lugar vegetariano pues ahora es lobo comer proteína animal y mis amigos “evolucionados” no pueden ceder con apertura frente a mis gustos. Si pedimos bebidas deben ser sin azúcar y la comida preferiblemente sin sal. Comemos tofu y verduras insípidos y los bajamos con jugos ácidos y planos. Ni hablemos de comer pasta o alguna otra cosa pues el gluten es Lucifer. Rematamos con un capuchino con leche deslactosada que cierra la lección de vida sana que me han dado durante el almuerzo.
  • Si quiero refugiar mi amargura en la web, los proveedores de internet bloquean mi acceso a las páginas pornográficas legales, dejándome como opción de lectura las columnas de opinión de Gabriel Silva y otras lumbreras.
  • Una vez al año me daba gusto con un espectáculo macho y maricón como son los toros. Esperaba con ansiedad la temporada, preparaba la pinta y la bota preciándome de tener buena espalda para las corridas. Hoy en día la temporada de toros se reemplaza por el Festival de Música Clásica de Cartagena, al cual no asisto para evitar el ridículo de quedarme dormido y pasar como ignorante (si me puedo quedar dormido en un concierto de Metálica imagínense cómo sería con la quinta sinfonía de Malher).
  • En mi búsqueda por pertenecer a este nuevo mundo decido meditar. Mis parientes cercanos me acusan de nueva era y de tomar atajos a la espiritualidad. Mis amigos nueva era me miran con ojos compasivos y cada uno me trata de vender su propia técnica de meditación pues la mía es la equivocada. Me pierdo, y ya ni siquiera por los motivos enunciados anteriormente, me es posible refugiarme en al alcohol.
  • Si quiero hablarles de sexo a mis hijos, tengo que dejar mis posiciones libertinas y remitirme a la doctrina de San Alvaro, que enuncia que ese gustico es para el matrimonio.
  • Del porro ni hablemos.

Podría seguir con mi lista pero la propia doctrina de mi trabajo me invita actuar y a no quejarme. Antes de tomar acción, en mis fallidos ejercicios meditativos llego a la conclusión de que estamos dominados por una secta internacional parecida a KAOS de la saga del Súper Agente 86. Esta organización está conformada por personajes extremistas de todas las religiones o prácticas espirituales así como de todos los colores políticos. Se reúnen de manera secreta en algún lugar del territorio libre de la República Bolivariana de Venezuela y tienen alcance global. Su objetivo es la restricción de la libertad de los individuos convirtiéndolos en minorías sin identidad y poder de acción o decisión. Sus fachadas, irónicamente, son las de la consciencia del individuo y la libertad.

Y como la estrategia que han implementado en nosotros ha tenido un profundo efecto en mí, me encontraba desde las semana pasada perdido y tratando de encontrar algún lugar de mi identidad que me permitiera pararme distinto frente al mundo y así recuperar mi energía vital. Digo que me encontraba pues una noticia local me abrió el camino. La del escándalo en la cárcel La Picota de Bogotá en donde un grupo de presos fue sorprendido haciendo un asado en la cárcel con varias botellas de whisky. De la lectura de la noticia concluí que la única salida para mi problema de identidad es que me lleven preso. Sé que suena tonto y hasta absurdo desear algo así pero es cierto.

Resulta que en la cárcel será bien visto que coma carne, que tome alcohol y que el cigarrillo acompañe los momentos de ocio que me dejan los torneos de Play Station y los partidos de la Champions League. Tendré mi propio cocinero que preparará los platos que desee con bastante sal y especias. Me relacionaré con personajes de la vida nacional y las visitas de modelos y prepagos permitirán que me rodee de hembritas que me recuerden mis prohibidas divas de internet. El día que quiera salir, me darán permiso sin problema y me mandarán con chofer y escolta por si quiero tomarme unos tragos. ¡Que ironía, el paraíso esta en la cárcel!.

Ya para cerrar le recomendaría a los líderes guerrilleros que consideren su posición de no pagar cárcel. Claramente el ron, los cigarros cubanos y las mujeres extranjeras tomando el sol en bikini, tendrán mejor recibo en un patio de altas dignidades en las cárceles que en la sociedad de que la que quieren hacer parte cuando se cierre el proceso de paz.


 

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