¿Se viene el crac de China?

Por: Robert J. Samuelson.

WASHINGTON – Es hora de preocuparse por China.

En cualquier lista de calamidades que amenaza la economía mundial, un crac de China clasifica en la cima o al menos cerca de la misma. Ahora bien, qué constituiría un “crac” es confuso. La espectacular tasa de crecimiento económico de China ya ha bajado de 10 por ciento anual -el promedio desde fines de 1970 a 2011- a 7 por ciento, que aún es alto en términos de estándares históricos. La cuestión es si la disminución continúa y el crecimiento baja mucho más.

Una China tambaleante podría llevar al mundo de nuevo a la recesión. Debido a que China es un gran cliente de materia prima (granos, metales, combustible), los precios permanecerían bajos. La capacidad de superávit de China de productos industriales básicos, tales como acero, sería cada vez más exportadora, haciendo también que los precios bajen. Esto enfriaría cualquier recuperación en el negocio global de inversiones. La confianza sufriría.

¿Y qué pasaría con las consecuencias políticas? “El gobierno de China ha mantenido su legitimidad con la promesa de crecimiento económico”, señala el economista Esward Prasad de Cornell University. Si la promesa no se cumple, es difícil saber cómo reaccionarían las masas. O los líderes de China. ¿Se volverían más nacionalistas y agresivos para desviar la atención de la desilusión económica?

Los estadounidenses están expuestos a todos estos posibles efectos colaterales. Prasad duda que el peor de los casos suceda; muchos otros expertos están de acuerdo. Después de todo, los líderes de China han desaprobado reiteradamente a los pesimistas. Hay muchas razones por las que la economía puede florecer. La más obvia: el gasto de consumo fue solo 37 por ciento de la economía (producto bruto interno) en 2014, el más bajo de todos los principales países (el número de EE.UU.: 68 por ciento del PBI). Si los chinos se vuelven un poco más despilfarradores, su economía podría prosperar.

Aun así, está el ejemplo de Japón. En la década de 1980, era considerado como la economía más dinámica del mundo, superando a Estados Unidos. Luego, la expectativa de Japón colapsó. Nuevos competidores asiáticos (Taiwán, Corea del Sur) y una moneda apreciada destruyeron su modelo económico de crecimiento liderado por la exportación. Sin poder crear un nuevo modelo, Japón se hundió desde entonces.

China está ahora en un momento similar. Hay amplio consenso de que su modelo económico está obsoleto. También enfatizó un crecimiento liderado por exportaciones y un gasto de inversión alto (la contrapartida de un gasto de consumidor bajo). La crisis financiera de 2008-09 mostró los límites de ambos.

Las exportaciones cayeron, a medida que los clientes más grandes de China -Estados Unidos y Europa- entraron en recesión. Para fortalecer su economía, China anunció un paquete de estímulo de 586 mil millones de dólares, casi 13 por ciento del PBI, a fines de 2008. Pero a diferencia del plan de estímulo de Estados Unidos en 2009, que fue parte de un presupuesto federal, muchos de los gastos adicionales de China se canalizaron a través de bancos estatales y gobiernos locales. Lo que siguió fue una explosión crediticia que ahora ha dejado una gran cantidad de exceso de viviendas que no se pueden vender, un superávit de capacidad industrial y una deuda cuestionable.

Las viviendas amenazan con ser el principal freno del crecimiento de China porque constituyen aproximadamente 25 por ciento del PBI del país, incluyendo las principales industrias de suministro tales como la del acero, cemento y vidrio, según el economista Prasad. Frente a una oferta de viviendas que excede la demanda, la construcción ya está en baja. Los precios de viviendas han bajado aproximadamente 6 por ciento de su reciente pico. La disminución llegará a 10 por ciento, señala el economista Yukon Huang de Carnegie Endowment for International Peace.

Como agravante de esta debilidad ha habido una reducción del gasto de los gobiernos locales en proyectos de infraestructura (caminos, aeropuertos, hospitales). Para financiar estos proyectos, la deuda de los gobiernos locales aumentó de aproximadamente 6 por ciento del PBI en 2008 a 33 por ciento del PBI a mediados de 2013. El gobierno central ahora está tratando de disminuir el crecimiento de su deuda.

En retrospectiva, argumenta Huang, el paquete de estímulo de 2008 parece excesivo. “Se pasaron” -prestaron demasiado, dice, y “circuló demasiado dinero hacia [el desarrollo de] la vivienda y la propiedad”.

Nada de esto predestina una crisis financiera a gran escala. Hay factores atenuantes. La compra de viviendas en China se realiza con más efectivo en general que en Estados Unidos; en la mayoría de las ciudades no hay impuestos a la propiedad. Estas prácticas limitan los costos y presiones que llevan a un default. En cuanto a la deuda del gobierno, la de China es moderada según los estándares globales, pese a los recientes aumentos.

El dilema económico de China se asemeja al de Estados Unidos. Necesita una fórmula de crecimiento sostenible que no dependa de reiterados impulsos de estímulos artificiales, ya sea por gastos de déficit o por crédito fácil prolongado.

De manera interesante, los legisladores chinos y los economistas extranjeros están en general de acuerdo con los pasos necesarios para desplazarse del gasto en la inversión (ahora, no demasiado) al gasto del consumidor (demasiado poco). La red de seguridad social necesita ser fortalecida para que las personas puedan ahorrar menos para poder cubrir desastres personales. Y los bancos necesitan ser transformados para que las tasas de interés artificialmente bajas no subsidien a los prestatarios de negocios a expensas de los depositantes.

Pese a que el camino a seguir parece claro, está cubierto de obstáculos políticos y psicológicos -intereses establecidos y hábitos arraigados. El miedo lógico es que China no pueda llegar de aquí a allí sin un gran debacle.


 

© 2015, The Washington Post Writers Group


 

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